Los de Teruel y Soria no dejan de interesarse por lo ocurrido aquí en las autonómicas. Se preguntan por qué ellos tienen sus diputados y ... Jaén no. Me interrogan por la deriva de esta provincia tras el resultado electoral. Está cantado –respondo a bote pronto–, de sobra sabemos aquí cómo se las gastan con Jaén los partidos mayoritarios. Pero lo craso del asunto no es eso, sino que muchos dan aquí por buenos los puntapiés que Madrid y Sevilla nos propinan. Nada importa la comparativa con otras provincias. Nos da igual el vapuleo. Diría que hasta nos regodeamos en lo malo conocido, y perseveramos en ello. Aquí la resignación es una religión, un credo de un solo mandamiento: ajo y agua.
Cuando los colegas de Teruel me piden un diagnóstico de lo sucedido, yo, que sigo respirando por la herida, les digo que rastrear los males jienenses es arduo, que esta es salsa compleja, que Linares no es Calamocha (4.500 habitantes, contando perros y gatos), que Andújar no es Alcañiz, ni Úbeda es Burgo de Osma, y, que lo que aquí sucede merece estudio no solo en términos políticos, sino aceituneros y antropológicos.
Ante este aserto (quizá algo categórico por mi parte) los sorianos guardaron silencio, y fue entonces cuando añadí que la democracia es una encrucijada que abre dos senderos. Uno hacia la libertad a través del progreso y la civilización, y otro que lleva a la esclavitud a través de la miseria y el atraso. Y transitar por uno u otro camino depende de la ignorancia del votante.
A toro pasado y sin ánimo de polemizar más de la cuenta –dije–, no hace falta ahondar mucho para concluir que el resultado de las urnas gusta a unos y desagrada a otros. Pero, las elecciones no son cuestión de tener razón, de quién la tiene y quien yerra, sino del cómputo numérico de un conjunto de decisiones individuales más o menos atinadas. La razón no depende de los votos, sino de la lógica y los datos empíricos. Pongo un ejemplo: Ahora, mientras escribo, son las cero horas de una cerrada pernocta, y por más que votemos si es de día o de noche, ahí fuera campea la oscuridad. O sea, acertar no es atributo de votar; el elector puede equivocarse en el sufragio y provocar lo opuesto a lo que persigue.
El escrutinio del otro día no es ni más ni menos –creo– que la resultante de un registro de decisiones individuales. Y aquí no ha elegido nuestra provincia, sino sus habitantes. Si hemos o no acertado, lo dictaminará el tiempo. Sí subrayo que aquí ya sabemos cuánta prosperidad han traído los políticos de siempre cuando, desde el gobierno central o autonómico, manejan el cotarro. Y, si nunca antes hicieron nada por nuestra provincia, ¿qué nos lleva a pensar que lo harán ahora? A las pruebas me remito.
Está claro que mientras Jaén no se oiga donde se toman las decisiones cruciales, mientras esta provincia continúe siendo irrelevante donde parten el bacalao, ya podemos seguir votando si es de día o es de noche desde dentro del pozo.
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