Los buenos atrás

Es una máxima del FC Barcelona que siempre he respetado, desde que entrenaba a los cadetes de La Chana y me fijaba en los mediocentros de los demás equipos para que fuesen mis centrales. Después, en El Ejido, los que me dijeron que eran centrales acabaron de delanteros y en Gabia eché a casi todos para fichar a catorce mediapuntas. Siempre hice por tener la pelota apostando por jugadores «especialistas en no ser especialistas, es decir, especialistas en colectividad», como alguna vez dijo Juanma Lillo. Porque como el pase une y el pelotazo aísla, lo mejor es que la gente que juega atrás no se complique la vida y pase la pelota, hay que ser como los demás.

Lo mejor es llegar a portería contraria todos juntos, agarrados de la mano, a través de sucesivos pases que desorganicen al adversario al mismo tiempo que nos organizan a nosotros. Lo mejor es darle sentido a las cosas, como Pep Guardiola, que deconstruyó las construcciones que se venían haciendo respecto al juego, desmontando la dualidad ataque-defensa para empezar a considerarlo un todo indivisible, otorgándole a porteros, centrales y laterales tanto valor como a centrocampistas, extremos y delanteros. Pep le devolvió al fútbol su complejidad, con la idea madre de que nada es más importante que nada y todo es a la vez condicionante y condicionado, autónomo y dependiente, causa y efecto. Por lo que los buenos deben jugar atrás, adelante y en todos lados. Si lo cuento categorizando es para compensar tantos años donde se consideraron cracks a los que nunca lo fueron, o no lo fueron tanto.