...Y así se lo agradecemos
Huesos de aceituna ·
En ese núcleo duro están la sanidad y la educación públicas, universales y gratuitas. También el cuidado y la dignidad de las personas mayoresAtendiendo a los datos oficiales, el 86% de los fallecidos en esta pandemia han sido personas mayores de 70 años, superando la estremecedora cifra de ... los 25.000. Si nos vamos al Instituto Nacional de Estadística y recogemos el exceso de fallecimientos en 2020, esos números se disparan. Pocos secretos quedan ya por desvelarse sobre la atención recibida por nuestros abuelos y abuelas durante los pasados meses. Las manifestaciones de responsables públicos de distinto signo político, las investigaciones periodísticas y las numerosas filtraciones desde los centros sanitarios dejan al descubierto un panorama dantesco en buena parte de los hospitales y las residencias de mayores; sobre todo en las de la Comunidad de Madrid, aunque no sólo en ese territorio. Fue allí donde la enfermedad se cebó, pero quizás, con peor suerte, podría haber ocurrido algo parecido en cualquier otro lugar.
Lo cierto es que de este modo hemos 'agradecido' la inmensa herencia que nuestros mayores han acumulado durante tantos y tantos años, y cuyos principales beneficiarios somos las generaciones de la democracia. No abundaré en sus méritos durante la guerra, la durísima posguerra o el resto de la dictadura; años de hambre, oscuridad y ausencia de libertades fundamentales. No lo hago porque es una época que afortunadamente no viví, aunque mis padres si sobrevivieran a ella, y cuyas penalidades me detallan con gran frecuencia. También, otros y otras han dejado, por escrito o en imágenes, suficientes y espléndidos testimonios de aquel tiempo digno de olvido y que, sin embargo, conviene no olvidar. Prefiero ahora referir el enorme valor de su esfuerzo durante la pasada crisis económica, la de hace cuatro días como si dijéramos. Ellos y ellas no se pusieron de perfil y salvaron con sus pensiones a sus hijos e hijas, a sus nietos y nietas. No dudaron un solo segundo en socorrer con lo que fuera preciso a quienes perdieron sus trabajos y sus viviendas, y se quedaron casi con lo puesto de la noche a la mañana. Sin ERTE, sin 'paro' para autónomos, sin exenciones fiscales, sin moratorias 'gratis' de hipotecas, sin luz y sin agua.
Sé que la memoria es selectiva y, como dice la canción, se olvida de 'lo malo'. Pero, como antes he referido, no nos conviene olvidar. Y lo hemos vuelto a hacer. Aprovechando su debilidad, su cansancio y su enfermedad, hemos abandonado a nuestros mayores a su suerte. Además, y al perecer, distinguiendo de un modo casi criminal –o sin el casi– entre ricos y pobres, en función de si disponían o no de un seguro privado, para acceder a un hospital. Dejándolos morir en cuartos insalubres como si de leprosos en la antigüedad se tratara. Sé que suena muy duro, pero ese ha sido, ni más ni menos, nuestro comportamiento como país, como sociedad. Seamos más o menos patriotas, nos sintamos más o menos españoles o españolas, llevemos o no una pulserita rojigualda en la muñeca o una banderita adornando la mascarilla. Todos y todas hemos de sentir una profunda vergüenza.
He de ser así de claro para que se me entienda. Pero una vez dicho esto, hay que ponerse a trabajar para que no volvamos a caer en igual vileza. Se acabaron las excusas para alcanzar pactos de Estado por lo verdaderamente importante. En ese núcleo duro están la sanidad y la educación públicas, universales y gratuitas. También el cuidado y la dignidad de las personas mayores. Empezando por no observar la vejez como una enfermedad per se, sino como un tramo de nuestra existencia preñado de ilusiones, esperanzas y ganas de vivir. Y, desde mi perspectiva, tal propósito resulta imposible con esa concepción hospitalaria de las residencias, en su mayoría caracterizadas por la tristeza, el olor a desinfectante y el color uniforme del mobiliario, las paredes y las batas. Son lugares que solo se salvan por la enorme dedicación y el compromiso de la gran mayoría de sus trabajadores, cuyo número, por lo general, dista mucho de ser el idóneo.
Por tanto, y más aún en las poblaciones más pequeñas, hay que poner los medios que hagan falta para que los abuelos y las abuelas disfruten del último tramo de sus vidas en los entornos que le son familiares y junto a los recuerdos de toda una vida: en sus propias casas. Facilitando a los familiares que algo tan deseable sea posible. Aunque en ese empeño sólo nos guíe el egoísmo de nuestra propia vejez.
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