Electrificados en el barrio
LA CONTRACRÓNICA ·
Aunque el Rayo no quería jugar en su estadio y su lamentable estado explica por qué, la comunión que genera con los algo menos de seiscientos aficionados presentes en el encuentro abruma al Granada hasta barrerlo del partidoNadie en su sano juicio metería los dedos en un enchufe, y menos en Vallecas, donde además conviene guardar el metro y medio de distancia ... que la pandemia exige entre personas porque los plomos pueden saltar en cualquier momento. El Rayo no quería jugar su primer partido como local en esta Liga en su estadio y el lamentable estado de la instalación explica por qué, aunque aquello lleva sin arreglo décadas por más que la patronal del fútbol español y la Comunidad de Madrid que a priori debería responsabilizarse de las obras den el visto bueno para que allí se celebren partidos de Primera división. Ni los responsables de la seguridad –algunos de ellos, honorables trabajadores y vecinos del propio barrio– tienen a menudo respuestas a preguntas a priori sencillas, como la ubicación de los profesionales que concita el encuentro. Como sea, en ese caos gobierna el Rayo y dejó al Granada electrificado.
Once días atrás no había ni césped en el estadio. Estaba mal, fatal, alta la hierba para camuflar la tierra. No hubo un solo socavón que, sin embargo, frenase la pelota cuando la lanzaba en carrera Álvaro García, un exrojiblanco con especial ánimo por vengarse de las pocas oportunidades que tuvo en Los Cármenes. El extremo era vertiginoso como todo su equipo, pero las primeras chispas venían de la grada. Apenas se reunieron algo menos de seiscientas personas en tribuna; inhabilitada la preferencia, por construir un fondo y en huelga los Bukaneros en el otro hasta que no puedan entrar todos. Bastaron para que el equipo de Iraola fuese con varias marchas más todo el partido y el de Robert Moreno quedase reducido desde el primer golpe, desdibujado en lo táctico y abrumado en lo moral. La visita a Vallecas, que se dibujaba como una oportunidad idónea para conseguir la primera victoria de la temporada, acabó convertida en una pesadilla antes del parón por selecciones, con todos los días que conlleva para digerirlo.
El Rayo había sido incapaz de hacer un solo gol en sus dos primeros partidos en el campeonato, ambos saldados con derrotas. Sin embargo, sus jugadores fueron recibidos como héroes por sus hinchas. A los tres minutos marcaron el primero; al descanso, llevaban tres; al terminar, se acostaron con cuatro. Todo lo pagó el Granada, que nunca se enteró de por dónde pasaba la película. Robert Moreno se desesperaba en la banda y no sabía qué hacer en las pausas de hidratación para despertar a su equipo, acalambrado. Aunque Jorge Molina sustituyó a Antonio Puertas en el intermedio, nadie se quedó calentando sobre el césped durante el descanso. Se reunió a todos en el vestuario.
Vallecas se lo pasaba pipa, a su propio ritmo. El Rayo es lo más parecido a un equipo argentino que puede haber en España y, con sus singularidades, es un milagro en el panorama europeo que permite creer aún en el otro fútbol, en el barrial. Aunque el caos que siempre le rodea parezca impropio de la competición, la enriquece a su modo. Su gente es feliz con poco y ama a sus futbolistas como si fuesen hijos porque estos les devuelven el cariño como si de verdad lo fueran. Entran al estadio caminando, deteniéndose, y suben a las gradas para saludar a sus familias.
Todos los integrantes de la cúpula del Granada fueron testigos directos de lo que sucedió en Vallecas, desde la consejera Patricia Rodríguez al director deportivo Pep Boada, pasando por el secretario técnico David Comamala y el representante institucional Pepe Macanás. También estuvieron Luis Milla padre, el exrojiblanco y exrayista Piti y el representante de Domingos Duarte, con el mercado aún abierto y el interés del Tottenham vigente. Vio, seguro, la primera parte; en la segunda, o se cambió de sitio o se marchó .
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