A mucha honra
La contracrónica ·
El Granada quiso llevarse como mínimo un punto y a punto estuvo de hacerlo con una actuación cargada de dignidad de la que puede sentirse orgulloso, con su versión más militarizada y la frontal sembrada de cepos contra los disparos de Leo MessiLos partidos de fútbol se deciden a menudo por detalles más o menos visibles, más o menos ruidosos. En la visita del Granada al Camp ... Nou esa diferencia llegó teñida del estridente rojo de la cartulina que Pizarro Gómez mostró a Germán Sánchez pasada la hora de juego, cuando los rojiblancos conseguían lo más difícil: sobrevivir ante Leo Messi en su templo. Una hazaña sólo al alcance de ciertos blasfemos del fútbol que se proponen desafiar su superioridad intelectual. Sólo pudo Messi desequilibrar el partido una vez que los nazaríes quedaron con un hombre menos. Hasta entonces habían permanecido vivos. Más que vivos.
Los hombres de Diego Martínez plantearon un partido de guerrilla lleno de trincheras, vestidos de blanco impoluto como para provocar, como los toreros con la muleta roja. Enfrente tenían a los mejores jugadores del mundo en busca de una causa, un reencuentro con el estilo de la mano de Quique Setién, ese hombre que nunca mamó de La Masía sino de las vacas de su Cantabria, admirando a Cruyff desde la distancia con los partidos que se viven como aficionado al juego y las lecturas.
El cántabro, envalentonado ante el reto de su vida, decidió revolucionar a su equipo. Entregó la banda izquierda a Jordi Alba y la diestra al joven Ansu Fati, con Sergi Roberto ejerciendo como tercer central. Una formación 'guardiolista'. Quique Setién aporreó desde su primer día las puertas del cielo culé pero se encontró con el Granada, que no respeta nada. Quería llevarse como mínimo un punto y a punto estuvo de hacerlo con una actuación cargada de dignidad de la que puede sentirse orgulloso. Hasta que lo echaron del partido.
Poco se puede reprochar a los rojiblancos, que mostraron su versión más militarizada. No hubo un movimiento que no se hubiese estudiado antes, calculado al milímetro. Los futbolistas del Granada orbitaban en torno a Messi como lo hacen los planetas respecto al Sol, como las mareas se desplazan por la Luna. Blindados y armados hasta los dientes, los de Diego Martínez sembraron de cepos la frontal de su área para evitar que Messi disparase con facilidad, conscientes de la probabilidad de que un disparo del argentino vaya entre los tres palos. El plan funcionaba.
Tanta concentración defensiva aplicaron los rojiblancos desprovistos de rojo que cada vez que tuvieron el balón no supieron qué hacer con él. Lo dejaba ver Darwin Machís, tan amplio el Camp Nou para echarse a correr por su pradera y tan pesadas sus piernas. En el banquillo, Roberto Soldado lo vivía mordiéndose las uñas y con los ojos inyectados en sangre por si le tocaba salir. Es probable que su entrada estuviese pensada para dar refresco a Carlos Fernández como punta, más veloz, pero una decisión arbitral mandó todos los planes de los rojiblancos al traste.
Es muy difícil justificar la expulsión de Germán. Tan inexplicable como cruel. Lejos de la zona de peligro, sin agresividad desmedida ni aparatosidad, el barbudo de San Fernando derribó a Messi como lo hacen todos sus contrarios si lo alcanzan. El castigo de Pizarro Gómez fue máximo y no hizo falta esperar más que cinco minutos para que tuviese las consecuencias lógicas, el 1-0. Qué habría dicho Monchi, que un día atrás amenazó con sacar a los suyos del Bernabéu.
No es el ánimo de este Granada que lucha a muerte mientras dura el partido y luego calla. El buen humor de Diego Martínez en la sala de prensa fue sintomático: prevalecía el orgullo por el grupo de hombres que dibujó un probable 0-0 en el Camp Nou. El premio que merecieron.
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