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Tumba de Ángel Ganivet en el cementerio de San José de Granada . Archivo de Ideal
Ilustres sepulturas

Ilustres sepulturas

Un recorrido por los sepulcros de personajes de la historia y la cultura de la ciudad, que en algunos casos, tardaron en encontrar el descanso eterno

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Sábado, 3 de noviembre 2018

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Llega noviembre, y se hace poco menos que inevitable escribir sobre difuntos. Como si de un vasto panteón se tratara, esta sección les propone hoy un paseo por Granada siguiendo la última morada de algunos de sus hombres y mujeres ilustres.

El recorrido parte del centro, de una de las joyas arquitectónicas de esta ciudad. En el pétreo relicario gótico de la Capilla Real, descansan los cuerpos de los Reyes Católicos. Isabel murió en Medina del Campo el 26 de noviembre de 1504, amortajada con un humilde hábito franciscano, el cortejo fúnebre tardó 21 días en llegar a Granada. Cuentan las crónicas que, para recibirla, se enlutaron las calles y «el pueblo entero, rezando en voz alta, subió a la colina roja, desde las murallas hasta más allá del Campo de los Mártires, tras el triunfante pendón real engalanado con flamantes borlas y cordones que pregonaban el paso de las cenizas de la reina». El cuerpo fue entregado a los frailes de San Francisco y en su monasterio, junto a la Alhambra, fue inhumada. En un bonito patio andalusí del actual Parador Nacional, aún se conserva aquella lápida.

Pero volvamos al centro. Los Reyes Católicos en su testamento mandaron labrar la sepultura de sus cuerpos en la ciudad a la que habían librado del Islam. Isabel también pidió una tumba sencilla, voluntad incumplida por su viudo. Iniciadas en 1506, las obras de la Capilla Real concluyeron en 1521 año en que, el 10 de noviembre, los restos de Isabel y Fernando (que falleció en 1516) se trasladaron a su definitivo emplazamiento. Junto al mausoleo, tallado en mármol de Carrara por Doménico Fancelli, el sepulcro de Juana La Loca y Felipe el Hermoso, obra de Bartolomé Ordóñez. Aquí descansa también el infante Miguel, nieto de los Reyes Católicos.

Yacer en un monasterio

Carlos V, accedió a los deseos de doña María Manrique, viuda del Gran Capitán, y autorizó a que este fuera enterrado en la capilla mayor del Monasterio de San Jerónimo. Jacobo Florentino se haría cargo de la construcción de esta capilla pero murió sin finalizar el encargo que pasó a las manos de Diego de Siloé. La duquesa falleció a su vez en 1527 y, cuenta Gallego Burín en su 'Guía', que Siloé abandonó el trabajo sin haberlo terminado porque el duque de Sessa, nieto de Fenández de Córdoba, lo despidió. Finalmente, en octubre de 1552, el cuerpo del militar de Montilla fue trasladado desde el convento de San Francisco a San Jerónimo con gran solemnidad, «rodeado de muchísimas banderas y estandartes», con clérigos con velas y capellanes reales y tribunas en la Plaza Nueva, la Iglesia Mayor y San Jerónimo para descanso de la comitiva. En 1568, el nieto consiguió que Felipe II cediera al monasterio el cortijo de Ánsola y con las rentas, se costeó el retablo, la reja, solerías y los sepulcros del Gran Capitán y su esposa, imágenes yacentes que no llegaron a labrarse. La invasión napoleónica convirtió el monasterio en cuartel de artillería y la tumba fue saqueada. Ante el altar mayor, una escueta lápida recuerda que ahí yace el Gran Capitan cuya gloria nunca quedará soterrada como lo están sus huesos.

En la Catedral

Cuenta Gómez Moreno en su 'Guía' que fueron varios los personajes enterrados en la catedral cuyos restos de han extraviado. Cita por ejemplo, al célebre cronista Pedro Mártir de Angleria, prior de la Catedral; los infantes don Pedro y Don Alonso de Granada, la primera esposa de Siloé o el arquitecto Ambrosio de Vico. También habla del primer arzobispo, Fray Hernando de Talavera, que murió en 1507, que también fue enterrado en el convento de San Francisco y luego trasladado a la Catedral, en 1517, cuyo sepulcro, hoy desaparecido, se veneraba a la izquierda del altar mayor.

Bajar al interior de la cripta es entrar en un mundo de misterio. Allí, junto a los religiosos, reposan los restos de Mariana Pineda, otro 'cadáver errante', que tras ser ajusticiada en el Triunfo, tomó sepultura en el cementerio del Almengor y después en la basílica de las Angustias hasta que 1856, fue definitivamente enterrada en la cripta de la Catedral. La urna funeraria que se utilizó para desplazar su cadáver se custodia en el Ayuntamiento y, portada por cuatro pajes, sale en procesión el día que se recuerda la muerte de la heroína. Bajo las bóvedas de la iglesia metropolitana está también el escultor Alonso Cano y, en 1989, enterraron allí a Santiago Martín López, campanero de la Catedral, que fue nombrado canónico de honor para poder descansar en la cripta. Cada 2 de noviembre se abre al público.

En la catedral está también enterrado Hernando Pérez del Pulgar, al que sus hazañas en la guerra de Granada le valieron tan alto honor.

Un camposanto en la ciudad

No hay iglesia de Granada que no conserve en su recinto los restos mortales de algún personaje notable de su época. San Juan de Dios está encerrado en una urna de plata en su grandiosa basílica. La primera tumba del fundador de la Orden Hospitalaria fue el destruido convento de la Victoria, cuyos terrenos ocupa hoy el hogar Bermúdez de Castro. Cuenta que tras el estallido de la Guerra Civil, los restos se escondieron ante el temor de que fueran profanados y volvieron a su camarín barroco cuando terminó la contienda. En 1950 la arqueta con las reliquias de San Juan de Dios, tras una peregrinación que llevó a los restos del Santo por varias localidades de España y Portugal, se abrió y se tomaron algunos trocitos que se repartieron entre el relicario de la catedral y las diversas casas de la Orden Hospitalaria.

Más ejemplos. En la cripta de la iglesia de Santa Ana, una lápida recuerda que allí está enterrado Juan Latino y en el mismo templo, están los huesos del escultor José Risueño y del historiador Francisco Bermúdez de Pedraza. En la colegiata del Salvador, cerca de su carmen de los Mascarones, fue enterrado el poeta Soto de Rojas y los pintores Pedro Atanasio Bocanegra y Juan de Sevilla, y el escultor Diego de Mora en el templo de San Miguel Bajo.

Los restos mortales del padre Manjón reposan en la capilla de la casa madre del Ave María. En su lápida están escritas las letras 'A. M.' que rubrican su vida humilde y sencilla.

Cadáveres errantes

Este paseo termina en el cementerio de San José. Allí llegaron, 27 años después de su suicidio, los restos de Ángel Ganivet, trasladados desde Finlandia en el año 1925. Muy cerca, a los pies de un olivo centenario, yace Manuel Ángeles Ortiz, enterrado en Granada en 1984, cuatro años después de su muerte en París. En 1993, los restos mortales del ingeniero Emilio Herrera regresaron a Granada desde su exilio en Ginebra.

Otros de nuestros ilustres paisanos descansan lejos de su tierra, como fray Luis de Granada, el padre Suárez o la emperatriz Eugenia, enterrada en la cripta imperial de la Abadía de Saint Michel en Farnboroug en Inglaterra.

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