Así fueron los primeros años del edificio desalojado por una fiesta de estudiantes
La Policía Local tuvo que 'sacar' a 284 jóvenes del inmueble situado en la calle Cuchilleros el pasado sábado. Hace diez años, IDEAL publicó un reportaje sobre el hogar de 17 estudiantes extranjeros: 'La casa de Babel'
ideal.es y adrián argente
Jueves, 7 de abril 2016, 02:15
El pasado sábado, la Policía Local tuvo que desalojar a 284 jóvenes de una fiesta particular que estaba teniendo lugar en un edificio situado cerca ... de Plaza Nueva, en la calle Cuchilleros. Tal y como pueden ver en este vídeo, la celebración fue tan escandalosa que los vecinos no pudieron pasarla por alto.
Hace diez años, IDEAL publicó un reportaje titulado 'La casa de Babel', en el que descubríamos cómo un edificio señorial del siglo XVI, antes propiedad de Alonso Fernández de Pineda -uno de los conquistadores de Granada-, se había convertido en el hogar de 17 estudiantes extranjeros de diferentes nacionalidades. Esa Babel, claro, es el mismo edificio de la fiesta que terminó en desalojo.
Les invitamos a leer aquel reportaje, publicado el 29 de marzo de 2006:
La casa de Babel (29 de marzo de 2006)
La antigua casa de Alonso Fernández de Pineda, uno de los conquistadores de Granada que participó en la Batalla de Lucena -situada en la céntrica calle Cuchilleros- continúa regalando historias quinientos años después de su construcción. Un nutrido grupo de jóvenes vive en ella una experiencia intercultural única. Todos ellos son estudiantes y la mayoría disfruta este año de una de las conocidas becas Erasmus. Cinco italianos, dos franceses, tres alemanes, dos finlandeses, dos noruegos, un inglés, un belga y un sirio son los protagonistas de una convivencia internacional que tiene su origen en el corazón de Granada.
Cuando se cruza el viejo portón de madera que resguarda la entrada se comprueba que el edificio mantiene en su interior un ambiente fresco, ignorando los casi 25 grados que calientan las calles a las cuatro de la tarde.
El patio principal alberga una decena de plantas cuyo color alegra los enrejados de las ventanas. Arriba, en la primera planta, espera Adeline Jolivet, una de las dos chicas francesas. «Casi todo el mundo está en la terraza», comenta. En efecto, varios aprovechan la inmejorable disposición del edificio para tomar el sol en el lugar en el que suelen reunirse cada día, cuando el tiempo lo permite. Poco a poco van llegando todos los demás.
Cuando todo el edificio está ocupado por jóvenes estudiantes de países tan diferentes, con tantas ganas de aprender y de divertirse, la convivencia resulta, curiosamente, más sencilla. «Todos estamos en unas circunstancias muy parecidas, lejos de nuestras familias y de nuestros amigos. Cuando llegamos aquí no conocemos a nadie, así que la integración entre nosotros se acelera, porque buscamos las mismas cosas», señala una de ellos. «Estamos tan acostumbrados a estar juntos -declara Adeline-que cuando nos fuimos el fin de semana pasado a Portugal, y sólo llevábamos un día sin vernos, ya estábamos enviándonos toques al móvil». Uno de los pocos chicos que habita la casa sentencia: «Si no falta cerveza, no hay problemas de convivencia».
A medida que la conversación avanza, las anécdotas brotan con facilidad. Sobre todo cuando se hace referencia a las fiestas. «Una vez llegamos a reunirnos doscientas personas en una fiesta de Erasmus que se celebró en un piso de Recogidas, y fue espectacular». Una de las chicas noruegas confiesa entre carcajadas que tras una de estas celebraciones sufrió una gran resaca durante dos días. «¡He ganado!», exclama animosa.
Otra de las ventajas que disfrutan respecto a la gente de su edad es que, al ocupar el bloque entero, nunca tienen problemas con los vecinos cuando organizan 'trasnoches' en alguno de sus pisos. Justo en el instante en el que afirman esto, el sonido proveniente del edificio contiguo interrumpe la charla. «¿Ves? A veces son los otros vecinos los que hacen más ruido que nosotros», apunta otra de las chicas.
Mentalidad europea
Lógicamente, no siempre se quedan en el edificio para divertirse. A pesar de que todos conocen la mayoría de los sitios de esa especie de 'ruta Erasmus' de Granada, no todos deciden ir a los mismos lugares, aunque tienen tiempo suficiente para explorar nuevos territorios. «Yo conozco todos los bares de Granada y no he visto todavía la Alhambra», exagera la italiana Antonella Malena en un tono distendido, lo que provoca la risa de los demás.
La integración con los españoles o la búsqueda de otros estudiantes Erasmus es un dilema que han de resolver. Claire Le Bas, que no vive en la antigua casa de los Pineda pero sí visita a sus amigos a menudo, asegura que llega un momento en el que se ha de tomar una decisión: «Por un lado puedes ir a un lugar en el que todo el mundo está igual que tú, gente que no domina del todo el idioma y que no tiene grupos formados. Por otro - continúa explicando-, están los locales en los que casi todos son españoles, cuyos grupos a veces son más cerrados y tienes que hacer un esfuerzo por integrarte. Pero creo que es la mejor decisión, porque uno viene aquí para aprender la cultura del país y conocer a su gente».
Todos coinciden en la idea de que experiencias como ésta pueden ayudar a la consolidación de una mentalidad verdaderamente europea, algo que hoy casi nadie tiene. Están convencidos de que conocer las culturas de otros países les ayuda a entender mejor las suyas propias, a darse cuenta de cómo es realmente un francés, por ejemplo, de sus virtudes y defectos. Creen que esta integración multinacional es positiva, por ello se alegran de la existencia de estas becas. Destacan su aportación, incluso, a los matrimonios mixtos que se han formado entre estudiantes que un año fueron a cursar su carrera al extranjero.
Lo único que provoca cierta tristeza en ellos es saber que un día esta experiencia se acabará. Adeline lo reconocen: «Lo malo de estar fuera es que cada vez haces amistades más profundas, porque tus amigos son como tu familia y el momento de dejarlos atrás es muy difícil. A mí me encanta viajar pero estoy cansada de conocer a la gente sabiendo que en poco tiempo dejaré de verlos».
La parisina Séverine Simon aporta una visión optimista al respecto: «Cuando cada uno vuelva a su país siempre se pueden mantener las relaciones, aunque sea a otro nivel. Lo importante es saber que tienes un amigo en algún punto del mapa al que puedes visitar en el futuro». Los demás asienten y se muestran de acuerdo.
Después, muestran orgullosos los antiguos artículos de prensa publicados en este periódico que hablan sobre 'su' edificio y, alborozados, apuntan posibles enfoques para este reportaje. «Di que hace mucho sol, que nuestras familias no nos creen», se escucha a lo lejos. Y, en efecto, el frescor del patio interior contrasta con el calor de la calle cuando vuelve a cerrarse el gran portón de madera que protege la entrada de la casa de Babel.
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