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Traslado del féretro con los restos mortales de la niña Aixa Sánchez Hita, de 9 años, que apareció muerta y violada cerca de Torres Bermejas en los bosques de la Alhambra. González Molero

Treinta años del crimen que conmocionó a Granada: "El asesino de la luna llena"

Con motivo del aniversario del asesinato de la niña Aixa Sánchez Hita, recuperamos este reportaje publicado en IDEAL el 30 de octubre de 2012

Manuel pedreira

Lunes, 30 de octubre 2017, 13:12

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Un asesino suelto, que actuaba de noche y elegía como víctimas a niñas de entre 10 y 14 años, sembró el pánico en la Granada de finales de los ochenta. La ciudad contuvo la respiración durante siete meses, el tiempo que transcurrió entre el primer ataque, saldado con la muerte de una niña de 9 años, y el segundo, que afortunadamente no terminó con otra muerte sino con una niña de 14 años medio desnuda y tiritando en los bosques de la Alhambra pero viva. Su testimonio resultó a la postre clave para que el "asesino de la luna llena" o el "violador de la Alhambra", como fue conocido entonces, acabara en manos de la Policía antes de sumar una tercera muesca a su macabra cuenta.

José Fernández Pareja fue condenado por la Audiencia Provincial de Granada a 85 años de prisión pero apenas pasó 16 tras las rejas. Accedió a la libertad condicional en 2003 y en marzo de 2004 saldó sus cuentas con la justicia y se convirtió en hombre libre. La sentencia añadió una pena de destierro para impedirle regresar a Granada otros seis años después de su puesta en libertad.

Desde marzo de 2010, por tanto, el asesino de Aixa puede pasear por las mismas calles por donde hace un cuarto de siglo condujo, a punta de navaja, a sus dos víctimas desde la zona de Gran Capitán hasta los bosques de la Alhambra, lugar elegido para culminar sus fechorías.

Nadie conoce el paradero actual de Fernández Pareja, que cumplió su condena entre las cárceles de Jaén y Gerona, aunque algunas fuentes aseguran que tras abandonar el presidio se ha afincado en Cataluña, desde donde ha viajado a Granada en varias ocasiones a visitar a su familia.

La muerte de Aixa sacudió a la ciudad como una descarga eléctrica y tanto el funeral como la manifestación convocada dos días después, una de las más multitudinarias que se recuerdan con 20.000 personas en la calle, prologaron siete meses de conmoción.

La no detención del autor en los días inmediatos al suceso disparó las especulaciones y el miedo, un estado de terror colectivo que rozó el paroxismo cuando seis meses después del asesinato de Aixa, otra niña fue víctima de un ataque con idéntico "modus operandi" y escenario. El asesino volvía a actuar impunemente aunque en esta ocasión la niña había vivido para contar el infierno de aquella noche.

La Policía Nacional necesitó un mes más para identificar al autor, detenerlo y poner fin al espanto ciudadano, a aquellos siete meses de pavor en los que muchas granadinas que ahora rondan los 40 dejaron de volver solas del colegio.

Penúltima de seis hermanos

Aixa tenía 9 años y era la penúltima de seis hermanos. Vivía en la calle Pintor Velázquez y estudiaba 4º de EGB en La Presentación. La tarde del jueves 29 de octubre de 1987 salió de casa a comprar un pliego de cartulina para sus deberes escolares. Nunca regresó.

José Fernández Pareja coincidió con ella en el portal y juntos subieron al ascensor. Antes de llegar a la planta donde vivía la niña, la amenazó con una navaja y la obligó a bajar y a que lo siguiera por diversas calles de Granada hasta llegar, ya de noche, a un paraje solitario al pie de Torres Bermejas, en el recinto de la Alhambra. La sentencia recogió como cierto que ambos tomaron un taxi en el Camino de Ronda que los dejó al pie de la Cuesta Gomérez.

Entre la maleza, ordenó a Aixa que se desnudara con la idea de violarla, algo que no pudo consumar por la desproporción de los órganos sexuales. Le hizo tocamientos y le obligó a que le practicase una felación. «Cuando terminé, me senté junto a ella mientras intentaba luchar contra los impulsos del demonio. Yo no quería matarla pero una fuerza irresistible me llevó a lanzarme sobre ella y apretarle el cuello con las manos. Después, la misma fuerza me llevó a meterle en la boca las bragas y asegurar así que la niña había muerto».

José Fernández Pareja lo contó así, minucioso, sereno y pulcramente vestido, el 17 de abril de 1990 en la Audiencia provincial. El fiscal, Arturo Gómez Pardo, lo acusó de ocho delitos y pidió una condena de 106 años. Las acusaciones particulares, ejercidas por los padres de las dos niñas, elevaron su petición hasta 160 años. Ningún letrado de pago quiso hacerse cargo del asunto y los tres abogados del turno de oficio renunciaron. La defensa del asesino confeso recayó entonces, como establece la ley, en la junta de gobierno del Colegio Oficial y, por sorteo, en el letrado Eduardo Torres González-Boza, actual decano de los abogados granadinos y por entonces con 37 años.

Manifestación de protesta por el crimen
Manifestación de protesta por el crimen Ramon L. Pérez /Archivo de Ideal

Ciertas incomprensiones

«No es plato de gusto y fuera de mi ámbito más cercano sí hubo ciertas incomprensiones. Todo el mundo tiene derecho a ser defendido y asumí el encargo con toda la profesionalidad que pude. El día del juicio, pedí protección al presidente de la Audiencia porque había recibido llamadas anónimas diciendo que a los que defendían a los asesinos de niñas, había que cortarles el cuello. Entré a la Chancillería por una puerta lateral», indica.

El autor había reconocido los hechos pero su abogado logró al menos que se eliminaran varios delitos y que Fernández Pareja fuese condenado sólo a 85 años de cárcel. A Eduardo Torres lo felicitó el fiscal y el propio Colegio -del que era decano Luis Angulo Rodríguez- y todo pese a que por culpa de su propio cliente no pudo plantear la estrategia de defensa que hubiese deseado.

«Cuando tuve en mis manos el sumario, vi que ya se le había practicado una prueba psicológica que aseguraba que no padecía ningún trastorno. Sin embargo, desde nuestro primer contacto en la cárcel de Jaén, me di cuenta de que no estaba bien de la cabeza, que había una patología clara», señala.

Torres visitó varias veces a Fernández Pareja en el presidio jienense, adonde fue internado pues un tío carnal de la segunda víctima trabajaba en la prisión de Granada. «Se negó en rotundo a ser sometido a una prueba psiquiátrica. Al entrar en la cárcel se aferró a la religión y por eso en el juicio se justificó diciendo que estaba poseído por el diablo», añade.

El perdón de Dios

El asesino asumió los hechos, se disculpó con las víctimas y aseguró que no necesitaba el perdón de los hombres porque quien debía perdonarlo era Dios y ya lo había hecho. La prueba de esa resignación es que ni siquiera cuando supo que le pedían 160 años de prisión quiso someterse al examen psiquiátrico, ni tampoco que se recurriese la sentencia. Eduardo Torres solicitó el internamiento de su defendido en un psiquiátrico penitenciario pero el tribunal lo sentenció a 85 años de cárcel.

En aquel juicio, seguido con inusitada expectación, no declaró finalmente Susana, la chica de 14 años que fue víctima del segundo ataque y cuyo testimonio permitió detener al asesino. Tanto el fiscal como las defensas renunciaron a su comparecencia para ahorrarle ese mal trago, sustituyéndose la declaración en la vista oral por la lectura de las que ya había hecho ante la Policía.

La agresión a Susana, estudiante del colegio Regina Mundi, repitió punto por punto lo sucedido con Aixa y sólo la suerte o el destino quisieron que saliera con vida del bosque de la Alhambra. El 28 de abril de 1988, José Fernández Pareja la abordó en el portal de su casa en la calle Martínez de la Rosa y, a punta de navaja, se la llevó al pie de Torres Bermejas, al mismo lugar donde había asesinado a Aixa.

Según la sentencia, el acusado le llegó a preguntar a la niña si era virgen ante su mayor desarrollo corporal. Tras pasarle la navaja por los senos, intentó penetrarla sexualmente pero no pudo, sin que se pudiese precisar el motivo, bien por falta de erección o desproporción de los órganos sexuales entre agresor y víctima.

El asunto del tamaño era otra de las obsesiones del asesino. Aficionado a frecuentar burdeles, había trabado relación con una prostituta, relación que terminó mal y con la acusación despechada de la mujer de que con su pene sólo podría satisfacer a una niña. Fernández Pareja, soltero de 21 años que trabajaba como vendedor en el mercado de San Agustín, reconoció en el juicio que «en el momento en que me emborrachaba, sentía la fuerza irresistible que me obligaba a buscar una mujer para saciar mis instintos».

Intento fallido

Tras intentar ahogar a Susana con sus propias bragas y creyéndola muerta, la abandonó. A las dos de la madrugada, Susana recobró el conocimiento y, semidesnuda, llegó hasta los taxistas de Plaza Nueva, que la trasladaron al hospital. Su precisión al describir a su agresor y la pericia de los especialistas que elaboraron el retrato robot facilitó la detención.

Policías disfrazados de jardineros y electricistas poblaron los jardines de la Alhambra confiados en la ley no escrita de que el asesino siempre regresa al lugar del crimen. Así fue. Un agente lo reconoció y se lanzó sin dudarlo sobre él. José Fernández Pareja levantó las manos y se limitó a gritar «yo he sido, yo he sido». Fue el anochecer del 26 de mayo de 1988, luna llena, como siete meses antes cuando acabó con la vida de Aixa Sánchez Hita. Igual que ayer veinticinco años después.

De la novela de Muñoz Molina a la película de Uribe

La crónica de sucesos está llena de asesinatos más o menos truculentos -¿qué asesinato no lo es?- pero resulta menos habitual que uno de estos crímenes sirva como argumento de una novela. El escritor ubetense Antonio Muñoz Molina vivía por entonces en Granada y la desgraciada peripecia de Aixa le conmovió especialmente. Diez años después publicó "Plenilunio", novela inspirada en aquellos sucesos aunque en ningún momento se cite Granada como escenario o el nombre de Aixa como víctima. El abogado Eduardo Torres recuerda cómo Muñoz Molina le pidió ayuda para documentarse «y durante una semana fue todas las mañanas a revisar el sumario en mi despacho», rememora. La novela inspiró una película con el mismo nombre, dirigida por Imanol Uribe e interpretada por Miguel Ángel Solá, Adriana Ozores y Juan Diego Botto.

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