Coloquios de perros, de ayer a hoy
La inmensa mayoría de estos estos animalistas de pacotilla no saben que en lo de hacer hablar a los perros ya se adelantó Cervantes con una novela deliciosa, 'El coloquio de los perros'.
Adela Tarifa
Jaén
Miércoles, 8 de octubre 2025, 22:38
Hace tiempo que no hablo de mi perro de infancia, Tam, un perro lobo que me hizo confiar en estos animales, pese a ser yo ... entonces diminuta en el recuerdo, y él un gigante. También aprendí a respetarlos. Es que Tam tenía obligaciones: cuidar una pequeña finca cercana al pueblo, Cádiar, con gallinero incluido, que se llamaba 'La Granja'. Tam no se enfadaba si los niños le tirábamos de la cola, y nos dejaba montar en su lomo. Guardo fotos de esto que me emocionan. Murió de viejo cuando le tocaba. Lo trasladamos al huerto de mi casa cuando enfermó para que estuviera bien atendido. Allí sesteaba tumbado a la sombra de un peral que cubría su perrera, comiendo alguna pera madura que caía del árbol y el rancho que le hacia mi madre. Mi padre lo llevó un día al veterinario y hubo que sacrificarlo. Tenía un tumor incurable. Cuando volvió de enterrar a Tam, vi llora a mi padre. Era la tercera vez que recuerdo verlo llorar siendo yo pequeña. Antes lloró un día que se puso enfermo mi hermano chico, y cuando murió el abuelo Antonio, su padre. Nunca quiso tener otro perro. Tam puso el listón muy alto. Pero todos sabíamos que era un perro, no un ser humano. Y que tenía que ganarse el alimento.
Hoy abundan los perros en mi pueblo, y en todos lados. Pero son perros mascota, ociosos. Pocos de ellos tiene otra utilidad que la de ser juguetes u objetos de distinción social. Es que hoy tener un perro en casa, y tratarlo como si fuera un hijo, viste mucho. De hecho los dueños de perros- juguete pueden pasar horas hablado de las chorradas que se estilan para cuidarlos, desde productos de cosmética, adornos, peluquerías o alimentos exclusivos. El pasado año se montó allí, subvencionado, un taller para elaborar champús y perfumes de perros. También allí he visto que en algunas fuentes públicas se bañan perros. Sin que nadie se percate de que luego pasa un niño o un turista y descuidadamente mete las manos en el agua del pilón y las lleva a la boca. Es que si alguien protesta por el baño del perro lo acusan de odiar a los animales y por ende, de ser facha. Porque el enfrentamiento político llega a estos extremos. Hoy ser 'animalista' es de izquierdas. Con lo cual, dado que yo respeto tanto a los perros, debería militar con ellos. ¡Dios me libre!
Eso pasa mientras que se ven en la tele niños desnutridos e infinidad de inmigrantes ilegales que desembarcan hambrientos y tiritando. Es que ahora se humaniza a los perros y se deshumaniza a los seres humanos. Ahora, desde mi ventana de la ciudad veo una tienda exclusiva para perros, y en algunas calles de Madrid es fácil encontrar varios negocios carísimos para mascotas. Dicen que estadísticamente hay en las familias españolas tres veces más perros que niños. Lo peor es que abundan los dueños de estos perros, nuevos ricos la mayoría, que son insufribles cuando te toca aguantarlos: solo hablan de sus perros y te quieren convencer de son más listos que tú. Más guapos, por supuesto. Así una reunión cualquiera se convierte en un coloquio de perros.
Por desgracia la inmensa mayoría de estos estos animalistas de pacotilla no saben que en lo de hacer hablar a los perros ya se adelantó Cervantes con una novela deliciosa, 'El coloquio de los perros'. Así que Cervantes fue el primer miembro del partido animalista. Pero 'el manco de Lepanto' le daba cien vueltas a estos catetos actuales. De hecho sus personajes perrunos de la novela, Cipión y Berganza, dos perros que un día se dieron cuenta de que podían hablar, no eran parásitos sociales y tenían que currar. Si, Cervantes era un adelantado a su tiempo. Tanto que algún especialista de su obra ha afirmado que también fue un pues tenía mala opinión de los políticos, unos «cortesanos sinvergüenzas y lisonjeros». También lo ven como un feminista de su tiempo pues alguno de sus personajes de mujeres proclama el derecho a ser libres. Y en temas religiosos él, que estuvo preso en Argel y conoció la mentalidad islámica, ya aseguraba que es imposible establecer diálogo con ellos. Debió escúchalo Felipe II, quien fracasó intentando integrarlos. Pero este rey no era tan listo como Cervantes, quien acaso aprendió mucho al vivir familiarmente en un matriarcado, también adelantadas ellas, las Cervantas, a su tiempo, como ha demostrado en su extraordinario libro sobre la mujeres de la familia Cervantes, que esperamos como agua de mayo, la escritora Isabel Latorre, mi amiga, parte de cuyo texto, como primicia, me ha permitido leer.
Si Cervantes levantara la cabeza hoy clamaría contra los nuevos animalistas que nos invaden, signo del declive de los tiempos. Es que él supo ver antes que otros la decadencia de su tiempo, el llamado Siglo de Oro, exclamando en 1605 «dichosa edad y siglos dichosos aquellos dorados». Aquellos tiempos «en que sus Reyes Católicos les resplandecieron de todos los dictados de honra y gloria», opinando que su época era más bien 'edad de hierro'. Pues en eso estamos hoy. En la edad de chatarra, porque vale más un perro que un hombre.
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