Las víctimas de Sednaya piden que Al Assad sea juzgado en Siria
La prisión levantada por el antiguo régimen funcionó como un «matadero humano», sobre todo a raíz de las protestas de la Primavera Árabe en 2011
«Que hagan un museo, un hotel o una escuela, todo menos que vuelva a ser una cárcel». Farez Mohamed Mayaza responde así cuando se ... le pregunta por el futuro de la prisión de alta seguridad de Sednaya. Escucha este nombre y se estremece. A sus 44 años tiene un problema crónico en la espalda por los golpes recibidos. Se cumple el primer aniversario de la caída del régimen de Bashar Al Assad, un año desde que se abrieron las puertas de este centro que se ganó el nombre de «matadero humano» por la brutalidad en el trato a los reos. Farez pasó un lustro en ese infierno en la tierra. Fue capturado en un puesto de control, le revisaron el teléfono y vieron fotos suyas cuando trabajaba como paramédico en el barrio de Zamalka, lugar en el que el ejército gaseó a miles de personas en 2013. Le acusaron de ser uno de los responsables del uso de armas químicas y le condenaron a muerte.
«Entramos 68 presos el mismo día y sobrevivimos 13. Era una prisión en la que los carceleros nos decían que todo estaba prohibido menos golpearnos y matarnos», explica desde la tienda de comestibles que abrió hace un año frente a la Gran Mezquita de Duma, la ciudad más importante del cinturón rural de la capital y gran bastión de los rebeldes durante la guerra civil.
Farez salió unos meses antes de la liberación, gracias a un proceso lleno de sobornos a exmilitares, y el 8 de diciembre de 2024, cuando colapsó el régimen, lo primero que hizo fue subirse a una moto con su primo y ascender hasta la montaña que preside Sednaya para derribar las puertas y ver a sus amigos. «Me sorprendí porque mucha gente tuvo ataques de pánico al vernos llegar, no tenían noticias del exterior, no sabían lo que había pasado y estaban aterrorizados pensando que íbamos a matarlos», cuenta.
Han pasado doce meses desde ese día y lo que pide ahora es que se haga justicia. Esta semana ha participado en una ronda de reconocimiento en la que se reencontró con uno de los peores carceleros que tuvo. «Era uno de los más duros, a la hora de salir de la celda, de cortarnos el pelo o bañarnos le encantaba darnos con el garrote en la espalda, era un sádico». Piensa que las nuevas autoridades están haciendo todo lo que pueden para detener a aquellos responsables de Sednaya que permanecen en Siria, pero lamenta que «quienes están fuera se van a librar, con Al Assad a la cabeza, no creo que le veamos ante un tribunal en Damasco, aunque es lo que todos deseamos».
Asociación en marcha
Apenas 30 kilómetros separan la cárcel de la capital. El centro se levantó en la época de Hafez Al Assad y ganó su mala reputación tras el estallido de las protestas de la Primavera Árabe en 2011. Las fuerzas de Assad lo convirtieron en el lugar para encerrar a los presos políticos, algunos por sus actividades revolucionarias y la inmensa mayoría simplemente por vivir en áreas que se levantaron contra el régimen, como le sucedió a Farez. Todo un castigo colectivo. Pasar un puesto de control para los vecinos de estas zonas era una lotería ya que, dependiendo de los agentes de turno, podían acabar en Sednaya y desaparecer para siempre.
Decenas de miles de personas fueron torturadas y asesinadas durante los 13 años de guerra civil. Se calcula que la prisión tenía 1.500 reclusos en 2007, pero su población aumentó hasta alcanzar las 20.000 personas tras el comienzo del conflicto, según un informe de Amnistía Internacional publicado en 2017.
La Asociación de los Detenidos y Desaparecidos de la Prisión de Sednaya cuenta ahora con una oficina en Damasco en la que la gran mayoría de los trabajadores son expresos. En mayo trasladaron su sede de Gaziantep, en Turquía, a la capital siria y aquí ofrecen asesoramiento legal a las familias, atención psicológica, se encargan de documentar cada caso y de hacer campañas de comunicación para que nadie olvide lo sucedido. «Lo que hemos ido comprobando no nos ha sorprendido porque sabíamos los crímenes que cometía el régimen. Lo que nos dolió es que salieron muchos menos presos vivos de los que esperábamos, fueron pocos», lamenta Hanan Halimah, directora de proyectos.
Esta asociación presiona a las nuevas autoridades para que persigan a «todos quienes tienen sus manos manchadas de sangre, ofrezca indemnizaciones a las víctimas y ayude a localizar a los desaparecidos. Pedimos también que se procese a Al Assad en Damasco, aunque sabemos que no será sencillo», apunta la directora. La puerta de acceso la preside un cartel con la foto del exdictador que dice: «Se busca: Llevar a Assad ante la Justicia».
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