"Cogen lo que es nuestro"
Sudáfrica sufre una oleada xenófoba. Estos hombres quieren echar a los inmigrantes. Les acusan de quitarles el poco trabajo que hay. «No queremos matarles, pero tomaremos sus tiendas», amenazan
yolanda veiga
Martes, 28 de abril 2015, 01:20
Getchew Aboul marchó el jueves por las calles de Johannesburgo envuelto en la bandera etíope. Una actividad de riesgo en el polvorín xenófobo en que ... se ha convertido Sudáfrica las últimas tres semanas. Ya hay al menos siete extranjeros muertos, entre ellos el mozambiqueño Emmanuel Sithole, al que apuñalaron sus vecinos nacionales delante de un periodista del Sunday Times. Otros dos compatriotas fueron tiroteados el miércoles pero siguen vivos en un hospital, y el nigeriano Prince Okhe se cuenta entre los afortunados. Es un tipo con suerte al que solo han quemado el taller. Además, hay 7.000 desplazados y Malaui ha repatriado ya a 500 ciudadanos. Han tenido la fortuna de que los saquen de allí las autoridades en autobús antes de que lo hagan los sudafricanos racistas a golpes.
Saquean sus comercios, queman sus coches y destrozan sus casas. Culpan a los inmigrantes de la degradación del país, que soporta una tasa de paro del 24%. Es el dato oficial (en España es un 23,4%), pero los economistas alertan de que el desempleo es mucho mayor. Los extranjeros suman unos cinco millones (somalíes, etíopes, paquistanís...) en una población de cincuenta millones, una minoría a la que los locales tiene señalada. Les acusan de permanecer en el país de forma ilegal, de cometer delitos, de no dejarles prosperar, de trabajar por una miseria condenándoles a ellos a hacerlo aún por menos, de competencia desleal... Déjà vu. En 2008 hubo otro estallido xenófobo y murieron 62 personas y desde entonces hasta hoy se cuentan hasta 350 asesinatos de inmigrantes.
El Ejército ha salido a controlar los puntos más conflictivos, que se han extendido en un incendio incontrolable que prendió en Durban y está abrasando Johannesburgo. Los militares entraron la semana pasada al albergue de trabajadores del barrio de Jeppestown, en el centro de la ciudad. A sus moradores, todos hombres jóvenes y de mayoría zulú, se les acusa de ser activos instigadores de los ataques contra los extranjeros. Ellos vienen a decir que alguien tenía que hacerlo, que alguien tenía que cumplir los preceptos del rey del pueblo zulú, Goodwill Zwelithin, al que se le considera el ideólogo de la violencia xenófoba al pedir hace unas semanas en un acto público a los inmigrantes que volvieran a sus países. Ahora llama a la paz.
Trabajar por 3,8 euros
Manyathela Mvelase dice que las palabras de Zwelithin se malinterpretaron, que «no dijo que haya que apalearlos», aunque él, personalmente, no se mueve un milímetro hacia atrás. Este sudafricano de 49 años es el jefe del hostal masculino de Jeppestown y un xenófobo declarado. Por necesidad, se justifica, «por hambre». Se lo cuenta al periodista de la agencia EFE que le ha retratado a él y a otros inquilinos. La media sonrisa no parece un gesto ensayado pero se antoja una incongruencia. «Lo que nos indigna es que los extranjeros lleguen y creen trabajos solo para ellos y sus compatriotas. Los extranjeros solo cometen delitos, esto no es lucha, es solo tomar lo que nos pertenece», argumenta.
Eugene Mgcina (31 años) vivió durante seis años en una chabola de cinco metros cuadrados junto a su mujer, y también cree que le deben algo. «Los nigerianos y paquistanís deben volver al lugar de donde proceden. Yo trabajaba como guardia de seguridad en una propiedad por 3.500 rand al mes (266 euros) y los directores eran zimbabuenses. Cuando me quejé del bajo salario, estuve solo. Ninguno de los extranjeros protestó. Están felices si les pagas 50 rand (3,8 euros). Quiero que el Gobierno los eche a patadas». A todos no, «algunos pueden quedarse», se muestra grotescamente benevolente Wiseman Ngobese (33 años), compañero de Manyathela y de Eugene en el albergue donde entró el Ejército y detuvo a once personas.
Él también sitúa en los conflictos laborales el origen de las revueltas. «Los extranjeros son los dueños de los talleres y cuando vamos a buscar trabajo no creen que podamos trabajar bien. El rey Zwelithini solo les dijo que debían regresar a sus países para que nosotros podamos abrir nuestros propios comercios. No queremos matarles, tomaremos sus tiendas, aunque no tienen que irse todos, algunos pueden quedarse».
«El Gobierno dijo a los inmigrantes que deben contribuir pero ellos solo contratan a sus conciudadanos», interviene Mduduzi Nyembe (31 años), consolidando la única dirección en la que se mueve el debate en el hostal de Jeppestown. Y de la misma opinión son, aunque no la expresen, Thabani Mathenjwa (26), empleado en precario en un taller de coches; y Apheas Mazibulco, un carpintero de 62 años que ha montado en el sótano del albergue su taller porque no tiene dinero para alquilar un local.
Ninguno fue el jueves a la manifestación en Johannesburgo, otra más... Participaron 30.000 personas. «Derrotaremos a la xenofobia como derrotamos el apartheid», prometieron las autoridades. La mayoría quiere creerles.
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