Cuarenta años de la LOREG: una misma ley para escenarios muy distintos
Alberto Díaz Montiel
Domingo, 7 de diciembre 2025, 22:45
David Easton, Gabriel Almond o Sidney Verba, en algunas obras clásicas de la politología, diferenciaron entre sistema político y proceso político. El primer concepto, más ... estático, refiere el conjunto de reglas, procedimientos e instituciones que definen cómo se reparte el poder en un Estado. Mientras, el proceso político, más dinámico, se relaciona con todas aquellas operaciones e interacciones resultantes del funcionamiento del sistema. En democracia, lo lógico y deseable es que haya una relación de dependencia bilateral, de forma que los cambios de uno afecten al otro y viceversa.
El pasado junio se cumplieron cuarenta años de la publicación de la Ley Orgánica del Régimen Electoral General (LOREG), uno de los elementos clave de nuestro sistema político. Se consolidaba entonces el diseño del sistema electoral que había sido elaborado ex profeso, de cara a las elecciones de junio de 1977. En esta ocasión, dejaremos al lado al injustamente cuestionado señor D´Hondt y a la, con mayor razón, criticada circunscripción provincial, objetos uno y otra de cuestionamiento a lo largo de los años transcurridos, para reivindicar que el sistema electoral ha demostrado ser lo bastante versátil como para no impedir los cambios surgidos del proceso político. De hecho, puede afirmarse que la evolución del sistema de partidos español, a lo largo de las últimas décadas, ha dependido de una mezcla de factores externos e internos relacionados con los propios partidos.
Durante los primeros años de institucionalización del sistema, se pasó de la conocida 'sopa de letras' provocada por la variedad de candidaturas en la primera cita electoral, a una competición centrípeta, con la UCD como actor mayoritario en el centro derecha y el PSOE en el centro izquierda. A partir de 1982 se inició una fase que, siguiendo lo estipulado por Giovanni Sartori, se aproximó a un sistema de partido predominante. El PSOE consiguió encadenar tres mayorías absolutas consecutivas, muy apretada la de 1989. Esta fase, como dijera Jonathan Hopkin, comenzó por las deficiencias del modelo organizativo de la UCD, que demostró ser muy dependiente del liderazgo de Adolfo Suárez; su desgaste a lo largo del tiempo provocó el colapso del partido centrista. Pero también contribuyó al inicio de esta etapa la falta de renovación del PCE, agravada por sus enfrentamientos internos y por el deterioro del liderazgo de Santiago Carrillo. La consecuencia fue que el PSOE concentró el voto desde el centro hasta la izquierda, consiguiendo el hito de 202 diputados en las elecciones generales de 1982.
La situación empezó a transformarse entre finales de los ochenta y principios de la década de los noventa, momento en el que el sistema comenzó a acercarse a la categoría del bipartidismo. Varios factores, relacionados con el proceso político, ayudan a explicar esta mutación. En primer lugar, la refundación de Alianza Popular, ya convertida en Partido Popular, bajo el liderazgo de José María Aznar, posibilitó la concentración del voto de centroderecha en una sola candidatura. Por su parte, el PSOE comenzó a sufrir el desgaste de los años de gobierno por la aparición de escándalos de corrupción que afectaban al gobierno y al partido, así como por la división interna derivada del choque entre felipistas y guerristas.
En 1996 se produjo la alternancia, accediendo el PP al gobierno por primera vez. Al tiempo, se iba consolidando una especie de sistema bipartidista con matices, debido a la presencia de una tercera fuerza de ámbito estatal (Izquierda Unida) y a una serie de partidos regionalistas y nacionalistas periféricos.
La situación del sistema de partidos se mantuvo relativamente estable durante los años siguientes, con alguna alternancia en el gobierno y la aparición de otra fuerza política estatal, Unión Progreso y Democracia (UPYD), liderada por Rosa Diez, otrora aspirante a la secretaría general del PSOE. Sin embargo, una interrelación de varios acontecimientos iba a cambiar la política española y su sistema de partidos a partir de 2011. La crisis económica iniciada en 2008 se convirtió también en una crisis política que, en mayor o menor medida, afectó a las democracias europeas. El 15 de mayo de 2011, al grito de «no nos representan» y «lo llaman democracia y no lo es», tuvieron lugar una serie de manifestaciones y acampadas que propugnaban una enmienda a la política española de las décadas anteriores, al tiempo que se iniciaba el proceso independentista en Cataluña.
La situación se agravó como consecuencia de una serie de escándalos que afectaban a los dos grandes partidos, a lo que se sumó una deficiente renovación organizativa y programática. Como consecuencia surgieron nuevos partidos (Vox o Podemos), así como el salto de Ciudadanos desde ámbito político catalán al estatal.
El sistema de partidos, sin necesidad de modificar la ley electoral, pasó a configurarse como un sistema multipartidista. Esta situación se mantiene actualmente, a pesar de encontrarse en una fase de cierta incertidumbre con respecto a su evolución futura. El incremento del voto a Vox que pronostican la mayoría de las encuestas, así como las dificultades en cuanto a la institucionalización de una fórmula política estable a la izquierda del PSOE pueden servir de explicación.
En definitiva, la evolución del sistema electoral español durante las últimas décadas muestra cómo, aun teniendo puntos innegables de mejora, ha sido lo suficientemente adaptativo como para ir incorporando los cambios derivados del proceso político español. Cuarenta años después, la LOREG sigue demostrando que, en democracia, la clave no reside únicamente en las reglas del juego, sino también en la capacidad del sistema para reinventarse manteniendo su esencia.
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