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Manifestantes queman las butacas del cine Regio en la Plaza del Carmen en 1919
Granada, una ciudad rebelde

Granada, una ciudad rebelde

Un libro editado por Comares retrata la conflictividad social provocada por corrupción política y las duras condiciones de vida en la Granada de los primeros años del siglo XX

Amanda Martínez

Sábado, 18 de marzo 2017, 01:02

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Se acusa a Granada de indolente pero la historia demuestra lo injusto de ese sambenito. Las mareas que llenan sus calles de protestas tienen algunos precedentes históricos, recuerden, por ejemplo, la huelga de la construcción en los años 70, una crucial protesta en tiempos de dictadura. El libro La Granada insurgente, de Álvaro López Osuna (Comares,2016) traslada al lector a la provincia durante los años en los que la Restauración borbónica comienza hacer aguas para retratar una Granada lejana, azotada por la desigualdad social y la lucha por la supervivencia, pero también reivindicativa. Un momento histórico con el que reflexionar sobre acontecimientos del presente.

La farsa electoral

López Osuna ofrece una documentada reconstrucción de la situación política y social de la ciudad en el periodo comprendido entre 1898 y 1923. La Restauración canovista (que comenzó con el reinado de Alfonso XII en 1875), sustentada en el sistema de turno de partidos conservador y liberal, era un sistema político corrompido por el caciquismo y el fraude electoral. A nivel municipal, acostistas y lachiquistas, como se conocían a los partidarios del Manuel Rodríguez Acosta de Palacios y Juan Ramón La Chica Mingo, ganaban alternativamente las elecciones gracias a pucherazos donde solo los miembros de los partidos dinásticos podían formar parte de la mesas electorales y eran los que contaban las papeletas. Se compraban votos, se amenazaba con matones al que votaba en contra de los intereses del bipartidismo... cualquier artimaña servía para que no hubiera sorpresas en los resultados.

En 1903 el candidato republicano Leonardo Ortega consiguió el acta de Diputado con el apoyo de La Obra, una sociedad obrera fundada en 1900 y presidida por Rafael García Duarte, y en 1910, la candidatura republicana consiguió una clara mayoría en los distritos urbanos, aunque los resultados en los municipios le impidieron lograr el triunfo. No hay forma de vencer al caciquismo por vía electoral. Hay que utilizar otros métodos y el más eficaz era la insurrección. La huelga general convocada como protesta demostró el progresivo descontento hacia un sistema que solo permitía que los industriales, los comerciantes, los banqueros o los terratenientes consiguieran el poder.

Muertos de hambre

Estos años fueron muy difíciles para Granada. El hambre y la miseria se establecieron en la provincia. A las enfermedades y las malas condiciones de vida se unía el ascenso imparable del precio de los productos más básicos. No existían un sistema de seguridad social, ni cajas de retiro o socorro y las únicas instituciones de ayuda son las de beneficencia pública, como la Asociación de Caridad o la Cocina Económica que se crean en este periodo. También eran habituales las limosnas de pan que, con motivo de navidades, fiestas del Corpus o algún acontecimiento, ofrecían las familias acaudaladas a los más pobres.

Para complicar más la situación, teminaron las obras de construcción de la Gran Vía que habían sido un refugio de empleo. Ahora tampoco había trabajo.

En 1915 una multitud de mujeres del Albaicín se congregó en los jardines del Triunfo y el grito de ¡Pan a ocho! se convirtió en un símbolo de protesta popular.

Febrero negro

El estudio de López Osuna dedica especial atención a los sucesos de febrero de 1919 un momento fundamental en la historia de esta ciudad: «Es la primera rebelión contra el caciquismo en España y sobre todo no quedó con un hecho a nivel local, sino que produjo disturbios en varias ciudades de España, contagiadas por la rebelión granadina», explica el investigador.

Las protestas anticaciquiles desembocaron en una serie de manifestaciones. Al Ayuntamiento, dirigido por Felipe La Chica, se le acusaba de desviar fondos y de malversar el dinero del impuesto de consumos, que tantas movilizaciones había acarreado. La paciencia de los granadinos de agotó. El 5 de enero salieron a la calle los albañiles en una jornada de huelga a la que se unieron los dependientes del comercio. Disuelta la manifestación, un grupo espoleado por Agustina Mercedes, líder de la Agrupación Femenina Socialista, intentó acceder al ayuntamiento para pedir la dimisión del consistorio. Días después protestaron los estudiantes que, en la plaza de la Universidad, simbolizaron una parodia de muerte al cacique. Un grupo se dirigió a la Plaza del Carmen donde se quemaron las butacas del Salón Regio, propiedad de un concejal lachiquista. El día 11 se vivió la jornada más sangrienta. La manifestación se dirigió a casa del alcalde y la guardia civil cargó contra los manifestantes. Replegados en la plaza de la Encarnación una bala mató al estudiante de Medicina Ramón Ruiz de Peralta. La revuelta se acentuó, se declara el Estado de Guerra y hubo dos muertos más. Aquel suceso fue uno de los hechos más impresionantes que se recordaban en Granada y el entierro de estas personas se convirtió en una gran manifestación popular. La Chica y el gobernador civil Aparicio fueron cesados por el presidente del Consejo de Ministros. «La conciencia de la dignidad civil da un latigazo en los lomos de la ciudad», escribió Ortega y Gasset en la portada de El Sol.

En junio Fernando de los Ríos rompe el encasillado y gana las elecciones en Granada, fue el único diputado socialista elegido en la Restauración, no solo en Granada, sino en toda Andalucía. Cuando parece que ya se ha acabado con el caciquismo, las estructuras vuelven a armarse aunque muy debilitadas. Las elecciones se suceden. Los partidos dinásticos son incapaces de articular mayorías. Cuando Primo de Rivera dio el golpe de estado en septiembre de 1923, prácticamente no hay reacción.

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