Devocionario

La ida ante el conjunto napolitano fue señalada como el partido más importante en la casi nonagenaria historia granadinista, por encima incluso de la final copera ante el Barcelona de 1959. La actual capacidad mediática de los encuentros europeos no tiene parangón con lo vivido en épocas pasadas. Las limitaciones de un plantel económicamente lejos de los rivales de prestigio en Europa, entre ellos el propio Nápoles, hace más meritorio el devenir de este Granada de autor en la UEL. En la ida de dieciseisavos recuperó su centro de campo franquicia, con los llamados tres tenores por Lucas Alcaraz en la previa. El equipo dio un salto de calidad: Gonalons dominó su zona con salidas exquisitas de balón; Montoro dispensó una lección de fútbol en corto y en largo; y Herrera volvió a ser el estilete llegador que golea. Atrás, Rui tuvo una noche tranquila, con escasos sobresaltos, propiciados por el gran orden defensivo del equipo, donde también el Granada fue superior al rival. Delante, dos balas, Machís y un Kenedy en estado de gracia, enorme en el regate, el centro y el disparo. En punta, un profesional como la copa de un pino, Molina.

Una primera parte rojiblanca redonda sirvió para abrir distancias en el marcador. En la segunda, se gestionó con oficio el resultado. Esta vez la presencia de algunos protagonistas, ausentes en la Copa frente al Barcelona, propició ante el Nápoles el plus de experiencia indispensable en estos envites. La enorme victoria va por nosotros, los aficionados rojiblancos de ahora, y por todos ellos, los que ya no están y soñaron ver un día a su Granada vencer a rivales de prestigio en Europa.