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Aficionados argentinos, en Copacabana.
Orgía en Copacabana
FÚTBOL | MUNDIAL

Orgía en Copacabana

Una multitud albiceleste invade el símbolo fascinante de Río para rogar por Messi, desatar su amor y provocar a los cariocas al grito de «Maradona es mejor que Pelé»

Ignacio Tylko

Martes, 17 de junio 2014, 16:23

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Enmarcada por montañas y un mar de color azul profundo, Copacabana es la playa más bella, o al menos más famosa de Río, símbolo del viejo glamour de la desbordante ciudad y un lugar caótico y pero fascinante. Una multitud vestida de celeste y blanco, rendida al dios maradoniano y al santo Leo, la transforma estos días en un Mar del Plata en verano. En sus cerca de cinco kilómetros que traza la curva entre sus extremos, es un paraíso conquistado por la patria vecina. De Rosario, de Santa Fe, de Córdoba o de Tierra de Fuego. De River, Boca, Racing, Estudiantes o Gimnasia. Con entrada o sin localidad; con hospedaje o sin alojamiento; en coche o en furgoneta, los argentinos desbordaron alegría entre los edificios de estilo 'art déco', decadentes hoteles y callejuelas arboladas.

Dibujan un escenario mezclado salvajemente de seguidores desatados, algún 'barra brava' suelto, cariocas de clase media y gentes de las favelas de las colinas que rodean el barrio.

«Esta es la banda loca de la Argentina, la que de las Malvinas nunca se olvida, la que le pide huevos a los jugadores para ser campeones». Al ritmo de 'A puertas del cielo', el tema de Donato y Estéfano, los argentinos colmaron el paseo de Copacabana, un entrecruzado de adoquines blancos y negros que, visto desde lo alto, forman el mosaico más grande del mundo, diseñado por el paisajista Roberto Burle. Tomaron literalmente la fina arena blanca, blanquísima, y los antiguos 'botecos' o pequeños bares al aire libre y esos restaurantes eclécticos.

Enamorados, parejas de argentinos disfrutan del encanto de la playa, antes y después del estreno de la albiceleste ante Bosnia. Hablar sólo de fiesta es tibio y hasta irrespetuoso. Padre e hijo se agarran las manos, lloran, se abrazan, recorren sus rostros con las yemas de los dedos y le piden a Dios por el tricampeonato tras casi tres décadas de sinsabores. No se encuentran metáforas para describir lo que se vive. El Mundial de Brasil no está en los estadios. Reside en Copacabana, pura fiesta, ritual, lugar transformado en culto. Del carnaval a las plegarias por Messi. Miles de argentinos unidos para descubrirse por unas horas inmensamente felices. Milagros del fútbol.

La inmaculada arena roza y pone el bello de punta, mientras el Pan de Azúcar dibuja en lo alto un altar. Canciones que se repiten como un mantra, gritos desgarradores y el convencimiento de que «Maradona es mejor que Pelé». Una proclama que suena curiosa, y hasta insultante, en pleno corazón carioca. Hasta que llegó Messi, tumbó definitivamente a los humildes bosnios y fue el 'leit motiv' de las composiciones. Fiesta grande, borrachera de júbilo. Aparecen hinchas disfrazados del papa Francisco. Se besan con otros tapados por máscaras de 'Spiderman'. Todos rodeados de pobres que piden, de carteristas que buscan su oportunidad, de prostitutas que embelesan a los visitantes, de travestis... Hay chiringuitos repletos, bandejas de camarones que entran y salen y voces roncas, desgastadas. La afonía del placer.

Copacabana se ilumina al amanecer en un lunes de resaca. Futboleros pasados de rosca, cariocas y turistas despistados que aún hacen cola para comprar caipirinhas en los quioscos. A lo lejos, los chicos de las favelas ya muestran sus habilidades con la pelota. Y vendedores de playa se abren paso. Aparecen ya los cuerpos bronceados. La 'fan fest' de la FIFA, montada en tan idílico lugar, se prepara ya para el estreno de Alemania. No hay pausa; es el Mundial. Gentes variopintas y mareas humanas. Apenas se cumple una semana de torneo. Río es una locura; Copacabana, una orgía.

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