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El viaje a la tierra prometida del fútbol (I)
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El viaje a la tierra prometida del fútbol (I)

Uche Agbo cuenta en primera persona cómo pasó de jugar en Enugu City, su ciudad, a hacerlo en la Primera División del fútbol español

r. i.

Martes, 6 de diciembre 2016, 01:17

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Me quitaba los zapatos para jugar al fútbol porque solo tenía unos y no quería que mi padre se enfadara si se rompían. La tierra de aquellos campos me hacía daño en los pies. No importaba. Nada en el mundo me hace más feliz. Si tenía hambre, jugaba al fútbol y se me quitaba. Cualquier problema se iba jugando. Algo en mi interior se calma cuando tengo un balón cerca. No importa el dolor ni el cansancio. Estamos solos la pelota y yo, y eso es lo único que me llena.

Fui un niño muy introvertido. Pasaba las horas en la escuela deseando salir de clase e ir a jugar. Hasta los 13 años lo hice en la calle con mis amigos del barrio. Ingresé en el equipo del colegio y pronto me subieron de nivel. Un club de Enugu City, mi ciudad, quiso ficharme, pero mis padres me dijeron que primero tenía que acabar los estudios. Yo hacía novillos por la tarde sin que ellos lo supieran y me iba a entrenar. Mi entrenador me regaló mis primeras botas, que eran iguales que las de David Beckham. Hasta entonces las usaba prestadas, me quedaban pequeñas prefería estar descalzo.

La selección de mi provincia me convocó para un campeonato. Era mi oportunidad. En ese tipo de torneos es donde los ojeadores que trabajan para equipos europeos pueden verte. Necesitaba eso, que alguien apostara por mí. Quería gritarle al mundo: ¡Aquí estoy yo! Poco después fui con Nigeria al Mundial U20 de Turquía, en 2013. Viví aquellos días en constante estado de nervios esperando el momento de demostrar mi valía. Sin embargo; el míster no me dio ni un minuto. Lo tuve tan cerca y a la vez tan lejos que la frustración sólo me permitió llorar y rezar.

Desde el césped

La llamada de Dios llegó cuando más hundido estaba. Alguien me había visto en un preparatorio en Francia del que apenas tenía recuerdos. Udinese quería contratarme. Sólo pensaba en volver a Lagos, capital administrativa de mi país, para firmar y organizar todo el papeleo del visado. Quería que eso fuese real. Una ventana se cerró en Turquía, pero se abrió una puerta, la mejor posible: la que abre Europa.

Fiché por Udinese y vine cedido al Granada CF en la primavera de 2014. La primera semana fue muy bonita. Ighalo me ayudó a adaptarme y me encontré en el vestuario a varios compañeros africanos. Pero no todo fueron buenos momentos al principio. El idioma me resultó una barrera infranqueable. Hubo días en los que no comí porque no sabía cómo hacerme entender para llegar al restaurante al que debíamos ir. Poco a poco comprendí la vida aquí gracias a algunas personas que me guiaron.

Cuando empecé a entrenar me dijeron que no tenía nivel para estar en el equipo de Segunda B, que antes tenía que adaptarme a este nuevo fútbol, que el de África es muy diferente. Disputé tres partidos con el Juvenil. No me sentí bien porque sabía que podía estar en un nivel superior y tenía miedo de que ese fuera mi destino. Poco a poco actué también con el B. Las vacaciones llegaron enseguida y regresamos a nuestros países. No las usé para descansar. Al contrario. Entrené como nunca. No quería estar en el Juvenil. No quería estar en el Granada B. Trabajé duro para volver y hacer la pretemporada con el primer equipo. Iba a tener una nueva oportunidad.

Desde la fe

Al regresar a Granada todo volvió a complicarse. Me detectaron malaria y estuve ingresado una semana. Me sentí solo, débil y con el corazón destrozado: no podía realizar el stage de agosto con los mayores. No conté nada a mi familia por no preocuparles. Fue muy duro pasar aquello tan lejos de casa. Días desesperantes e interminables en la habitación del hospital. Una inesperada visita marcó el punto de inflexión. Fue un verdadero regalo divino. El capitán y la jefa de prensa vinieron a verme para transmitirme el cariño de mis compañeros. Gracias a ellos encontré de nuevo las fuerzas para luchar contra la enfermedad y seguir en mi empeño.

Tardé más de un mes en recuperarme y tuve que empezar de cero. Retomé el ritmo de trabajo del Granada B con paciencia. En mi cabeza sólo existía y existe la posibilidad de ser mejor, de trabajar cada día más, de corregir los errores mediante el esfuerzo. Y los resultados llegaron. Esa misma temporada 14-15 fui convocado con el primer equipo e incluso debuté en Primera división ante el Levante. Durante la siguiente alterné ambos equipos y, por fin, ahora puedo decir orgulloso que juego en LaLiga.

¡Hola! Me llamo Uche Henry Agbo, tengo un sueño y he venido a esta vida para cumplirlo.

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