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«Felipe González fue ideólogo de la no revisión del pasado»

Álvarez Icaza sostiene que «la impunidad» llevó a la «desesperanza» del país, que creyó iniciar en 2000 una nueva etapa con la derrota del PRI

Mercedes Gallego

México D. F.

Sábado, 30 de junio 2018, 02:22

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Tiene los rasgos curtidos, los labios apretados y el miedo escondido. Ramón, a secas, «empleado industrial», llega con una bolsa de sobres a la sede de campaña de Andrés Manuel Lopez Obrador. Quiere hablar «con el licenciado» para contarle cómo están comprando votos en su colonia de Santa Martha de Acatitla, una de las más pobres de Ciudad de México. Denunciarlo le parece tan peligroso que coge cada sobre con un servilleta, para que no queden sus huellas dactilares.

«Las traen de noche y las meten por debajo del zaguán», explica. Dentro, una falsa tarjeta bancaria y una carta de Ricardo Anaya en la que promete al portador un ingreso mensual para toda la vida de 1.500 pesos mexicanos (unos 65 euros) si votan por él. Del otro lado de la cancela se la recogen sin más explicaciones, ya se pondrá alguien en contacto con él. 

No se lo dicen, pero no hay nada ilegal en la promesa con la que el candidato de centroderecha engaña a los más pobres e ignorantes. El Tribunal Electoral ya lo ha dado por bueno. «Yo no estoy de acuerdo, se presta a malos entendidos», admite Emilio Álvarez Icaza, candidato a senador por la coalición de Anaya. «El problema son las tarjetas de verdad y el dinero efectivo que se entrega en la campaña para comprar el voto».

Unos cientos de pesos, despensas con un litro de aceite, un kilo de arroz y otro de frijoles. La masa no cree que su voto sirva para nada, mejor quedarse con algo que se pueda llevar al estómago. Suena básico, pero Álvarez Icaza asegura que es «una ingeniería electoral muy sofisticada». Durante casi un siglo el Partido Revolucionario Institucional (PRI) ha refinado la estructura para desactivar el voto en las zonas de la oposición, recogiendo los carnés electorales a la población que hacía cola para venderlos, y cargando de votos los colegios que necesitaba para ganar. «El que tiene más dinero, gana», resume el ex ombudsman de Ciudad de México. «Eso abre la puerta al narco», sostiene.

La avaricia de los gobernantes, que durante casi un siglo han expoliado un país rico en recursos naturales y petróleo, ha creado un caldo de cultivo para el crimen organizado, que en estas elecciones por primera vez mata sin cuartel para hacerse con un hueco en esta orgía. Son ya 49 los candidatos locales que han muerto asesinados en la campaña. El narco ya no se conforma con comprar a los funcionarios públicos, quiere poner a los suyos.

Durante décadas, parte de la tradición ha sido que el nuevo presidente gire la cabeza hacia otro lado y deje marcharse al anterior con una pensión vitalicia, cuentas en el extranjero y puestos en los consejos de dirección de grandes empresas. Hasta Andrés Manuel López Obrador ha reconocido abiertamente que no enjuiciará al actual mandatario, Enrique Peña Nieto, por los escándalos de corrupción que le tocase enfrentar. Su rival, el que ofrece tarjetas de cartón como propaganda electoral, promete una fiscalía autónoma que inicie el proceso judicial por las demandas de corrupción.

La «gran traición» de Fox

La impunidad ha contribuido a la desesperanza de un país que creyó iniciar una nueva fase de su historia en el año 2000, cuando por primera vez en 71 años salió elegido un partido que no era el PRI. Parte de ese contrato social fue no pasarle factura y Álvarez Icaza culpa de ello a Felipe González, entre otros asesores, «uno de los ideólogos de la no revisión del pasado de México», asegura. «Fue la gran traición de Vicente Fox. La diferencia es que aquí no hubo Pactos de la Moncloa y, de todas maneras, el tiempo ha demostrado que esa fórmula no funcionó ni para España ni para México», afirma.

Mañana el país elegirá a un nuevo presidente que está cantado por las encuestas, pero el ex secretario de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos cree que no sabremos el resultado ni cuando se lea su nombre en las casillas. «El pragmatismo electoral de Andrés se ha traducido en una cantidad de alianzas que no sabemos en qué gobierno derivará», reflexiona. 

A su juicio, el candidato de MORENA trae un cambio de estilo pero no necesariamente del modelo fuertemente presidencialista que ha regido México. Con todo, su gestión al frente del Distrito Federal, una ciudad de casi nueve millones de habitantes en la que fue alcalde, avala al menos su promesa de organización y transparencia. 

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