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Casa de Ágreda
La casa de Agreda

La casa de Agreda

Artículo publicado en IDEAL el 11 de octubre de 1999 en la sección 'Andar y Ver'

juan bustos

Sábado, 17 de octubre 2015, 18:08

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EL bello paisaje de Granada -que más de una vez recordaría al viajero y diplomático veneciano Andrea Navaggero, «un precioso tapiz de Flandes»- ha tenido siempre en la Carrera del Darro uno de sus lugares de más intenso atractivo. Siguiendo el caprichoso curso del río, que por allí discurre dominado desde la altura por los baluartes de la Alhambra, esta curiosa calle de tan marcado carácter y sabor permite disfrutar de una de las vistas más famosas y universales de la ciudad. Entre la Carrera del Darro y la calle San Juan de los Reyes discurre la empinada cuesta de Santa Inés, que atesora algunos de los edificios civiles y religiosos de mayor mérito de Granada.

A finales del pasado siglo y comienzos del presente, esta cuesta fue centro de las vidas y quehaceres de granadinos muy nombrados. Por ejemplo, aquí, en una mansión suntuosa, vivió un largo tiempo el conocido anticuario Nicolás Fajardo. También tuvo su vivienda y despacho el culto escritor Matías Méndez Vellido. En la esquina montaban a diario sus borriquillos para subir al Sacromonte el padre Manjón y el abad González Limones. Los dóciles y seguros animales solía alquilarlos una mujer conocida como Pepica la de las burras. A pesar de la pronunciada cuesta de la calle, un grupo de chiquillos de la vecindad «jugaba al toro» por las tardes. Uno de aquellos chavales paraba admirado a más de un transeúnte, porque apuntaba muy buenas maneras taurinas. El muchachillo se llamaba Pepe Moreno y años después haría popular en los ruedos su apodo de Lagartijillo. Otro vecino célebre de la calle era el gran pintor José Larrocha, que tenía su estudio en lo más alto de la cuesta. Discípulo de Larrocha era entonces el luego gran maestro de la pintura granadina de nuestro siglo José María López Mezquita. El ir y venir al estudio del maestro hizo que López Mezquita conociera a una vecina de la calle, preciosa y excelente muchacha, de la que se enamoró y acabó por casarse con ella. Se llamaba Fernanda Morales y era hija de un pirotécnico que se había quedado ciego en un accidente en el teatro Cervantes. Fernanda, guapa y discreta, hacía de lazarillo del padre habitualmente. Se la llamaba cariñosamente «la hija del cohetero». López Mezquita empezó por convencerla para que se dejara pintar y al cabo de varios cuadros el artista y su modelo se casaron. Esta bonita historia de amor empezó aquí, en la cuesta de Santa Inés.

Casa de Agreda

Esta es la calle donde se alza -excelentemente conservada, gracias a Dios- la casa palacio de la familia Agreda, en el lugar que hasta el siglo XVIII se llamó «pilarejo de Agreda», así nombrado por el linaje de los propietarios de la mansión. Pertenecían los Agreda a una de las más nobles estirpes de Granada que, enlazada a fines del siglo XVI con las familias de los Corellas y los Vargas, dieron origen a una rama que en la ciudad ocupó durante largo tiempo los puestos y cargos más elevados. Por cierto, que uno de los descendientes de esta unión, Jerónimo de Agreda y Vargas, hijo del Caballero XXIV Pedro Corella y Vargas, murió trágicamente asesinado en 1590 por el escribano del cabildo Diego de Castellón, por intentar seducir a una hija suya, conflicto calderoniano, muy propio de la España de su tiempo, que decidió al padre del desdichado Jerónimo, una vez que enviudó, a entrar en religión, muriendo de canónigo maestrescuela de la Catedral.

De este caballero descendieron los Agreda de Vargas, que fueron varios hermanos, todos ellos desempeñando altos cometidos en la Administración del Estado, en el Ejército y en el gobierno de la ciudad. Uno de ellos, don Diego, también Caballero XXIV de Granada y corregidor de Málaga y Vélez, estableció su solar en esta espléndida casa, construida por su familia en el siglo XVI. A fines de dicha centuria le agregó su portada monumental, la de carácter más clásico de la Granada de entonces, con cuatro grandes columnas dóricas de piedra almendrada y un gran entablamento sosteniendo otras tantas pirámides que las rematan y flanquean un gran balcón de hierro, cuya arquitectura se decora con una cornisa y un frontón partido, en el centro del cual campea un rico escudo de mármol con las armas de don Diego. La roja Cruz de Santiago aparece en diversos puntos de la portada.

San Juan de Dios

En el zaguán de esta casa palacio, sobre un poyo de piedra, es fama que muchas noches en que no encontró lecho más cómodo se quedó a dormir San Juan de Dios. Lo recuerdan unos versos allí escritos, que empiezan diciendo: «Este poyo, muchas veces,/al santo sirvió de cama,/que el que nace para humilde/sobre las piedras descansa...». La mansión, al dejar de pertenecer a la opulenta familia Agreda, sufrió diversas vicisitudes y, a fines del siglo pasado, fundó en ella el canónigo de Granada y luego obispo de Teruel, Maximiano Fernández del Rincón, el convento y colegio de la Presentación, que aquí estuvo hasta el primer tercio de nuestro siglo. Después fue adquirida por particulares y se proyectó construir sobre ella una casa de pisos, hasta que en 1940 la compró la Asociación Granadina de Caridad, que en 1942 instaló allí un orfelinato, siendo posteriormente Colegio de la Divina Infantita. Con casas nobiliarias tan notables como ésta y con su viejo convento de Santa Inés al final, haciendo esquina a San Juan de los Reyes, no sorprende en absoluto que esta cuesta de Santa Inés pareciera al rey Leopoldo II de Bélgica «la calle más bella que había visto». El viejo monarca, a fines del siglo pasado, vino a Granada acompañado de su amante, la bellísima y célebre Cleo de Merode, una de las figuras femeninas más radiantes de «la belle epoque». La real y escandalosa pareja -él con 70 años y ella con 25- paseó sus amores por Granada unos días. Ella llamaba la atención por su característico peinado, con raya en medio y los cabellos cubriéndole por completo las orejas. Se decía que no las tenía. Que un gran duque ruso se las había cortado en una orgía en París.

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