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El montañero Julio Guisado Carmona posa junto a Alfonso Ortega y los restos del Globemaster.
El Globemaster del Mulhacén

El Globemaster del Mulhacén

El 12 de febrero de 1966 un avión norteamericano que transportaba material para las labores de búsqueda de la bomba de Palomares se estrelló en Sierra Nevada. No hubo supervivientes

Amanda Martínez

Sábado, 13 de febrero 2016, 01:26

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Lunes 16 de enero de 1966. Un B-52G con cuatro bombas de hidrógeno en sus bodegas sobrevolaba el Mediterráneo en una misión de alerta aérea que le había llevado a algún lugar de las inmediaciones de la frontera turco-soviética. Solo al alcanzar su destino, la tripulación fue informada de que el vuelo no era más que un ejercicio. A las 9.22, hora Zulu (que entonces equivalía a la hora de Londres) el avión comenzó una maniobra de repostaje en vuelo sobre el cielo almeriense. Un error al aproximarse a la aeronave cisterna provocó que la sonda del combustible golpeara la estructura del B-52 que se partió en dos. Cuatro de sus siete tripulantes pudieron saltar del avión. Los cuatro pasajeros del nodriza, procedente de Morón, perdieron la vida. Las cuatro bombas termonucleares,entre 65 y 100 veces más destructivas (según la fuente que se consulte), que las que borraron del mapa a Hiroshima y Nagasaki, mezcladas con pedazos del fuselaje de ambos aviones, cayeron sobre el pequeño pueblo almeriense de Palomares. Dos de los artefactos chocaron contra el suelo liberando 3 kilogramos de plutonio 239, otra fue encontrada intacta en el lecho de un río y la última, cayó al mar provocando una operación de búsqueda y rescate en medio del más absoluto secretismo impuesto por el Pentágono y la dictadura de Franco.

Operación Flecha Rota

A parte del baño del ministro Fraga en la playa de Palomares, poco se sabía acerca de lo que había pasado y menos sobre el plan de emergencia puesto en marcha por el gobierno norteamericano. Aquella operación se conoció con el nombre de Broken Arrow o Flecha Rota, y movilizó a ochocientos soldados que acotaron, junto a la playa de Quitapellejos, una zona que bautizaron como Campamento Wilson.

El 12 de febrero, para colaborar en las labores de recate del artefacto nuclear, despegó de la Base Aérea de Torrejón un C-124 Globemaster II que cargaba vehículos y material con destino a la zona del siniestro. El avión tenía un plan de vuelo que incluía escalas en San Javier, Morón y una última de vuelta a San Javier antes de volver a Madrid. A las 18.26 despegó del aeródromo sevillano. A las 19.40, se perdió el contacto con el aparato.

Rescate en el Mulhacén

Aquel día de febrero un fuerte temporal azotaba Sierra Nevada. Pocos se atrevían a salir a la calle y menos en los pueblos de la Alpujarra donde el viento iba acompañado de una aparatosa tormenta. Pero alguien alertó a la Guardia Civil: habían visto un avión que sobrevolaba muy bajo la central eléctrica de Pampaneira. Poco después se oyó una explosión acompañada de una ráfaga de luz intensa muy cerca del Mulhacén.

La Fuerza Aérea norteamericana envió a "cuatro aviones, una avioneta y un helicóptero" (IDEAL 15 de febrero de 1966) para localizar el aparato siniestrado, sin embargo las condiciones meteorológicas complicaron la tarea hasta el punto de tener que desistir.

Por su parte, la guardia civil movilizó a un grupo de montañeros y vecinos de Dílar, Capileira y Trevélez, para participar en las labores de rescate. Entonces la benemérita no disponía de un equipo especializado en alta montaña así que la colaboración de los voluntarios, que disponían de los equipos adecuados y conocían bien la Sierra, fue fundamental.

Coordinados por Martín Aivar, presidente de la Federación Andaluza de montañismo, el grupo estaba formado por el propio Aivar, Carlos Vázquez, Antonio Lizancos Morales, Emilio Ortiz, Francisco Huertas, Diego Bartolomé, Aurelio Liébanas, Enrique Perea, José Martín Requena, José Borland, Joaquín Fernández, Joaquín González, Fernando Rivera, José Santisteban, Serafín Martín, Antonio Santisteban, Julio Guisado, Francisco Olmedo, Rafael Pinilla, José Luis Sánchez, José María Jerez Mir, Jesús Baca Molero y Paco Martínez Perea, que entonces era un joven colaborador de este periódico.

La búsqueda

Desde Capileira partió la expedición de montañeros y vecinos que se dividieron en varios grupos. Lo cuenta Miguel Lozares en su libro Los aviones de Sierra Nevada: «el primer grupo, compuesto por siete hombres, exploraría el área entre Lanjarón y Cerro del Caballo; el segundo, de cuatro, desde Capileira hasta el Mulhacén; un tercero, también de cuatro voluntarios, desde Trevélez al Mulhacén, Alcazaba y Goterón y un último exploraría la cara norte del Veleta, la Carihuela y el Corral del Pico». Sobre el mediodía del lunes 14 de febrero, se localizaron los restos del Globemaster en la falda sur del pico del Mulhacén, a 3.479 metros de altura. El avión había colisionado en una zona que los alpinistas conocían como Peñones Negros, los lugareños, Los llanos del Mulhacén.

IDEAL, en su edición del 15 de febrero de 1966 relata con todo detalle la escena dantesca que se encontraron al llegar

«solo ha sido hallado algo que llamarse pueda cadáver, aunque falto de las extremidades inferiores y de la mitad superior de la cabeza. Está congelado y soldado al duro hielo. De los demás, solo trozos identificables como humanos, cual si hubieran sido robados de una sala de disección y esparcidos sobre la ladera. Hierros retorcidos, fragmentos de chapa de aluminio, ruedas de automóviles, una camisa, un calcetín blanco de alpinista... restos de paracaídas eran los pocos vestigios que podían delatar la tragedia, esparcidos en un área de más de doce kilómetros».

Hasta dos días más tarde no se pudieron iniciar las tareas de rescate de los cadáveres de las ocho víctimas que formaban parte de la tripulación. Tampoco se supo nunca las causas por las que el avión se desvió de su rumbo y chocó contra El Cerro (como los Alpujarreños solían llamar al Mulhacén), probablemente el viento fue el responsable. Como escribía J. una Silueta Animada publicada en este diario «el avión se ha disgregado contra el Mulhacén cuando el invierno, se ha adueñado de sus laderas y de su cumbre, en misión de paz, durante una guerra fría y la inmensa grandeza de la montaña no se ha conmovido ante el sacrificio de unas vidas jóvenes, estrelladas en ella».

La bufanda de los Hermanos Ortega

El compañero de IDEAL Paco Martínez Perea, fue uno de los valientes montañeros que no dudaron en unirse al grupo de rescate, aunténticos protagonistas de esta aventura: «A los montañeros nos movilizaron el mismo sábado y permanecimos en la sede de la Sociedad Sierra Nevada muchas horas antes de partir hacia la alta montaña recuerda además, quienes coordinaban las distintas actuaciones tuvieron que hacer acopio de víveres para todos, organizar el transporte y definir los distintos grupos. Que hubiera supervivientes del posible impacto era una remota posibilidad, pero a ella nos aferramos para intentar llegar cuanto antes a la zona donde pudiera estar el avión».

Hay dudas sobre quién o quienes fueron los primeros en llegar. Un pastor de Trevélez, Antonio Nogueras Espinosa y su vecino, Francisco González Gallego, encontraron un paracaídas en la ladera del Mulhacén y dijeron a este periódico que con él hicieron señales a los helicópteros americanos para indicar el lugar exacto del accidente. Paco Peea recuerda también la anécdota, «curiosa y que no respondió del todo a la realidad», protagonizada por Julio Guisado, «un personaje singular, amante de la aventura, que no dudó en afrontar las rampas que conducen desde Trevélez al Mulhacén en una especie de vehículo todoterreno que le permitió llegar mucho antes que otros a la zona donde se estrelló el avión». Guisado compró por quinientas pesetas la bufanda de uno de los voluntarios para convertirla en llamas y alertar de esta forma a los equipos de rescate. Adquisición que unos días después los hermanos Ortega, propietarios de la prenda, se encargaron de desmentir al periodista de IDEAL. Los muchachos dijeron que ninguno subastó la bufanda, si no que la ofrecieron voluntariamente. Eso sí, recibieron de Guisado una gratificación de quinientas pesetas en concepto de regalo por la ayuda que le habían prestado mientras duró la marcha desde Capileria.

Mas información: 'Los aviones de Sierra Nevada' Michel Lozares Sánchez. Editorial Alhulia. Salobreña.

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