«Ricardo, ¿confías en mí?»
LA CONTRACRÓNICA ·
De Burgos Bengoetxea añade cuatro y pita a los tres, para estupefacción de todo el mundo menos de sí mismo, que se mantiene en sus trece hasta que uno de sus asistentes le confiesa que los furiosos rojiblancos tenían razónCon toda la tecnología que se está implementando al fútbol y la que puede desencadenar un simple error en un reloj de pulsera. El bochorno ... que protagonizó Ricardo de Burgos Bengoetxea sobre el césped del Sánchez Pizjuán, para su propio calvario, viene a devolver cierta esperanza en los fenómenos incontrolables de este deporte maravilloso que siempre será del pueblo y los Casio por más que mercadeen con él. No hay quien reconozca al fútbol ya en ciertas ocasiones, pero lo que ocurrió al final del partido entre Sevilla y Granada bien pudo suceder en un tiempo pretérito, anterior a toda la ciencia que hoy día se aplica y a veces aleja de la esencia.
Que se le había quedado el reloj parado, argumentó al momento Ricardo de Burgos Bengoetxea para justificar por qué añadió cuatro y pitó a los tres, para estupefacción de todos. Ya había tenido un criterio dispar para anular un gol a Puertas y señalar un penalti sobre Papu Gómez a la jugada siguiente, pero que rebanase un minuto al Granada en plena heroica parecía el colmo. De Burgos Bengoetxea se mantuvo en sus trece cuando empezaron a rodearle futbolistas rojiblancos salidos ya no se sabía de dónde, hasta que uno de sus asistentes se le acercó al oído y, según testigos, le dijo: «Ricardo, ¿confías en mí? Tienen razón, has pitado un minuto antes».
Fue entonces cuando el vasco se quedó blanco y dio marcha atrás. Empezó a reunir a los futbolistas para disputar el minuto que restaba, que a alguno hubo que ir a buscarlo a la ducha casi, intercambiadas camisetas que tuvieron que volver a sus dueños. Al argentino Acuña le iban sobrando las botas desde hacía un buen rato y tuvo que calzarse sobre la hierba, que aquello parecía ya más una pachanga de verano que otra cosa. Todos flipaban y algunos se negaban incluso, al borde de la incomparecencia en una situación sin precedente conocido.
El Granada no pudo rascar nada extra de aquel minuto añadido, ni una mísera posesión de balón, y fue una lástima, por las consecuencias habrían sido apoteósicas. Más allá del esperpento de un momento irrepetible, la broma fastidió al equipo de Diego Martínez cuando más creía. Tiene un mérito terrible que consiga aplicar eso que su entrenador repite como un mantra cada vez que encaja un revés: «Nosotros, a nuestro partido». Nadie se sale del plan por más que todo se salga, como se aplicó hasta el estoicismo en los dos partidos frente al Manchester United, en los que cayeron cargados de orgullo.
La idea por Nervión pasaba por una zaga de tres centrales, dos carrileros y presión alta. Tan bien funcionó todo en los primeros minutos que Puertas abrió el marcador, pero De Burgos Bengoetxea lo anuló antes de que el reloj se le parase, que ya se le pudo estropear entonces el silbato. Luego vinieron el penalti de Rakitic que rozó Rui Silva y un condenado saque de banda tras el descanso que acabó en el gol de Ocampos. Nada desmoronó al Granada, que siguió cargando su roca como Sísifo aunque ni le hiciera cosquillas a Bono, confiando en que su momento llegaría. Otro penalti, este para Soldado, recortó distancias. Y cuando Germán se iba a lo Alexanco, al colegiado se le averió el reloj. Fútbol es.
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