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Jaque a los criadores de Santa Claus

Jaque a los criadores de Santa Claus

El cambio climático y las restricciones de trashumancia y caza del Gobierno mongol ponen contra los cuerdas a los Dukha, la última etnia nómada que depende de los renos para sobrevivir

icíar ochoa de olano

Martes, 12 de enero 2016, 02:45

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De porte majestuoso y fisionomía simpática, son animales nobles dotados de una gran fuerza y resistencia. Envueltos en dos capas de piel gruesa y diseñados con pezuñas todoterreno, poseen una nariz capaz de templar el aire que respiran antes de que alcance los pulmones, una cualidad vital cuando el mercurio se desploma cuarenta grados por debajo del cero. Así se las gasta el invierno en la remota e inhóspita tierra de los señores de los renos. Hablamos de los Dukha, una legendaria etnia nómada, ahora moribunda, enraizada en las profundidades del «bosque nevado», la traducción del mongol de la Taiga. Allí, a varios días de travesía en coche y a caballo desde la capital del país, Ulán Bator, inmersos en grandiosos y abruptos parajes que se antojan habitables únicamente a caballos salvajes, lobos, osos y águilas, ordeñan, pastorean y cabalgan a los fieles compañeros de Santa Claus.

En otro tiempos fueron muchos más. Sin embargo, se estima que en la actualidad apenas quedan cuarenta familias que montan y desmontan sus precarios campamentos cada siete u ocho semanas para buscar, con todos sus bártulos a cuestas, pastos nutritivos a un millar de renos. Los aguerridos Dukha y su modo ancestral de vida se extinguen.

Les acosa el cambio climático, que modera las temperaturas y reseca la atmósfera de la Siberia mongola; les amenaza la economía, en forma de deforestación salvaje para nutrir el voraz mercado internacional de la madera; les ahoga la deserción de las generaciones más jóvenes, sus propios hijos, más interesados en mudarse a una ciudad y conducir un coche o manejar un teléfono móvil que en someterse a las inclementes condiciones de la Taiga; y les acorrala el Gobierno de Tsakhiagiin Elbegdorj Chimediin Saikhanbileg que, consciente de cómo la árida estepa engulle poco a poco los bosques y, con ellos, su biodiversidad, ha reforzado las leyes forestales y medioambientales, y restringido sus áreas de caza. Como compensación, el Estado ha pagado a cada familia unos 150 dólares, una cantidad irrisoria si se tiene en cuenta que el sueldo medio de un trabajador corriente en esa república asiática ronda los 330 dólares al mes.

Conocidos entre la población mongola como los Tsaatan literalmente, «los que tienen renos», esta pequeña comunidad trashumante, que durante cientos de años ha confiado a esos animales su supervivencia en los gélidos inviernos que soporta la región de Khovsgol, enclavada a un tiro de piedra de la frontera sur con Rusia, ha dejado de ser autosuficiente. Apenas le quedan ya zonas donde capturar animales, lo que les obliga a comprar comida de sus rebaños toman su leche, pero jamás su carne para asegurarse su alimentación.

Los hombres y mujeres que susurran a los renos hasta convertirlos en una especie dócil y amigable, el pueblo que profesa el Tengrianismo, una religión chamánica que cree a pies juntillas en la existencia de una conexión espiritual con los animales, las plantas y las almas de los desaparecidos, los antaño fieros cazadores de la Taiga, han comenzado a emigrar al sur de su país, cada verano, en busca de otros pastos menos verdes, pero más lucrativos: los que les proveen los turistas en forma de billetes.

Viajeros occidentales

Así, han empezado a instalarse, durante la estación estival, en un campamento improvisado en las inmediaciones del lago Ubsugul, un destino habitual en las rutas que siguen los cada vez más viajeros occidentales que se animan a adentrarse en el antiguo imperio mongol. Allí, un clan de aproximadamente una docena de familias organizado por un chamán de la tribu ofrece a los turistas la posibilidad de conocer el estilo de vida de los Dukha sin necesidad de tener que soportar un incómodo e interminable desplazamiento, a menudo por senderos imaginarios, hasta sus dominios, en el intrincado bosque nevado.

Pese a que esas latitudes no resultan cómodas para sus venerados animales, los Tsaatan han descubierto que los cérvidos causan furor entre los visitantes, quienes están más que felices de pagarles 5.000 tugriks mongoles el equivalente a unos 2,5 dólares por tomarse una fotografía con sus rumiantes y poder exhibirse luego en sus casas, junto a las imponentes cornamentas, a modo de trofeo zafio. El trajín de autobuses de compañías turísticas que va y viene del lago Ubsugul en verano, la temporada alta, fácilmente puede dejar a cada pastor unos 200 dólares diarios, unos ingresos que aseguran la holgada supervivencia de los pastores durante el crudo invierno, aunque el botín solo suponga un endeble parche a su inexorable declive cultural y existencial.

Apenas representado ya por doscientos individuos, el pueblo que ha fascinado durante décadas a viajeros de todos el mundo por su habilidad para convertir a renos, lobos y águilas en sus aliados, se consume en la pira del progreso. De ley es criogenizar su ejemplar comunión con los animales salvajes y la naturaleza.

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