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Génesis Valdez, con su bebé prematuro, ante La Maternidad. Jon G. Aramburu
«Mi nieto va a ser mi tercer hijo»

«Mi nieto va a ser mi tercer hijo»

Madres adolescentes hacen cola de madrugada en la clínica de maternidad de Caracas

Jon G. Aramburu

Caracas (Venezuela)

Jueves, 14 de febrero 2019, 02:05

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Adriana Gómez tiene 17 años y espera ya su primer hijo. Monta guardia junto a su madre a la puerta de la Maternidad Concepción Palacios, un centro público en el corazón de Caracas conocido, dicen las gestantes, por ser «el mayor paridero del país». El de Adriana -explica su madre porque ella no habla, solo sonríe- es un embarazo de riesgo, ya que esta adolescente sufre frecuentes ataques epilépticos y «desórdenes mentales moderados». Va a ser niño. Rosa Abache, la futura abuela, está más contenta que su hija y no cesa de repetir que «mi nieto va a ser mi tercer hijo». El padre de la criatura, todo sea dicho de paso, brilla por su ausencia. «Es el vecino y se ha desentendido de todo».

Pero Rosa no capitula: «Dios no le pone pruebas a nadie si no las puede superar», dice. A esta familia humilde la situación le va a acarrear por lo pronto un serio quebranto. Sólo el paquete de pañales cuesta entre 50.000 y 60.000 soberanos -como se conoce al nuevo bolívar-. Equivaldría a entre 13,44 y 16,12 euros, cuatro veces el salario mínimo. «Y se acaba en un suspiro. Menos mal que le dará el pecho y no tendremos que preocuparnos de la leche hasta pasados seis meses», añade. Sólo una sombra empaña su entusiasmo. La futura madre toma carbamazepina, un medicamento para combatir las convulsiones que puede representar un riesgo para el feto. Entretanto, Adriana tiene congelada la sonrisa. «Ella no está asustada, yo sí -dice Rosa mientras la acaricia- porque sé la que se me viene encima».

Adriana es una más de la larga lista de futuras madres que hacen cola para su primera visita. Esa mañana han llegado alrededor de treinta en busca de cita, pero sólo entrará una docena porque no hay médicos suficientes. En la fila aguarda Yurbelia Urbina, 31 años, que lleva dos semanas tratando de hacerse un hueco entre las elegidas «para ponerme en control y que me abran un historial aquí». Trabaja de funcionaria y es de las que se crece ante la adversidad. «Si hay que luchar, se lucha -dice-. En este país, las preñadas tenemos que ser bravas». Lo mismo Jeisel Leal, que va por su segundo hijo y ya ha dejado atrás las náuseas y vómitos. Todas se arremolinan en torno a la puerta y desbordan a un celador que trata, sin éxito, de poner orden en el caos. «Yo ya les digo, pero es que no me pagan bola», se desgañita.

Norelia Mago es la jefa de consultas del área de Prenatal y tiene establecida su propia estadística. «De septiembre a diciembre es cuando hay más partos, la mayoría salen de las vacaciones con un bombo». ¿Y qué papel juegan aquí los programas de planificación familiar? «Pues el que les dejan». Las madres desfilan por las consultas con un gesto de resignación. Saben lo que les va a decir el obstetra. Que tienen que comer hortalizas y legumbres, además de proteínas, carne, pescado, huevos... «Una alimentación equilibrada», dicen, pero inalcanzable para ellas y sus familias». «Los complementos vitamínicos, el hierro, el ácido fólico... Todo cuesta dinero y eso es, precisamente, lo que no tenemos», dice Yestin Bermúdez, de 27 años y que ya va por el tercer hijo.

«No hay recursos para todas»

Marilin Figueroa es enfermera y lleva 14 años al pie del cañón. «Se me parte el corazón cuando las veo aguardando desde las tres de la madrugada en la calle. Tienes que decirles a la mayoría que se vuelvan por donde han venido, que lo intenten mañana, que no hay recursos para atender a todas». Y ése es sólo uno de los problemas. «Aquí no hay ascensores y las pacientes embarazadas tienen que subir tres pisos, muchas cuando están ya de nueve meses». No es que no haya medicamentos, «que tampoco». Las más elemental higiene se vulnera constantemente. «No hay desinfectante para limpiar los pasillos, ni gel; tampoco con qué limpiar las batas ni las sábanas, así que las acostamos sobre papel».

Hace quince años, la Maternidad funcionaba bien. Buenos médicos y equipos técnicos en consonancia. Ahora la situación ha cambiado, aunque todos los exámenes que se hacen siguen siendo gratuitos. «Hay más embarazos de adolescentes, quizá porque les dan un bono de ayudas y nadie se para a pensar que el gasto lo supera con creces», relata Figueroa. Por estos pasillos ha visto pasar a niñas de 12 años encinta, y hasta de 9, «descuidadas por sus padres y violadas por desaprensivos». El aborto sólo está permitido cuando el niño viene con malformaciones, no en los casos de violación, «porque cómo lo pruebas». Literal.

La Maternidad forma cada año a veinticuatro especialistas, pero sólo se quedan dos; el resto se va a la privada o al extranjero. Las máquinas de ultrasonidos son quizá el ejemplo más sangrante: de las siete con que cuenta el hospital, sólo funcionan tres.

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