Aplicados y 'aplicaciones'
Hoy un adolescente interactúa más con su móvil que con la familia, y si entre la familia vive un abuelo que con el que no puede hablar de las 'aplicaciones' que tiene instaladas, ya no hay tema de conversación.
Adela Tarifa
Jaén
Miércoles, 19 de noviembre 2025, 23:37
Hay muchos modos de marginación e incluso acoso por razón de nacionalidad, edad, sexo, raza o religión. Los políticos hacen como que son sensibles al ... problema según sea su rentabilidad electoral. Así a los colectivos que no hacen ruido mediático, los que no 'tensan', término que Iñaki Gabilondo y el expresidente Zapatero inmortalizaron en la TV para que supiéramos su método de captación de votos, les ignoran. Los poderosos saben que esos grupos sociales no son violentos. Son prescindibles, salvo el día de votar. Es el caso de los ancianos, porque además algunas quejas dolorosas que ellos tienen pueden conllevar un cierto grado de vergüenza al asociarlas a lentitud mental y física, algo imperdonable en el tiempo de la prisa y en la era de los triunfadores. Es que en nuestra sociedad si hay algo que nadie perdona es la debilidad. Muchos viejos se callan por eso, porque todo lo que hacen o dejan de hacer de inmediato se achaca a demencia, y entonces ya se les arrincona como a chismes.
Todo esto me consta porque trato mucho con ancianos, a los que desde la infancia aprendí a mirar con respeto y gratitud. Es fácil que ellos me confiesen sus sentimientos y sé que casi todos se sienten socialmente abandonados, perciben que estorban y que en la familia se valoran poco sus opiniones. Así optan por silencios prolongados en ese mundo nuevo que les resulta hostil. De esto son muy culpables las nuevas tecnologías, diseñadas para arrinconar a los mayores, pues ellos saben que sus hijos y nietos los minusvaloran por no dominar un móvil o un ordenador, donde hoy se sitúa toda la sabiduría. Gran error porque estas máquinas mal utilizadas suplantan al ser humano y menosprecian la experiencia. Así caminamos hacia sociedades sin alma
Hoy un adolescente interactúa más con su móvil que con la familia, y si entre la familia vive un abuelo que con el que no puede hablar de las 'aplicaciones' que tiene instaladas, ya no hay tema de conversación. Los abuelos finalmente quedan desconectados del enchufe tecnológico familiar y se vuelven invisibles. Podría esto ser aun peor si estos millones de ancianos carentes de herramientas tecnológicas no fueran los que han permitido, y lo siguen haciendo, que muchas familias disfruten hoy de una vivienda heredada, o hayan sido los que avalaron a sus hijos en la hipoteca de la casa que habitan. En el fondo los jóvenes saben que gracias a esos padres y abuelos, que no manejan sus 'aplicaciones', ellos disfrutan de bienestar y hasta de caprichos, precisamente porque los abuelos fueron aplicadísimos en su trabajo y nos despilfarraron nada con el objetivo era dar lo mejor a los hijos.
Esto que digo de la familia lo hago extensivo a todos los organismos sociales, públicos y privados, donde hoy se exige a los viejos que se muevan con soltura en nuevas tecnologías aunque algunos de ellos tuvieron por vez primera un móvil en la mano hace cuatro siestas. Hoy no hay petición, reclamación o trámite que no implique tener aplicaciones en el móvil. Y cuando el anciano se queja de que ya nadie lo atiende en persona lo ignoran. Bueno, salvo en los bancos, porque allí saben de dónde proceden gran parte de sus activos financieros. Es que otra cualidad del abuelo español es asegurarse en vida, ahorrando para que sus hijos no tengan que mantenerlo en la etapa final. Sin embargo también los bancos se están pasando con los ancianos.
Así que ojito señores bancarios, echad cuentas de los fondos depositados en vuestras oficinas por personas que superan los 80, que no tiene habilidades informáticas y que están hartos de que les atiendan máquinas. El día que un banco avispado lance la idea de tener ventanilla abierta con un empleado para hablar a los mayores, se va a armar una gorda. Porque los viejos ya no soportan que les sometan a un examen cada vez que pasan por su oficina para algo. Lo he visto recientemente, mientras esperaba mi turno en una oficina cualquiera, escuchando el dialogo entre un anciano que no acertaba a hacer la transferencia mediante su aplicación de móvil, mientras el empleado se aplicaba a advertirle que de no hacerlo así, su 'operación tendría coste'. O sea, que le iban a cobrar por hacer una transferencia a su hijo si no usaba la 'aplicación'. Pero por mucho que se aplicaba el empleado a explicarle lo fácil que era la aplicación, él no acertaba con la tecla ni recordaba su contraseña para entra en su cuenta por internet. Sabía bien que su dinero de toda la vida estaba allí metido en cuenta corriente de cero interés, que teóricamente podía disponer de él gratis, pero era indispensable esa aplicación endemoniada. Me enteré de todo sin querer, porque la edad conlleva también sordera, y le atendían casi a gritos en una mesa adjunta al resto de clientes en espera. Yo volví pensando que lo habían acosado y humillado por dos veces: negándole un derecho de Pero Grullo y robándole la confidencialidad. ¿Tanto cuesta dar a un anciano el respeto que merece? Me falta papel y tiempo hoy para tratar este tema… pero volveremos tras los fastos navideños. Otros días amargos para muchos viejos.
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