Codeándose con las balas
La furia inmobiliaria de la Gran Manzana inserta junto a los guetos viviendas de lujo para multimillonarios, amenizadas por los tiroteos de las bandas
mercedes gallego
Martes, 7 de abril 2015, 00:41
Apenas cae el sol, Joseph y Marilyn Torres suben a casa. Toda la vida en una vivienda pública de la Avenida D les ha enseñado ... que la oscuridad es la mejor coartada para malhechores y pandilleros. Son estos los amos del sueño social de Franklin Delano Roosevelt, el presidente del New Deal que impulsó la construcción de viviendas sociales, conocidas como projects, para afrontar la miseria de la Gran Depresión.
Malos vecinos
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contraste
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Projects. Viviendas sociales impulsadas Roosevelt para hacer frente a la Gran Depresión. Delincuentes y pandilleros campan a sus anchas en estas torres de los años 60 en las que viven 20.000 neoyorquinos pobres, la mayoría negros y latinos.
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Pisos de lujo. Al otro lado de la Avenida D (death, muerte) se han edificado pisos de dos millones de dólares. El actor Jesse Metcalfe, que se hizo famoso como el atractivo jardinero de Eva Langoria en 'Desperate Housewives', quiere ocupar la planta de arriba.
A veces ni siquiera necesitan de la noche para apretar el gatillo. La última víctima mortal de los tiroteos a los que el resto del barrio parece vivir ajeno cayó en la acera a las cuatro y media de la tarde. Shemron Isaac, un aspirante a rapero de 33 años, padre de dos hijos, recibió tres disparos a corta distancia. Conocía a su asesino, vivía en la misma urbanización. De eso hace tres semanas, y no es el único caso. Se puede seguir el rastro de las balas por la posición de la garita móvil de la policía, que, a pesar de tener una comisaría a menos de una manzana, también ha asignado permanentemente un coche patrulla a esa acera de la Avenida D. Tienen mucho que defender, y no es solo la vida de los 20.000 habitantes de bajos ingresos que pueblan las torres de pisos desde los años sesenta.
El Nueva York de las series policiacas se ha convertido en un gran parque temático para millonarios, pero la vida de gente como Joseph y Marilyn no ha cambiado mucho. Excepto la decrepitud de las viviendas, con las tuberías atrofiadas de grasa e infectadas de cucarachas, y la vista de los modernos edificios de lujo que se han erguido desafiantes al otro lado de la calle. Mientras ellos evitan tomar el fresco en un banco, sus flamantes vecinos se pasean por el balcón con cócteles en la mano.
Los nuevos edificios tienen nombres del pop, como 'Arabella', que fue el caballo de troya, o 'El Robyn', por el cantante sueco, o 'El Adele', que presume de terraza en el tejado y altavoces bluetooth en cada apartamento, por un mínimo de 3.600 dólares al mes, cuando la media de alquiler en los projects es de 450. Como la furia especuladora demostró no tenerle miedo a los guetos, el inversor inmobiliario Steve Ferguson decidió poner a prueba la conquista de esta última frontera en la orilla Este de Manhattan: pisos a dos millones de dólares, justo en frente de la garita móvil de la policía.
«¡Buena suerte!», le desearon irónicos los lectores del blog inmobiliario Curbed. En lugar de amedrentarse, el inversor contrató a uno de los agentes de la serie de televisión 'Million Dollar Listing' y en esos días prenavideños en que la Policía movía la garita aún más cerca de su edificio, organizaba una selecta fiesta para compradores en la que subastaba una vespa.
A la campaña de marketing le acompañaba un cartel en el que un hipster de barba y tupé con gafas de sol y la dirección tatuada en la espalda se paseaba en bicicleta por este «emblemático barrio» de Nueva York que los catálogos de venta llaman East Village, a pesar de que esas cuatro avenidas siempre han sido el Alphabet City. Y aunque el edificio está a una puerta de la avenida D, el anuncio muestra la C, por buenos motivos. En la historia oral de la ciudad, 'A' respondía a Asalto, 'B' a Battery (paliza), 'C' a Coma y 'D' muerte.
No es de extrañar que los especuladores hayan preferido convertir este conflictivo barrio en una extensión del que habitasen Madonna, Lady Gaga y Patty Smith antes de que pudieran pagarse zonas más nobles. Cuando los Ramones tocaban en el mítico CBGC, al Alphabet City solo se cruzaba para comprar drogas. La heroína y el crack tenían fama, pero los nuevos vecinos prefieren a los estudiantes de la Universidad de Nueva York (NYU), que sirven a domicilio con el mismo aire de hipster que el ciclista del anuncio en 277 E. 7th St.
El primer interesado en ese edificio también estudió en la NYU y podría pasar por el modelo del anuncio. El actor Jesse Metcalfe, que se hizo famoso como el atractivo jardinero de Eva Langoria en Desperate Housewives, quiere ocupar la planta de arriba, según 'The New York Post'.
«¿Crees que le gustará a los nuevos vecinos la animación del barrio?», se burló Paul Davis, un fotógrafo que vive en frente desde finales de los 80. Por aquella época en que las drogas y el crimen se dispararon, los projects dejaron de ser la utopía en la que Marilyn Torres recuerda haber crecido. Los bloques de ladrillo marrón con aspecto soviético fueron creados con zonas verdes, fuentes, bancos y salas de reuniones. A los vecinos se les daba la opción de trabajar en los puestos de mantenimiento, devolviéndoles el orgullo que perdían al depender de la beneficencia.
Marilyn traza el declive a la desaparición de los judíos, una clase social de inmigrantes de posguerra que en los años 60 y 70 aún compartía la marginalidad de negros e hispanos, pero que remontó pronto. Fueron los últimos blancos de los projects. Cuando estos se convirtieron en el escenario de las series policiacas, muchos ayuntamientos quisieron extinguirlos lentamente. Una vez que el abandono los hizo prácticamente inhabitables, ciudades como Nueva Orleáns o San Luis los dinamitaron, acabando así con una rémora del estado del bienestar que el capitalismo nunca aprobó. En Nueva York, que tiene el mayor número de vivienda pública de EEUU, sobreviven aún 2.563 edificios, ahora insertados entre la oficina de Bill Clinton en Harlem o la casa de Jesse Metacalfe en el Alphabet City. Eso no quiere decir que las autoridades hayan decidido devolverles su dignidad. En 2013 la lista de reparaciones atrasadas se acercaba al medio millón y a estas alturas poner los edificios a punto costaría más de 15.000 millones de dólares, que el Ayuntamiento no tiene.
Farolas contra el crimen
Cuando silben las balas en la esquina, Metalcalfe no sabrá quien las dispara, Joseph sí. Puede que sean los Latin Kings o Los Netas, algunos de los cuales viven en su mismo edificio. A menudo los reconoce por la cicatriz en la cara que deja la cuchillada de iniciación, con su inconfundible reborde. Este antiguo camello sabe todo lo que pasa en su urbanización, pero no es porque esté a la vista. De hecho, «cuando alguien te hace algo ni siquiera sabes decir quién es, porque no le ves la cara», se queja su mujer. «Si a nosotros nos pusieran luces, como a los de la avenida C, también disminuiría el crimen». Y tiene razón. Hasta hace poco se pensaba que la iluminación solo disipaba el miedo, pero un estudio de la británica Kate Painter demostró que reduce el crimen un 23%.
El de las 334 urbanizaciones de viviendas públicas de Nueva York ha aumentado un 31% desde 2009, en comparación al 3% del resto de la ciudad. Los portales no cierran, las cámaras de seguridad no funcionan, los policías no se atreven a patrullar, los delincuentes campan a sus anchas. Durante su primer año, el alcalde Bill De Blasio, que ha prometido 1,5 millones de dólares en farolas, llevó a cabo un experimento en Stapleton Houses, localizado en Staten Island. Tras invertir 200 millones de dólares en mejorar la iluminación y reparar lo que tiene que ver con seguridad, el crimen bajo un 40%.
Ahora se ha propuesto instalar en los tejados 300 sensores que detectarán el sonido de las balas y alertaán de ello a la policía. A pesar de que Nueva York se precia de tener el número de asesinatos más bajo desde 1963, «demasiada gente en esta ciudad se ha acostumbrado a que los disparos en la noche sean la banda sonora de sus vidas», reconoció el alcalde.
Joseph y Marilyn no viven en las quince urbanizaciones elegidas. Aún tendrán que mirar con envidia las farolas de la acera de enfrente y oler a orina en la escalera en lugar de pintura fresca. Y si a alguno de estos millonarios les coge un día cerca el silbido de las balas, los lectores de East Village Grieve, que lloran la comercialización de su barrio, ya se lo están advirtiendo: «Nadie les mandó irse a vivir a un edificio de lujo enfrente de los projects».
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