¿Lujo o indecencia?
Ya también empieza a sufrir la clase medias otras renuncias en su calidad de vida que no padecieron sus padres, como es el caso de pagarse unas vacaciones con un alquiler asequible
Adela Tarifa
Jaén
Miércoles, 27 de agosto 2025, 23:01
Las groserías, canalladas y desvergüenzas que venimos conociendo los ciudadanos desde que salen a la luz informes de la UCO sobre el robo a las ... arcas públicas por parte de políticos llamados progresistas no tiene parangón en la historia de la democracia española y mira que llevamos asistiendo a escándalos y corruptelas de todo signo y color. Un latrocinio colosal que quieren tapar desde arriba haciéndonos creer que España va como una moto en temas económicos, lo cual es falso. Porque no podemos confundir despilfarro con progreso económico.
Vive el Estado de prestado, con una deuda pública desbocada, prorrogando presupuestos dos años y asfixiado por los chantajes de nacionalistas y estalinistas de diversa condición. La realidad es que se están acrecentando las diferencias sociales, machacada la clase media con una fiscalidad confiscatoria, mientras los precios crecen muy por encima del poder adquisitivo de los trabajadores. Hoy comer fruta o verdura fresca en este país, que se supone produce de todo ello, es privilegio de ricos. El precio de una manzana supera ya al de un alimento procesado cargado de azúcares. Por eso la obesidad crece a ritmo imparable debido a que la población sufre esa nueva pobreza, la alimentaria de productos saludables.
Ya también empieza a sufrir la clase medias otras renuncias en su calidad de vida que no padecieron sus padres, como es el caso de pagarse unas vacaciones con un alquiler asequible. No digamos ya aquello de comprar un apartamento cerca del mar, cuando el sueldo que entra en casa apenas permite afrontar la hipoteca de la residencia habitual, que, en «cómodos plazos» mantiene endeudados a nuestros hijos hasta su edad de jubilación. Solo los que viven como cabestros, obedeciendo sin pensar a los políticos de turno, no ven esta realidad: que vivimos endeudados por varias generaciones y que hemos metido a hijos y nietos en una trampa colosal, pues un día se producirá el derrumbe de este edificio de cartón piedra apolillado.
Por eso la obsesión de los políticos que nos roban es tener capitales fuera. Para eso es fundamental vender a tiempo trozos de España, ahora que todavía se cotiza. Y así, por ejemplo, polacos, rusos, ucranianos, rumanos o alemanes, entre otros, están comprando a precio de oro a los ayuntamientos los espacios privilegiados para el turismo de lujo.
He pasado unas semanas en el apartamento que hace ya más de 40 años compramos en la costa alicantina. Aquello era una playa casi virgen, con tres calles y una tienda de barrio, rodeada de palmeras y pinos. De eso hoy nada queda. Los vecinos de mi edificio eran todos españoles, de clase media. Aquellos apartamentos se vendían entonces por tres millones de pesetas, incluida cochera. Hoy van siendo comprados por extranjeros a precios astronómicos, porque ninguna familia joven española de clase media podría aspirar a ser propietario de lo mismo que antaño compraban sus padres, obreros muchos de ellos. Así hoy, en los pisos que todavía no han pasado manos extranjeras, veranean por turnos hijos, abuelos y padres, asombrados de ver que por un pisito como el suyo se pagan ahora alquileres semanales disparatados.
Ni un solo cartel de 'se alquila' hay en mi edificio hoy, todos reservados desde invierno. Es que todavía resultan una ganga al lado de lo que cuesta alquilar en el edificio de lujo lindero, donde a los clientes, vigilados constantemente por cientos de cámaras de seguridad, nos les falta ni leche de hormigas que pidan. Todos extranjeros, naturalmente. El único piso en venta de ese edificio lindero al mío, con unos 100 metros, se anuncia en un portal inmobiliario por 810.000 euros. Seguramente en pocos días lo habrá comprado ya otro ruso multimillonario.
Así esos centenares de rascacielos lujosos linderos a la playa, que nos roban las vistas y la brisa marina, generan a las arcas públicas unos tributos que da vértigo imaginar, como vértigo produce, visto lo visto, sospechar las mordidas que los gobernantes más indecentes sacan de estos oscuros negocios en la venta a extranjeros, lenta pero inexorable, de nuestros litorales y playas.
En la Biblia se cuenta la maldición que el Cielo echó sobre aquellas ciudades consumidas por la depravación, Sodoma y Gomorra. Naturalmente nadie cree que sucedió tal cual. Pero simbólicamente representan hasta qué punto puede llegar la pérdida de valores humanos, la ambición desmedida y el exceso de lujo, fomentado por el poder político para narcotizar a los ciudadanos. Como escribió Cadalso en una de sus cartas marruecas, intercambiadas entre dos amigos moros, Gazel y su maestro Ben Beley (ellos mismos se llaman moros en la obra 'Cartas Marruecas') lujo es la abundancia y variedad de las cosas superfluas, afirmando Gazel que «todo lujo es por lo común dañoso, porque multiplica las necesidades de la vida, emplea el entendimiento humanos en cosas frívolas y, dorando los vicios, hace despreciable la virtud, siendo ésta la única que produce los verdaderos bienes y gustos». Muy válida esta cita para la política actual, cargada de vicios y parca en virtud.
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