El plan de paz de Trump pone en el foco la «otra guerra» de los colonos en Cisjordania
El Estado hebreo refuerza la ocupación de este territorio con 3 millones de palestinos que se sienten «rodeados»
Parecemos ganado en un corral. Sólo tenemos una entrada y salida para 8.000 personas y hay días en los que no podemos ni movernos ... porque la cierran, como hicieron el viernes», lamenta Dafi Husein, vecino de Sinjil de 64 años quien, tras una larga temporada trabajando en Panamá, regresó a su lugar de origen para cuidar de sus tierras en uno de los altos que coronan esta localidad al norte de Ramala. Dafi otea el horizonte y todo lo que ve en las colinas cercanas son asentamientos y nuevos puestos avanzados instalados por colonos. «Estamos rodeados y lo peor es que no hay tranquilidad porque vienen a nuestras casas, roban y rompen nuestros olivos. Desde el 7 de octubre ya no distinguimos entre soldados y colonos, actúan igual», asegura este hombre de campo con mucha rabia.
Ese «corral» al que se refiere Dafi es una gran verja de seis metros de altura, forrada de alambre de espino, con la que los israelíes han comenzado a rodear Sinjil. Los primeros kilómetros del cerco ya están terminados y la obra sigue en marcha. Junto a la colosal valla, el ejército ha hecho intransitables cuatro accesos agrícolas al pueblo y ha cerrado con una barrera de color rojo el acceso principal a la carretera 60, la que cruza Cisjordania de Norte a Sur. Sólo hay un camino abierto, pero allí han colocado una barrera amarilla que cierran cuando lo estiman oportuno alegando «motivos de seguridad». Los puestos de control y las rejas son parte del día a día para los 3 millones de palestinos de Cisjordania, pero Sinjil es un paso más en esa estrategia de división y castigo.
El teléfono de Ayed Ghifari no para de sonar. Este activista de 50 años documenta los movimientos de los colonos en las tierras de Sinjil. Ha presentado 16 denuncias ante la Policía israelí, pero nunca le hacen caso. «La verja tiene un doble objetivo. Por un lado, nos aísla del mundo, nos deja enjaulados, pero por otro nos separa de nuestras tierras. El diseño es claro y están creando una separación que deja más de mil hectáreas fuera de nuestro alcance, ahora son los colonos quienes pueden trabajar nuestras tierras», denuncia. Hace unas semanas recibió la visita de varios de ellos así como de militares y arrasaron sus olivos centenarios.
La casa de Ayed se encuentra en la línea por la que seguirá avanzando la valla y colonos y militares le presionan para que se marche. Hasta 45 familias ya han abandonado sus casas en la zona afectada y se han trasladado al interior de «un pueblo convertido en prisión al aire libre», asegura.
A la sombra de Gaza
A la sombra de la guerra en Gaza, Israel refuerza la ocupación gracias al liderazgo de ministros ultranacionalistas como Bezalel Smotrich, responsable de Economía, e Itamar Ben-Gvir, de Seguridad Nacional. Su sueño es la anexión de Judea y Samaria, nombres bíblicos de Cisjordania, pero ante la negativa del presidente de EE UU, Donald Trump, trabajan cada día para hacer imposible que se pueda establecer un Estado palestino.
Los informes de Naciones Unidas reflejan el incremento de la violencia en los territorios ocupados, donde en los últimos dos años han muerto casi 1000 palestinos y 53 israelíes y hay más de 30.000 desplazados de los campos de refugiados de Yenín y Tulkarem. Durante la primera mitad de 2025 se han producido, además, 757 ataques de colonos que provocaron víctimas palestinas o daños a su propiedad, lo que supone un aumento del 13% en comparación con el mismo período de 2024, según las estadísticas del organismo internacional.
En Sinjil se pone nombre y apellido a esas víctimas. El 10 de julio los colonos mataron a tiros a Mohamed Al Shalabi, de 23 años, y Saif Musalat, de la misma edad y con nacionalidad estadounidense. Los dos jóvenes se sumaron a una marcha de vecinos hasta uno de los nuevos puestos avanzados levantados por los israelíes para desmantelarlo y les recibieron con fuego. Un mes antes, un militar disparó y mató a Yousef Foqahaa, de 14 años, en el campo vecino a la casa de Ayed. «Desde el 7 de octubre su actitud se ha radicalizado y los colonos tienen el poder, pueden hacer lo que quieran, ellos mandan», lamenta el activista. Cada vez que abandona su vivienda, no sabe lo que se puede encontrar a su regreso.
«Aquí no hay tranquilidad. Los colonos vienen a nuestras casas, roban y rompen nuestros olivos»
Vuelve a sonar el móvil. La familia Khalil pide ayuda porque las cámaras de su casa han captado la entrada de tres colonos que han sustraído varios focos de luz del huerto principal. Ayed acude, revisa las grabaciones de la mañana y las guarda para mostrárselas a la Policía. Se ve claramente a los jóvenes saltando el muro y llevándose el botín a su puesto avanzado en lo alto de la colina. «Cada vez hay más robos y ataques, pero aquí nacimos y aquí nos quedaremos hasta la tumba», afirma el activista, dueño de un teléfono que vídeo a vídeo forma la memoria de la impunidad de unos colonos protegidos y apadrinados por Israel.
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