La alegría de la conversión
andrés botella jiménez
Miércoles, 1 de abril 2020, 03:03
Cuaresma. Tonos morados, penitenciales. Tiempo de combatir para cambiar y mejorar. Consideración de la inmensidad del Amor de Dios por cada uno de nosotros, cuya ... infinitud nunca podremos abarcar del todo, porque supera toda inteligencia creada. Correspondencia fervorosa y arrepentimientos o plegarias. No faltan tampoco saetas (salidas del corazón) y lágrimas sinceras. Sin perder la alegría, exteriorizada en la profundidad de la sonrisa, nacida del gozo de encontrar a Dios, del abrazo del Padre a su hijo que vuelve arrepentido, del alivio al descargar el peso de nuestras equivocaciones sin sentido, librándonos de ellas. Sí, viene a la memoria el canto del Magnificat de Nuestra Madre y Señora Santa María: «Engrandece mi alma al Señor y exulta de júbilo mi espíritu en Dios mi Salvador…» Y nos unimos a Ella.
Pero ¿por qué, tan a menudo, nos detiene el miedo a lo que el Amor sincero podría exigirnos sacrificar? Un gran Santo de nuestros días, San Josemaría Escrivá, recordaba que gozo y alegría verdaderos (en la vida presente) tienen sus raíces en forma de cruz. Y nuestro contemporáneo linarense, el Beato Manuel Lozano Garrido, arrostrando con garbo sonriente sus dolores y contradicciones, expresaba que la cruz 'tiene alas'. Cristo también padeció la tentación (más que tú y que yo); pero no rechazó la Santa Cruz, sino que se abrazó decididamente a ella, porque nos quería tanto como hoy. Para que nos convenzamos de que la felicidad está en amar; y no hay amor más grande que el mismo Amor. Pues seamos consecuentes, que 'amor con amor se paga'. No con un cariño tibio o interesado, porque ¿a quién crees que le gustaría recibir un querer cicatero y apesadumbrado?
Peor aún, quien menosprecia y rechaza el Amor de Dios, él mismo convierte su propia existencia en una amarga antesala del infierno. No está mal recordar el fuego de este último (porque no es cosa de poco), pero sin olvidar lo que significa la carencia del mismísimo Amor y –consiguientemente- de todo amor. Si perder un familiar puede llegar a doler tanto, ¿imaginas lo que es perder para siempre al Amor para el que estás hecho? Y encima, estando en compañía –sólo- de enemigos que te odien… Así, los que apuestan por el desamor, emprenden el camino –aparentemente fácil y agradable- de la mayor desdicha. Pero… de inteligentes es rectificar a tiempo: los ejemplos son innumerables y conocidos. Baste aludir a los de Miguel Hernández y Gloria Fuertes (que tan de moda están): ambos optaron, finalmente, por la alegría de su conversión.
Ha dicho el Papa Francisco que Dios no se cansa de perdonar, sino que somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón. Es cierto que espíritus caídos (y humanos desviados que les secundan) intentarán impedir esa conversión hacia un amor siempre joven y nuevo. Sin embargo, de nada les servirá, pese a las debilidades, si nos mantenemos humildes y arrepentidos, porque «un corazón contrito y humillado Tú –le dice a Nuestro Señor el salmista- no lo desprecias». ¡Vale la pena recuperar una Fe viva y vivida, apostar por el Bien, desandar y enderezar los pasos errados! Probad y veréis. Entonces (sólo entonces) podremos orar como David: «devuélveme la alegría de tu salvación».
Por último, nadie eche en olvido que la conversión es continua y para todos, también para tantos que ya siguen los pasos de Cristo, de la mano de Santa María. ¿se puede amar demasiado al Señor? Pues apostemos decididamente por nuevas y sucesivas conversiones, que eso nos da a entender a todos el primero de los Mandamientos: «amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser» (Mc.12). He ahí la gran aventura de la vida: conquistar la Felicidad que ahora crece; y después no acaba. ¡Ánimo! ¡Que vale la pena!
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