Adán y los 300
La Carrera ·
En un mundo donde todo vale la historia es ahora una heladería, un escaparate de cuyo mostrador se retira lo que no mola o no casa con la corrección políticaJosé Ángel Marín
Jaén
Lunes, 22 de junio 2020, 23:05
Adán tiene la culpa, no le demos más vueltas. Sí, Adán, el compañero de la Eva bíblica y mitocondrial. Así que dejémonos ya de ir ... por las ramas y arreglemos el mundo en dos patadas gracias al revisionismo 'histérico' (perdón, quise decir histórico). Si de verdad queremos enmendar el lío mundial, es Adán quien debe morder el polvo. De él arrancan todos nuestros males y, por tanto, a él tenemos que barrer de la faz del planeta, de textos, de pinturas y de estatuas, que para eso estamos entrenado estos días con Colón y los hermanos Pinzones.
El responsable último del desastre es ese tipo hirsuto que Durero o Tiziano representaron en taparrabos. Ese ser impúdico con apenas una hoja de parra cubriendo sus indecencias es el causante del mal que nos asola.
Entonces, ¿por qué cepillarnos solo a Cervantes, a Fray Junípero Serra o a Pelayo, cuando fue Adán la génesis de la perdición humana? Cito a don Pelayo porque llegan de tierra asturiana las noticias que anhelábamos. Resumo: Al parecer la estatua gijonesa de don Pelayo ha sido vetada para no ofender a un califa que por allí iba a pasar. Los efectos colaterales de esta ansiada noticia se han extendido –por suerte- a otros muchos elementos ultrajantes que podrían incomodar al dignatario, y así se apartaron del trayecto del emir las sidrerías, tiendas de embutidos, bares y demás antros ofensivos para el dirigente y su séquito. Ni que decir tiene que también se taparon campanarios, enseñas compostelanas y la oficina local de Cruz Roja.
Por desgracia, algunos vecinos (desconsiderados y obtusos) protestaron cuando el poderoso dispositivo de seguridad procedió a colocar chilaba y turbante a la estatua de Pelayo. Una minoría, sin duda, de ruidosos espontáneos –según me informan– provistos de morcón ibérico, morcilla arrocera de cebolla y otros 'exquisitos cadáveres' derivados del cerdo. Afortunadamente la cosa no fue a mayores. Pero el emir tomó buena nota de los partidarios de dejar tal como estaba de indecorosa la estatua de don Pelayo, acrecentado así su lista en la que ya figura Fernando Alonso y la película 300 por similitud con la batalla de Covadonga.
En fin, en un mundo donde todo vale la historia es ahora una heladería, un escaparate de cuyo mostrador se retira lo que no mola o no casa con la corrección política. Comprendo ahora que se dinamiten y lapiden públicamente hechos históricos, que se oficie juicio sumarísimo a personajes remotos -por cierto- también imperfectos, y que todo ello sea bendecido por la moda actual y los caprichos de quienes nos manejan.
Nadie se extrañe de que una horda de ignorantes convenientemente atiborrada de odio aplique su revisionismo 'histérico' y que –menuda suerte- nos devuelvan a aquella arcadia bucólica de la que todos fuimos nativos, donde todo eran risas, felicidad y los perros de ataban con longaniza (que no se entere el emir), donde los machetes y flechas de obsidiana eran todas piezas indigenistas de orfebrería.
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