Acabar con la pobreza
La reciente visita de Philip Alsthon, relator de la ONU, sobre la extrema pobreza y los derechos humanos, ha sacado a la luz las 'vergüenzas' de nuestro sistema de lucha contra la pobreza y de protección social
manuel martín garcía
Granada
Domingo, 1 de noviembre 2020, 00:23
«La pobreza es fea. Es difícil de mirar. Es incómoda. Esto lo hemos escuchado muchas veces. Pobre, pero limpio. Pobre, pero honrado. Pobre, pero ... sin vicios. Pero, pero, ... la mala lecha de la conjunción adversativa. Esa perfección, esa limpieza, es lo que se les exige a los pobres. Los queremos beatíficos, agradecidos, puros de corazón, impecables, que no digan una palabra más alta que otra, que den siempre las gracias, y que además no insistan, que se acerquen un poco pero que se retiren enseguida, que gasten nuestras limosnas en lo que nosotros decidamos que se lo tienen que gastar, que no haya una sola tacha en su pasado, ni un desliz».
Estas palabras están extraídas de un interesante libro titulado 'Silencio Administrativo. La pobreza en el laberinto burocrático'. Su autora es Sara Mesa. Os recomiendo su lectura, pues además de estar muy bien escrito y dar gusto leerlo, todas las cantidades devengadas en derechos de autor de la venta de este libro se donarán a la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía.
Basada en un hecho real, la protagonista de esta historia es una mujer, sin raíces familiares, pobre, maltratada, agredida sexualmente, exdrogadicta, expresidiaria, exprostituta, madre, discapacitada, enferma y, para rematar, también sin techo. Como su propio nombre indica, describe el laberinto burocrático que tiene que recorrer y padecer esta mujer, para conseguir de la Administración una renta básica, poder sobrevivir e intentar reengancharse al sistema. Aunque esta mujer cumplía con todos los 'requisitos' exigidos para poder tener la prestación, lo cierto es que, desde esa administración inhumana, se le dan todo tipo de largas. Como si el hambre entendiese de tiempos. Mientras tanto, el entramado político-administrativo se mantiene silencioso e impasible ante la desigualdad social consentida.
Estamos hartos de escuchar y leer sobre la gran cantidad de ayudas que se dan para los inmigrantes que recogemos en el mar, los albergues existentes para atender a las personas que viven en la calle, y con demasiada frecuencia se dice hasta con descaro que esos pobres no quieren ir a los albergues y prefieren dormir en la calle. Cuando la realidad nos indica, que, por ejemplo, los albergues están colapsados, saturados, con sistemas de rotación que dejan a muchos en la calle. Existe una creencia generalizada de que estas personas están recibiendo ayudas sociales en demasía y que es su propia responsabilidad no superar esa situación. Y no digamos de los bulos que se multiplican por las redes sociales, donde sale a la luz el auténtico odio de algunos por esos pobres a los que se consideran beneficiarios del Estado, que viven del cuento. Toda esta red de informaciones sesgadas y de falsas noticias lo que hace es poner al pobre contra el más pobre.
Juzgamos más duramente las conductas y decisiones de los pobres. Hay odio, intolerancia, rechazo y muchos prejuicios hacia las personas pobres, por el simple hecho de serlo. Cada día observo con tristeza como crecen. ¿Quién no ha escuchado decir, por ejemplo: «quien es pobre se lo merece»; «la culpa de la pobreza es de los pobres»; «por culpa de las personas extranjeras a las españolas nos cuesta más la sanidad»; «las personas migrantes nos quitan el trabajo a las españolas»; «las personas gitanas no se quieren integrar en la sociedad»; «las personas gitanas son ladronas y traficantes»; «las personas sin hogar quieren vivir así»; «las personas sin hogar son todas consumidoras de drogas o alcohólicas», etc.?
Para definir este sentimiento la filósofa Adela Cortina acuñó el término aporofobia. Etimológicamente, proviene de los vocablos griegos, aporos: pobre, escaso de recursos, y fobia, temor intenso e irracional. En opinión de Cortina, el concepto de aporofobia nos ayuda a reconocer, identificar y visualizar la discriminación hacia los menos visibles de nuestra sociedad. Este rechazo surge como consecuencia de la construcción de ideas estereotipadas y de prejuicios generalizados hacia las personas excluidas.
Alrededor de la pobreza y de las personas con necesidades, hay muchos mitos. Forman parte del imaginario social y son compartidos por muchas personas independientemente de su origen, clase social o edad.
También hay gran cantidad de estereotipos, prejuicios y mentiras sobre determinados colectivos, que son un obstáculo para el acceso a la igualdad de oportunidades y el bienestar de muchísimas personas. No es nada extraño escuchar, por ejemplo, afirmaciones tales como: «las personas con discapacidad no pueden vivir solas»; «los discapacitados físicos tienen también discapacidad psíquica»; «las personas con discapacidad son una carga para la sociedad»; «las personas con discapacidad no pueden llegar lejos en los estudios»; «las personas con discapacidad no pueden formar una familia, no tienen capacidad para eso»; «tienes una discapacidad, no puedes trabajar»; «las personas con discapacidad no pueden ayudar a los demás», «las personas negras son sucias»; «eres mayor de 52 años, no sirves para trabajar»; «las personas paradas de larga duración quieren vivir de las ayudas sociales»; «las personas paradas de larga duración no tienen estudios», etc.
Tenemos la costumbre de discriminar. Se discrimina cuando, con base en alguna distinción injustificada y arbitraria relacionada con las características de una persona o su pertenencia a algún grupo específico, se realizan actos o conductas que niegan a las personas la igualdad de trato, produciéndoles un daño que puede traducirse en la anulación o restricción del goce de sus derechos humanos.
Todas las personas podemos ser objeto de discriminación; sin embargo, aquellas que se encuentran en situación de vulnerabilidad o desventaja, ya sea por una circunstancia social o personal, son quienes la padecen en mayor medida. La discriminación más dura y violenta es hacia las personas pobres. Ser pobre no es un delito, sin embargo, en España, el número de delitos cometidos contra personas en situación de pobreza ha aumentado en los últimos tiempos. Según datos del Observatorio Hatento, un 47% de las personas sin hogar han sido víctimas de un delito de odio por aporofobia.
Crecen los delitos de odio hacia los pobres, y crece la pobreza. La reciente visita de Philip Alston, relator de la ONU sobre la extrema pobreza y los derechos humanos, ha sacado a la luz 'las vergüenzas' de nuestro sistema de lucha contra la pobreza y de protección social. Para el experto en derechos humanos, los niveles de pobreza en España reflejan una decisión política. La ONU ha suspendido a España en su lucha contra la exclusión. El fin de la pobreza es una decisión política.
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