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Emmanuel Macron. Reuters
Macron limpia su imagen y gana popularidad con el G-7

Macron limpia su imagen y gana popularidad con el G-7

Una UE en horas bajas permite al presidente francés brillar en la cumbre, pese a los graves problemas que enfrenta en su país

Paula Rosas

Enviada especial a Biarritz (Francia)

Martes, 27 de agosto 2019

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Aún es pronto para cantar victoria. Es posible que lo acordado en Biarritz se lo lleven las olas del mar. Que la propia fragilidad de esos tímidos pasos que se han dado en el campo de minas que es la escena internacional los haga saltar por los aires. O que Donald Trump simplemente se levante mañana con el cable cruzado y el Twitter amartillado. Todo eso es verdad. Pero Emmanuel Macron tenía un objetivo y lo ha conseguido: que la cumbre del G-7 no fuera en vano. Y de paso ha logrado situarse como principal equilibrista de la escena internacional y líder de la diplomacia europea.

Han sido 72 horas trepidantes, con todos los ingredientes de un guión de taquillazo: un comienzo accidentado, un casting con protagonistas extremos, un secundario con aparición sorpresa, un giro inesperado de los acontecimientos y un final, si no feliz, al menos satisfactorio. Macron, ejerciendo de director, ha conseguido encajar todas las piezas de la historia, aprovechando los recursos astutamente. Sabía lo que quería y cómo conseguirlo. Y ha demostrado que, hoy por hoy, con el Reino Unido enfangado en el 'brexit', Angela Merkel en la recta de salida y los italianos en funciones, era el único capaz de hacerlo. Y no ha desaprovechado la oportunidad.

Para empezar, el francés parece haberle cogido la medida al imprevisible Donald Trump. Este vino como un potro desbocado a Biarritz, dispuesto a insultar a quien hiciera falta. Macron se lo llevó a comer nada más bajar del avión. Le pasó la mano por el lomo, le susurró a la oreja. Consiguió amansarlo. Estuvieron dos horas a solas «sin tener que impresionar yo a lo míos o él a los suyos» reconoció el estadounidense al final de la cumbre.

Cuando Macron consigue centrar la atención de un presidente con déficit de atención, logra que este le escuche. Si en otras ocasiones Macron ha soltado dardos que han podido resultar humillantes para Trump -aún se recuerda ese «Make the planet great again» (Haz el planeta grande otra vez) después de que EE UU abandonara el Acuerdo del Clima de París-, esta vez no le ha hecho perder cara. Al tratar la guerra comercial con China, Macron dijo que era perjudicial para todos, pero también reconoció las razones por las que EE UU ha emprendido este camino: China no respeta las reglas del comercio internacional ni la propiedad intelectual. Al tratar el tema de Irán, Macron reconoció que la presión de la estrategia americana -apretar las tuercas de Teherán con las sanciones-, también ha dado frutos.

Su estrategia ha funcionado y, cuando el avión del ministro de Exteriores iraní aterrizó en Biarritz y toda la sala de prensa del G-7 se apostaba el rancho a que Trump daría el portazo, el presidente estadounidense fue más imprevisible que nunca: se quedó y sonrió.

El nubarrón del 'brexit'

El momento le ha sido también oportuno y Macron ha sabido aprovecharlo. Boris Johnson parecía bastante suelto para ser su primera cumbre, novato en esto de liderar gobiernos, pero con la confianza propia que dan los colegios de pago a los niños bien. El 'brexit', sin embargo, es como ese nubarrón que le persigue a todas partes y todo lo oscurece. La canciller alemana ha estado discreta. Su estrella se va apagando. Los problemas de casa parecen haber ido drenando su energía. Y qué decir de Italia. A Giuseppe Conte apenas se le ha visto. Tampoco se le esperaba.

En este escenario, Macron ha conseguido brillar. Hasta su popularidad interna -desgastada por meses de conflicto social son los 'chalecos amarillos'- parece estar remontando. Ningún francés va a pensar en el éxito diplomático de la cumbre EE UU-Irán cuando tenga que pagar sus (muchos) impuestos. Pero la 'grandeur' es la 'grandeur'. Esas cosas gustan y, en Francia, más.

Este fin de semana, Macron parecía estar en todas partes y su batería no daba signos de agotarse. Estaba empeñado en volver a dar vida a una organización tan obsoleta que tan solo parecía representar el mundo de ayer. Si no lo ha conseguido, al menos ha logrado que no se certificara su acta de defunción.

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