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La vida cotidiana en la placeta de San Gregorio

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La vida cotidiana en la placeta de San Gregorio Archivo de Ideal

El convento que fue mazmorra y carbonería y salón de baile

Historias de @LaHemeroteca ·

El convento de San Gregorio Bético, en el Albaicín, ha sufrido importantes vicisitudes a lo largo de su historia. Hace 80 años el ayuntamiento quiso restaurarlo para alojar a los refugiados de la Guerra Civil

Amanda Martínez

Sábado, 1 de septiembre 2018, 12:39

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Hacía unos días IDEAL había informado que el local que la Asociación Granadina de Caridad tenía destinado como albergue se había quedado pequeño. Los sublevados controlaban la capital pero la resistencia antifascista se reorganizaba en la provincia convertida en un auténtico campo de batalla. Escapando de la guerra, llegaban a la ciudad ciudadanos en busca de asilo. El número de acogidos en el local de la plaza de las Descalzas no paraba de crecer y era indispensable encontrar un lugar más amplio. Alguien recordó un pequeño convento del Albaicín que se encontraba abandonado pero que hacía no mucho había sido cuartel y cárcel de mujeres. Se trataba del convento de San Gregorio Bético.

Hoy la calle Calderería Nueva es un zoco de artesanía de reminiscencias árabes y animadas teterías. Hace no mucho tiempo, este pintoresco rincón albaicinero contaba con un animado y colorido mercadillo de puestos al aire libre diseminados en el primer tramo de la cuesta donde los agricultores de la Vega vendían sus productos y donde no era extraño encontrarse con un cabrero ordeñando a sus animales.

Aquel barrio de cuestas empedradas parecía anclado en el tiempo. Era un barrio pobre, obrero y, en aquellos día de guerra, estaba teñido de rojo por resistirse como ningún otro al alzamiento franquista. También el barrio era conocido por su anticlericalismo del que no se escapó el lugar que hoy protagoniza este recuerdo.

El convento de San Gregorio Bético sufrió importantes daños durante la insurrección anarquista de diciembre de 1933 y la noche del 10 de marzo de 1936 volvió a ser asaltado. El fuego provocado no destruyó el templo, pero el atentado acabó por expulsar a la comunidad religiosa que lo habitaba y poco después, entre sus muros casi en ruinas, izquierdistas y republicanas cumplieron parte de su sentencia en una improvisada cárcel para mujeres.

Mazmorra y carbonería

El 28 de agosto de 1938, IDEALse hace eco de la noticia de la próxima restauración del convento para alojar a refugiados y encarga a Marino Antequera la elaboración de un reportaje que recuerde la historia del edificio. Minucioso como era DonMarino en sus artículos, retrocede a los primeros años después de la conquista de Granada para contar que ya existía en este mismo sitio una ermita dedicada a San Gregorio, «el lugar estaba santificado por la tradición de que en él enterraban los musulmanes a los mártires cristianos, como hicieron con los franciscanos Juan de Cetina y Pedro de Dueñas, martirizados en la fortaleza de la Alhambra en 1397» (la leyenda dice que fueron arrastrados hasta aquí atados a las colas de unos caballos por predicar el Evangelio). Tras la conquista cristiana, los Reyes Católicos construyeron en el lugar una ermita bajo la advocación de San Gregorio Bético, obispo de Elvira, del que al parecer era muy devoto Hernando de Talavera.

En 1593 sobre las ruinas de aquella ermita comenzó a levantarse el actual templo. La obra concluyó en 1596 y en 1662 se cedió el convento a la congregación de clérigos menores de San Francisco Caracciolo establecida en Granada desde 1638, primero en la calle Elvira y después en el Campillo. Aquellos religiosos, «especializados en administrar el sacramento de la Penitencia» ampliaron la iglesia en 1695 con la construcción de la capilla mayor y la torre «situada en la cabecera del templo, tras la capilla mayor, un lugar poco usual en la tradición constructiva española», explica César Girón en su libro 'Iglesias de Granada» una torre, por cierto, muy parecida a la del antiguo convento de San Francisco, actual Parador de Turismo.

Durante la desamortización de Mendizábal, el convento perdió retablos e imágenes y la iglesia se destinó a depósito de carbón y hasta fue un salón de baile en carnavales y «donde, según las crónicas, tenía lugar las fiestas de peor nombre de la ciudad frecuentadas por pícaros y fulanas», apunta Girón. De la antigua iglesia no quedó más imagen que la del titular en piedra en una hornacina sobre la puerta de la entrada y, cuenta Antequera, que durante el tiempo que estuvo oculto por un tabique, hubo que cortarle la mano que sostiene un libro al santo porque sobresalía del hueco.

No fue hasta mediados del s. XIX cuando Bienvenido Monzón Puente (arzobispo de Granada entre 1866-1885) restituyó la iglesia para culto y en el convento alojó a la comunidad del Sancti Spiritu, un monasterio de monjas dominicas que se encontraba en la calle de los Tintes, a espaldas del Zacatín Viejo, también exclaustrado y demolido.

Otro de los rincones pintorescos del Albaicín

Villar Yebra pintó la plumilla que reproduce este artículo contemplando la cuesta de San Gregorio desde el callejón del Gato. Mientras dibujaba debió recordar la historia que dio nombre al lugar, una leyenda sangrienta que tuvo que ver con un adulterio y con la venganza del marido engañado, un receptor de la Chancillería que confesó su crimen al rey Carlos III comparándose con un gato al acecho que captura un ratón. Al rey le hizo gracia el relato, perdonó el crimen pero ordenó al culpable que colocara en la fachada de su casa la figura de un felino. Este rincón muestra una bonita perspectiva del pequeño monasterio. Atraviese la verja que protege su sencilla portada, apenas decorada por un par de granadas. En su interior una reja separa el lugar donde rezan las religiosas. Una de ellas permanece siempre junto al altar. Un buen momento para visitarlo es a mediodía, cuando se reúnen para cantar el Ángelus, un rincón de paz antes de remontar la escalonada cuesta de San Gregorio en busca de otra de las singulares imágenes que salpican el barrio del Albaicín.

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