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Santuario de la VIrgen de Fátima, de Lancha del Genil, cuando aún no se había inaugurado. Torres Molina/Archivo de IDEAL
Un paseo por la historia de la Lancha del Genil

Un paseo por la historia de la Lancha del Genil

Celebramos las fiestas en honor a la Virgen de Fátima con noticias y leyendas del barrio granadino

Amanda Martínez

Sábado, 14 de mayo 2016, 01:09

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En la tarde del domingo 11 de mayo de 1947, miles de fieles acompañaron a la imagen de la Virgen de Fátima en su traslado desde Granada hasta una ermita levantada hacía solo unos meses por los Padres del Corazón de María en Lancha del Genil. La comitiva, presidida por los estandartes de la Cofradía del Cristo de los Favores, recorrió unos cuatro kilómetros desde la Cruz de los Caídos (que estaba en el Paseo del Salón) hasta el pequeño templo de la Carretera de la Sierra. Niñas con sus profesoras, jóvenes con trajes regionales, familias y ancianos, se agruparon en torno a la pequeña imagen que desfilaba subida en una carroza decorada con flores.

La devoción a esta virgen iba a más cada año. En 1948 se le atribuyó la curación de una chica granadina, María Josefa Lozano, gravemente enferma de una dolencia crónica conocida como púrpura. Los médicos de San Juan de Dios la habían desahuciado, pero ella tomó unas gotas de agua del santuario portugués y, al día siguiente, sencillamente se recuperó. Al menos, así lo contó este periódico en su contraportada el 12 de junio de 1948.

Pronto la ermita se quedó pequeña para acoger a tantos fieles. Cada mes de mayo, un tranvía especial marcado con el letrero Granada-Fátima, hacía el recorrido entre la capital y la Lancha el día de la romería. Una suscripción popular permitió que el 13 de mayo 1961 se consagrara el nuevo santuario.

César Girón cuenta en su libro Iglesias de Granada que, en 1952, cuando se desmontaba el terreno para comenzar la obra, apareció una pepita de oro de cierto tamaño. La mina, sobre la que se sustentaban los cimientos del templo, llevaba mucho tiempo sin explotarse.

Este barrio es una mina

En el siglo XIX la fiebre del oro había traído a Granada a cientos de buscadores que perdieron su tiempo, su trabajo y su vida, para alcanzar una quimera. Uno de ellos fue el marchante de arte parisino Juan Adolfo Goupil que, en 1875, comenzó la explotación minera del Cerro del Sol. Pero el francés murió sin encontrar oro. Sus herederos vendieron los terrenos que pasaron de mano en mano hasta 1913 cuando su último propietario, Emilio Ortiz, la vendió al Ayuntamiento de Granada por 800.000 pesetas.

En los años treinta la actividad minera volvió al barrio de la Lancha. El ingeniero Manuel Maldonado Sanz elaboró un informe que hizo pensar que el sueño de la California granadina era posible. Maldonado aseguraba que los franceses habían fracasado en su búsqueda por varios motivos: por un lado, por la falta de agua, por otro, por no haber efectuado una prospección detenida del terreno, lo que hizo que se mezclaran las capas estériles con las auríferas. Tampoco existían en la época los procedimientos químicos necesarios para la extracción del mineral, presente en la zona en forma de polvo y laminillas. En el año 1936, a la espera de las más de trescientas mil pesetas en las que el ingeniero Maldonado presupuestó el proyecto, trabajaban en los yacimientos un centenar de obreros, tres ingenieros y dos capataces. Uno de ellos era Juan Garrido Rubio, vecino del barrio de la Lancha, decano de los buscadores de oro granadinos y antiguo capataz de la Compañía francesa.

La puerta del Pescado

En el año 1980, periódicos como IDEAL como Abc, se hicieron eco de una noticia divulgada por la Comisión provincial de Patrimonio Histórico: al parecer, la conocida como puerta del Pescado, una de las puertas que formó parte de la muralla exterior de Granada y que se daba por desaparecida, se había encontrado, abandonada, en la Lancha del Genil.

La versión de la historia, que sostiene José Luis de Mena en un artículo publicado en este diario en 1980, era que Goupil, aquel propietario de la mina de oro, la compró y la colocó como ornato para la entrada de la Compañía.

De la importancia de la puerta habla el propio Seco de Lucena que la describe en su libro La ciudad de Granada: descripción y guía. Elevada en el siglo XII, o quizás a comienzos del XIII, los musulmanes la llamaron de varias maneras: puerta del Ocaso, del Crepúsculo o del Refugio. Parece que fueron los cristianos los que comenzaron a conocerla como puerta del Pescado a partir del siglo XVII, pues por ella entraban los pescadores para vender o subastar sus mercancías. Se encontraba en la cuesta del mismo nombre que baja, desde el barrio del Realejo hasta el Paseo del Salón. Algunos historiadores dicen que fue desmontada en 1870, poco antes que la de las Orejas, demolida en 1884.

La misma Comisión rectificaría esta información en su reunión del 15 de marzo de 1981. Un informe de Jesús Bermúdez Pareja y Joaquín Prieto-Moreno confirmó que «no se reconocen en dicha puerta materiales que puedan atribuirse a la Puerta del Pescado siendo, por su técnica constructiva y disposición general de entro los siglos XIXy XX, para servir de acceso a la finca en que se explotó un yacimiento de oro. Queda no obstante en claro que la puerta hallada tiene desde luego interés arquitectónico dentro de los edificios propios de la pasada centuria».

El reventón del Darro

La tarde del 12 de septiembre de 1951 el Darro reventó en Puerta Real. Las aguas saltaron en una ola gigantesca que inundaron viviendas e hicieron volar

por los aires el adoquinado arrastrando piedras, maderas y troncos. A escasos kilómetros del centro de la ciudad, en Lancha del Genil, una humilde barriada levantada por la Asociación Benéfica Nuestra Señora de las Angustias sufrió los peores daños: dos niños pequeños, Fernando y Antonio, de cuatro y dos años, hijos del pintor Miguel López, no pudieron ser rescatados. Estaban en casa, solos con su madre embarazada y otros tres pequeños cuando una riada de lodo penetró en su habitación inundándola. Un colchón había taponado la ventana por la que podrían haber rescatado a los niños. Los vecinos no pudieron hacer nada y los intentos de los bomberos por reanimarlos, fueron en vano. Sus hermanos mayores se libraron por sus propios medios pero no hubo tiempo para salvar a los más pequeños, que habían estado en la calle ilusionados con tomarse como helados los enormes granizos caídos al inicio del aguacero.

Casa-Leones y Casa-Gallinas

Asclepios, el pseudónimo tras el que se escondía el polifacético FidelFernández, dedicó una de sus deliciosas Antiguallas granadinas al barrio. Cuenta la leyenda de un castillo situado en la Lancha, el castillo de Dar-El Wadi, o Dar-Al Ahuet que servía de refugio a una tropa musulmana que, gracias a un misterioso amuleto, eran invencibles en la lucha. Al frente de ellos estaba el príncipe Abul-Katar que relizaba frecuentes incursiones en la frontera y, a presar de llevar la muerte y el terror a los ejércitos cristianos, siempre resultaba ileso, sin un rasguño. El pueblo, creía que estaban dotados de poderes sobrenaturales y llamaba a su morada la Casa de los Leones.

Un día la reina Isabel la Católica, a la que le gustaba dar largos paseos a caballo desde el Real de Santa Fe, llegó a una colina que dominaba el valle del Genil y vio, escondido entre alamedas y jardines, el castillo de Abul Katar. Un soldado de su escolta le contó la historia del amuleto y la valentía de aquellos moros invencibles. Al escuchar esto, un soldado de sus huestes, abandonó el altozano, descendió hasta la fortaleza y escaló ágilmente su muralla. Poco después, el castillo empezó a vomitar soldados por sus puertas y aljimeces tras los que salió «calada la visera y apaleándolos con los terribles mandobles de su espada, el gigantesco caballero».

Desde entonces, a la Casa Leones pasó a conocerse como Casa Gallinas y el soldado que realizó tal hazaña, que entonces era poco conocido, llegó con el tiempo a ocupar un lugar importante en nuestra historia que le saluda con el nombre de Gran Capitán.

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