Koldos... y kolderos
Lo único que nos permite resistir, y acaso frena la rebelión social, es que el español medio tiene un gran sentido del humor
ADELA TARIFA
JAÉN
Miércoles, 27 de marzo 2024, 23:01
Escribo esto mientras colea el reciente escándalo 'Koldo'; es decir, lo que nos robaron unos sinvergüenzas durante la pasada pandemia, aprovechando que nos tenían a ... todos prisioneros y que muchos españoles morían de covi sin mascarillas, mal atendidos y en soledad. Sospecho que lo que se sabe de esto es la punta de iceberg. Mientras escribo también pienso en la declaración de renta que nos espera a todos por primavera. Ojito con retrasarte en temas fiscales, porque la justicia caerá sobre ti de inmediato. Para ti no habrá amnistías o rebajas de pena, reservadas a golpistas, terrorista, ladrones y maltratadores de mujeres. Me hierve la sangre porque, como todos los súbditos pensantes, soy consciente de que parte de lo recaudado por hacienda acabará destinado a golferías como las que nos acaban de destapar los medios de comunicación. Ya lo avisó aquel representante de la picaresca y la cutrería española, el que fue alcalde de Marbella, Jesús Gil: «España y yo somos así». Sí, nos persigue el negro sino de la corrupción política. Lo único que nos permite resistir, y acaso frena la rebelión social, es que el español medio tiene un gran sentido del humor. Que nos reímos de nosotros mismos. Es que la risa no deja de ser un gran tubo de escape de ira contenida. Recuerden aquellos chistes sobre Franco, teóricamente prohibidos. Hasta los niños nos reíamos con ellos. Pero los gobernantes nos toleran esos pecadillos veniales sabiendo que cuando algo está a punto de reventar conviene dejarle un agujerito terapéutico. Como a los granos de pus. Por eso nos permiten hacer chistes políticos y celebrar carnavales. Para que la cosa no estalle.
A mi querido y admirado amigo Juan Eslava, uno de los mejores escritores actuales y, desde luego el mejor escribiendo Historia para que se entere todo el mundo -lean sus libros- le preguntaron hace poco por el escándalo Koldo; respondió que «los Koldos siempre han sido esenciales en la historia de España». Lleva razón. A eso dedico esta columna, a definir dos palabras que deberían estar ya propuestas para nuestro Diccionario de la Lengua: Koldo y Koldero. Pero antes de seguir advierto que, pese a la similitud cacofónica y la simbología metafórica, no debe confundirse koldero con cordero. Porque cordero es un animal gregario sumiso, destinado entre musulmanes para sacrificio ritual y consumido cotidianamente en exclusiva, dado su alto precio, por los koldos. Ahora verán por qué les digo esto.
Como expuse en una columna reciente, antiguamente se llamabas 'pechos' a los impuestos. Y pecheros a los que pagaban impuestos, que eran los súbditos de segunda clase ya que los privilegiados vivían a su costa. Pues bien, aquellos desgraciados pecheros son similares a los actuales kolderos. O sea, que usted y yo, amigo lector, somos kolderos en el sentido de que tal nombre corresponde a españoles obligados a pagar impuestos sabiendo que una parte de ellos se usarán para que se los lleven los koldos a sus cuentas bancarias en paraísos fiscales. Estos privilegiados del siglo actual entran y salen de los ministerios como Pedro por su casa, especialmente si flaquea la democracia. Entonces los koldos sacan fácilmente de España, a veces en vehículos oficiales, maletas de dinero negro robado a los kolderos. Este saqueo de las arcas públicas, encubierto por ciertos koldo-políticos, de ayer a hoy, no tiene más freno que la honradez de algunos servidores públicos que siguen haciendo su trabajo pese a las zancadillas; la valentía de miembros de la policía, la Guardia Civil o el poder judicial, y la constancia de un puñado de periodistas que no se rinden. Ellos son la única defensa que los kolderos tenemos frente el poder ejecutivo que no cree en la igualdad ante la ley ni en la Constitución. Gracias a algunos ciudadanos libres y valientes los kolderos actuales estamos más protegidos que los pecheros de antaño, de momento.
Es que aquellos súbditos no contaban con la UCO ni tenían periodistas y jueces libres. Sé de lo que hablo: como historiadora he comprobado cómo funcionaban los antecesores de los koldos leyendo documentos de nuestros archivos. Por ejemplo, en mi estudio sobre la Casa Cuna de Úbeda durante los siglos XVII y XVIII vi como aquellos koldos que la administraba robaron a los niños expósitos las rentas destinadas a alimentarlos, con ayuda de colaboradores necesarios que a cambio de silencio cobraban calderilla del colosal negocio. Miles de criaturas murieron de hambre. Nadie les hizo justicia durante siglos. Pero quedan unos papeles viejos como testimonio de lo que pasó para que hoy les llamemos lo que son: koldos. Lo peor que se puede ser. Yo digo sobre estos ladrones de ayer a hoy lo mismo que escribió Antonio de Bilbao, un administrador de la Cuna de Antequera del XVIII, que conoció este latrocinio y lo denunció, porque tenía alma: «Los que con las vidas de expósitos engordan para morir eternamente, tengan misericordia de sí mismos». Amén.
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