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Pablo Iglesias se dirige a Pedro Sánchez desde la bancada de Unidas Podemos. EFE
Hasta el último minuto

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El choque entre PSOE y Podemos sobre el reparto del poder complica la investidura

Alberto Surio

San Sebastián

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Lunes, 22 de julio 2019, 21:38

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Entremés frío, casi congelado. El choque dialéctico entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias a media tarde de este lunes lo resumía casi todo. El menú de la investidura comenzaba con este arranque, que refleja las dificultades del candidato para conseguir el respaldo de Unidas Podemos. En la habitación de al lado, los negociadores del PSOE y Unidas Podemos seguían atascados. La verdadera partida se juega en ese diálogo, no en la sesión parlamentaria que siempre encierra una dosis de teatralidad. El PSOE se resiste a ceder poder y Unidas Podemos no desea aparecer como una 'fuerza auxiliar' y rechaza la oferta socialista de varios ministerios «sin contenidos».

El descontento que cosechó el aspirante en su examen fue un primer baño helado de realismo. Iglesias marcó su territorio al exigir respeto al peso electoral de Unidas Podemos en la negociación. «Por respeto no aceptaremos ser un mero decorado». La frase era toda una declaración reveladora de los escollos. El encontronazo fue creciendo de intensidad con las réplicas hasta terminar con un Iglesias airado. Mal augurio, aunque tampoco definitivo. Porque la única alternativa pasa por repetir la investidura en septiembre o, simplemente, elecciones en noviembre. Y eso son palabras mayores.

No lo tiene fácil Sánchez. El repliegue táctico de Iglesias al renunciar a ser el gran problema por ir al Ejecutivo –algunas derrotas simbólicas pueden convertirse en victorias políticas– no le dejaba margen de maniobra. El aspirante prefiere un Gobierno monocolor del PSOE, con una colaboración preferente en cuestiones sociales con Unidas Podemos, pero abierto a otros pactos con PP y Ciudadanos en materias 'de Estado'.

Las estrategias de Pablo Casado y de Albert Rivera, que rivalizan por ser quien ejerza el liderazgo de la oposición, no le han permitido a Sánchez cobertura para girar al centro o para ensayar la 'geometría variable'. Es cierto que él tampoco ha presentado una oferta concreta en esa dirección, más allá de llamamientos genéricos a una abstención a cambio de nada. Es cierto también que un amplio sector de las bases del PSOE parece que era muy reacio a un acercamiento a Ciudadanos. Pero la realidad es que si, al final, en España prospera un Ejecutivo de coalición de izquierdas, el primero tras la Segunda República, lo será, también, por la decisión del centro-derecha de no dar ni agua a un PSOE en minoría. El durísimo discurso de Rivera, faltón en las formas y en permanente búsqueda de titulares efectistas, deja claro que que el líder de Ciudadanos demostró este lunes que seguía en campaña electoral contra el PSOE y que pensaba más en unos nuevos comicios que en una investidura.

Pero, a la vez, la apuesta por un Gobierno estable de izquierdas empieza a chirriar con apelaciones contantes al centro-derecha a que se abstenga, lo que, además, conduce a un callejón sin salida. El viejo dicho: no se puede sorber y soplar a la vez.

La discusión de este lunes explicitaba con crudeza los problemas que conlleva la articulación contrarreloj de una alianza que mantiene serias discrepancias en cuestiones cruciales. Una cosa es que la retirada de Iglesias evite la presencia de un 'presidente bis' en el Ejecutivo. Pero, a la vez, al replegarse de la escena, el líder morado ha provocado que Sánchez tenga que aceptar la cuestión de fondo, es decir, la coalición, que es lo que no quería. Las dos partes han tenido que ceder y ahora tienen que convencer que las dos pueden salir ganando. O salir perdiendo.

La inquietud es alta porque los recelos y las desconfianzas están a flor de piel. Pero también es cierto que las izquierdas españolas se la juegan y que pueden hacer de la necesidad virtud. Si PSOE y Unidas Podemos llegan al final a una coalición será solo por el peso de la batalla del relato. Será en el último minuto, bajo una enorme presión, la del miedo al fracaso. En el mismo último minuto en el que este lunes apeló en su discurso a la formación morada. A Sánchez no le entusiasma para nada la coalición, pero su verdadero drama es que no le queda más remedio si no quiere ir a elecciones en noviembre, con serios peligros de perder la narrativa. Ese es su dilema.

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