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El recrudecimiento del bloqueo templa el optimismo en el 500 aniversario de La Habana

El recrudecimiento del bloqueo templa el optimismo en el 500 aniversario de La Habana

El embargo a Venezuela y la aplicación del título III de la Ley Helms Burton han traído a la isla recortes energéticos y medidas de ahorro que recuerdan al período especial

Mercedes Gallego

La Habana

Sábado, 16 de noviembre 2019, 22:20

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El patriotismo, decía José Martí, es «un deber santo», cuyo objetivo es que los ciudadanos «vivan felices». Si la algarabía de anoche en el Boulevard San Rafael de Centro Habana, recién remodelado para festejar el 500 cumpleaños de la ciudad, era testimonio de alegría, los cubanos son ahora más felices que nunca, mal que le pese a Donald Trump.La tormenta obligó a adelantar los fuegos artificiales que dibujaron el perfil de El Morro sobre el mar, pero no logró disipar el aire festivo que abarrotó el malecón de punta a punta, salpicado de conciertos. Como tampoco el recrudecimiento del embargo que lleva a cabo el vecino del norte de cara a las elecciones presidenciales del año que viene han doblegado el espíritu de resistencia de la isla que un día EE UU quiso comprar a España y no le vendió ni un hotel a Trump.

El embate ha sido recio. Tanto, que quienes tienen edad para recordarlo lo comparan con el periodo especial que vivió la isla tras la caída de la Unión Soviética. Ahora no es Rusia la que los abandona, sino Venezuela, incapaz de seguir pagando por los médicos cubanos -que junto a los maestros suponen principal ingreso económico del gobierno revolucionario, por encima del turismo- y de hacerle llegar los barcos cargados de crudo. A diferencia de los años 90, Cuba tiene ahora cuatro refinerías y produce casi el 40% del consumo total que necesita el país, pero los navíos petroleros interceptados en alta mar con crudo venezolano han obligado a imponer unas «medidas de ajuste y ahorro» que han revivido la angustia del periodo especial.

Se ven en las cristaleras de los bancos, cerrados anticipadamente desde el 14 de septiembre en horario de ahorro energético. En las puertas sin colas de Etecsa, la compañía de teléfono, que no puede procesar líneas ni tarjetas de internet en esa ventana horaria sin suministro en la que no funcionan los sistemas informáticos. En las caras preocupadas de los turistas, que emprenden desconcertados una peregrinación por los cajeros ante operaciones denegadas por falta de conexión, en un país en el que ya solo se funciona con efectivo. Y en los libros escritos a mano con los que operan en las oficinas durante ese tiempo sin luz.

En la notaría donde trabaja Ayehisa Rodríguez aprovechan esas dos horas de 11:00 a 13:00 para irse a almorzar y todavía no entienden por qué el gobierno mejor no aprovecha la franja habitual del almuerzo, en vez de dejar a la gente esperando en la puerta a que vuelva la luz. El presidente Miguel Díaz-Canel les aseguró por televisión que «hay espacio para la creatividad, pero no para la improvisación, porque todo está muy bien delimitado».

El país dispone del 48% del combustible destinado a la generación eléctrica, lo que garantiza el funcionamiento de las termoeléctricas, pero necesita abastecer al resto de los generadores que apoyan a la energía térmica en los momentos de más demanda. Repartir el consumo a lo largo de la jornada es clave para que no falte a la población en casa.

Asfixiar al pueblo

«No hay que coger miedo», les exhortó el presidente en busca del «apoyo y la comprensión del pueblo». De acuerdo con su mensaje, esta es una situación puramente «coyuntural». El plan del imperio se basa en «asfixiar a un pueblo al que no han podido hacerse rendir para modelar un estallido social», les advirtió. «Nos quieren cortar la luz, el agua y hasta el aire que respiramos para arrancarnos concesiones políticas, como si pudiéramos tirar a la basura 60 años de dignidad y de revolución».

El cinismo se apodera de los que llevan toda la vida escuchando ese discurso. «¿Barco, qué barco?», rebufa Rodríguez. «El barco que no había podido llegar en septiembre ya llegó hace mucho tiempo y aquí seguimos con los recortes». El embargo siempre ha sido la coartada con la que el régimen de la revolución ha justificado sus errores en ese deber santo de garantizar la felicidad de los ciudadanos al que se refería Martí, héroe de la independencia. Y ella ya se ha cansado de callarse y de que le digan que si no le gusta, que se vaya. «¿Y por qué me voy a ir, si esta es mi tierra y me gusta vivir aquí?», protesta.

Su hijo Flavio, de 25 años, que no vivió el periodo especial ni lleva tantos años ajustándose el cinturón, tiene una mirada muy distinta. «Donde él ve esperanza yo veo oportunismo», suspira la madre, mientras el hijo trata de convencerla. «¡Las cosas han cambiado mucho y van a cambiar más! Hace seis u ocho años no tenías las oportunidades que tienes ahora». Habla el optimismo inquebrantable de la juventud. Desde que Raúl Castro tomó el poder en 2008, «un hombre más dedicado a la familia que tenía la influencia de sus hijos», observa Osmani, un taxista, la creación de los trabajadores por cuenta propia se ha expandido progresivamente hasta abarcar a más de 600.000 cubanos. Son «la levadura del cambio», observó el ministro de Asuntos Exteriores español Josep Borrell esta semana, durante su tercera visita en un año.

Ya no se trata de abrir un paladar o alquilar una habitación en casa. Flavio se ha sacado el carné para diseñar y montar stands en ferias y exposiciones. Mientras se arregla para salir a disfrutar de la noche de festejos en La Habana chatea con sus amigos por el móvil, en el que desde abril tiene internet. Para él, el futuro es tan brillante y expansivo como los dibujos de pólvora que cobran forma sobre el malecón. Para su madre, «si no fuera porque éste tiene que acabar la carrera cogía un fusil y me tiraba a la calle». Osmani avisa de que mientras viva Raúl Castro y los históricos del partido, «lo que ha pasado en Bolivia aquí no pasa, aunque se tengan que llevar por delante a nueve millones de cubanos». La mejor vacuna para unos y otros es la alegría, que no falta estos días en las calles de La Habana. «Y si algún sufrimiento tuviera el pueblo cubano, es por culpa del bloqueo, no nuestro», remata el presidente por televisión.

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