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Una victoria de supervivencia para cerrar la primera vuelta
El Granada cierra media Liga con 27 puntos ganando al Mallorca, con su competitividad acreditada tras la lesión de Montoro, que marcó el gol
Rafael Lamelas
GRANADA
Lunes, 6 de enero 2020, 00:46
Pocos resisten las turbulencias como este Granada y con el Mallorca quedó corroborado de nuevo. Su atención se agudiza en la adversidad, como ocurrió tras ... el incidente de Montoro, que concentró de todo en apenas un tiempo: volvió a la titularidad, dio sentido al juego, marcó un gol apareciendo por sorpresa en el área, fue amonestado (cumpliendo ciclo de amarillas) y se lesionó, de nuevo por un mordisco en su musculatura. De la alegría de acertar en la diana por primera vez en el curso a las lágrimas por otro previsible periodo de convalecencia aún no determinado. Su equipo se desorientó tras el descanso sin el mariscal del centro del campo, convertido en un apeadero para los bermellones desde entonces, pero mantuvo su característico espíritu de supervivencia. Parapetados atrás, impidiendo las maniobras más peligrosas del rival en los últimos metros, los rojiblancos sumaron su octava victoria para cerrar la primera vuelta con 27 puntos, más de la mitad del camino hacia la salvación ya sin maleza. La ceremonia del feliz sufrimiento.
Granada CF
Rui Silva; Víctor Díaz, Domingos Duarte, Germán, Carlos Neva; Yan Eteki, Montoro (Azeez, m.45), Puertas (Foulquier, m.59), Machís (Vadillo, m.85); Carlos Fernández y Roberto Soldado.
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Real Mallorca
Manolo Reina; Fran Gamez, Valjent, Raíllo, Sedlar (Lumor Agbenyenu, m.61); Señé (Abdón, m.73), Salva Sevilla (Febas, m.61), Dani Rodríguez; Kubo, Lago Junior y Cucho Hernández.
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GOL 1-0, m.23: Montoro.
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ÁRBITRO Soto Grado (colegio riojano). Amonestó a los locales Montoro, Soldado, Eteki, Azeez y Víctor Díaz.
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INCIDENCIAS Partido de Liga disputado en el estadio Nuevo Los Cármenes ante 16.395 espectadores (cifra oficial).
Si a este conjunto se le abandonara en mitad de la nada, seguiría indemne una semana después. Sobreviviría como fuera, a lo Rambo, mascando raíces, comiendo insectos o bebiendo el rocío de la noche. Tiene mentalidad castrense, con un código de conducta que pasa obligatoriamente por preservar el alambre de espino en torno a Rui Silva. Si esto sucede y consigue asestar un cuchillazo al menos, sabe que al final de la angustia le llegará un cheque al portador. Los Cármenes huele a napalm por las mañanas, el desayuno de los campeones, aunque la grada pareciera repleta de boy-scouts. Eran jóvenes en los que empieza a nacer la adhesión al orden marcial que impone Diego Martínez, ese Von Karajan que agita los brazos con vehemencia cuando reclama el rugido de la hinchada. Su 'Cholización' es paulatina.
Hubo un partido con Montoro y otro sin este, que prácticamente coincidió con la frontera de las dos partes. Con el valenciano, las bajas de Gonalons y Yangel Herrera apenas se acusaron. Suplementa lo que necesita el organismo rojiblanco y hace mejores a los demás. Ve con claridad los confines del mapa, donde otros sólo observan brumas, y se le ha concedido el mecanismo de una catapulta en la pierna, aunque con exactitud calculada. En este fútbol tasado por el influjo de las estadísticas, poco reparan los números en el peso de su manera extraordinaria de repartir pases, que llegan ligeros al pie del compañero a más de 30 metros como si fueran dardos.
Así provocó la primera acción del partido, continuada con una espuela de Puertas hacia Víctor Díaz y uno de sus centros curvos, con marchamo de otra época, que acabó en córner. Fue entonces cuando se reparó en que no había sólo un líder sobre el tablero nazarí, sino dos. Salió Germán a rematar con su perfil de Tarzán y atropelló a Sedlar, que se dio cuenta de que, a balón parado, el Granada convierte el área en la jungla. El defensor fue una jaqueca para la defensa isleña en cada subida y hasta reclamó un penalti del que no hubo pantallazo para Soto Grado, un árbitro al que sí se le agrietaron los labios de tanto señalar pequeñeces contra los locales en el tramo final. A Germán, en su orilla, le buscó los límites de su cintura Kubo, la plasmación real de los jugadores japoneses virtuales de los dibujos animados que hicieron furor en los 90 y que ilustraron un tifo reciente en el estadio, aunque al compañero Jorge de la Chica aquel boom le pillara escuchando alguna homilía.
El Mallorca lleva una deriva tenebrosa como forastero y nada sacó de esta visita, aunque sea una escuadra con porte cuando toca y auténticas flechas en el horizonte. Trató de sorprender con una zaga de tres centrales a la que Diego pronto buscó antídoto. Le dijo a Puertas que avanzara de fuera hacia adentro y que Soldado hiciera el movimiento contrario de desmarque, arañando en el hueco que dejaba Lago Junior detrás, convertido en carrilero zurdo. La estratagema resultó efectiva unos minutos después. Antes, Cucho Hernández enseñó los dientes en una llegada en carrera. El colombiano, chico Pozzo, remató mucho, pero no enfocó ninguna a la red.
El entrenador rojiblanco comenzó a impacientarse ante un contrario que ralentizaba los saques y que se posaba en la zona ecuatorial. Por ahí andaba Eteki, que mejoró sus actuaciones previas robusteciendo la parcela cuando quedó huérfana de Montoro. Necesitaba un encuentro así, con pocas tachaduras.
Machís fue otro de los regresos, pero se topó una y otra vez contra la zaga y un par de veces con el portero Manolo Reina. Sería después del gol de Montoro, que nació en una ruptura inteligente de Soldado. A falta de más finalización, el veterano punta concede movimientos astutos y pases letales. Víctor Díaz le vio abrirse al costado y determinó un envío curvo hacia la llegada de su paisano, espabilado ante la rigidez de la retaguardia balear.
Cuando anota, el Granada suele soltar amarras. Aunque Cucho quiso medirse antes con Domingos, fueron los locales los que amenazaron de verdad con sentenciar el choque. Montoro lanzó otra alharaca por la derecha. Puertas centró hacia Soldado, de espaldas al arco, pero atento a su contorno. Oteó rápido a Machís y este disparó a bocajarro. El arquero mallorquinista despejó el bulto. El acomodo rojiblanco encontró alguna réplica ajena, pero el verdadero sobresalto llegó cuando Montoro cayó fulminado, solo. Enseguida se percató del problema y Azeez se preparó para sumergirse de nuevo en la competición tras un mes en barbecho.
Se reanudó todo con otra secuencia y un Mallorca más reconocible. Salva Sevilla, canas de reputada clase en la medular, se sintió liberado sin el influjo de Montoro. La bandera de la iniciativa cambió de manos y la hinchada se percató de que venían curvas para sus muchachos. Animó más que cuando los suyos gobernaban, con el colegiado convertido en el enemigo público número uno. Diego tiró de Foulquier como extremo para atrancar uno de los costados y el francés se lanzó a alguna correría en la presión que hizo las delicias del respetable.
El Mallorca apresó la bola pero siguió sin utilizarla con verdadera hostilidad. En cada intento de remate aparecía una pierna local. Todos defendían, hasta Soldado. Participó en la situación que habría aclarado todo. Una incursión de Neva sin atolondrarse en la que conectó con Carlos Fernández y este con el ariete, inclinado por sumar asistencias. Le dejó la pelota a Foulquier pero el galo se emocionó y chutó con más fuerza que colocación. Reina se salvó en el mismo paredón de nuevo.
Con el 1-0 aún podían pasar cosas. Los minutos se eternizaron. Soldado miró al tendido pidiendo ardor como Russell Crowe en Gladiator. «¿Os habéis divertido?», pareció parafrasear, con el sudor brillando sobre su cuerpo agotado. Faltó el «¡hispano, hispano!» de réplica coral, aunque el triunfo se acabara festejando como el fin de una guerra. Eran más de tres puntos por lo directo del adversario. Los peques que se estrenaron en la grada ya saben que uno no saca su entrada para animar al Granada, sino que se alista en un ejército que soporta torturas a veces, pero que merecen la pena si todos se mantienen unidos.
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