Un plan 'anti-Aspas'
LA CONTRACRÓNICA ·
El de Moaña, con la libertad que solo tienen los genios, osciló entre la banda derecha y el centro y todo el resto del campo, pero la mayor parte del tiempo se las tuvo que ver con Carlos Neva y principalmente con Ángel MontoroIago Aspas calza las mismas botas que Leo Messi pero no cobra 138.809.404,905 millones de euros brutos por temporada, que se ... sepa. Sin embargo, es lo más parecido al semidiós argentino –no debe ser una divinidad desinteresada, por cómo cobra– entre los mortales, que son todos los demás que hacen lo mismo, darle patadas a un balón. El vigués es un tipo peculiar, tan amante de los coche deportivos como de su pueblo, Moaña, en el que todavía hace su vida. Juega al fútbol como los ángeles y tiene cruzado al Granada, entre todos los equipos que hay en la Liga. Tenía que ser el Granada. Aspas mira al rojiblanco y le ocurre como a los toros daltónicos con el capote; ambos embisten. Durante su última visita a Los Cármenes, allí donde lloró, volvió a revolverse como un venado pero le construyeron una prisión de máxima seguridad.
El Celta marchaba colista cuando llegó el 'Chacho' Coudet en noviembre y el Granada visitó Balaídos. Iago Aspas se echó a su equipo a la espalda y bailó claqué al ritmo que quiso, a velocidad de patines. Una lesión parecía impedirle el reencuentro en Los Cármenes pero, maldita la suerte, se recuperó justo a tiempo. Al final no fue para tanto porque el Granada diseñó un plan que funcionó a las mil maravillas. El de Moaña, con la libertad que solo tienen los genios, osciló entre la banda derecha y el centro y todo el resto del campo, pero la mayor parte del tiempo se las tuvo que ver con Carlos Neva y principalmente con Ángel Montoro, que tiró de todo su repertorio de veteranía para tratar de sacarle de quicio, con un leve taconeo incluso con este en el suelo.
Iago Aspas es uno de esos tipos que se toman a rajatabla aquella milonga que atribuyen a Gandhi de «sé el cambio que quieres ver en el mundo». El tipo se ofrece hasta el hartazgo del compañero, capaz de reclamar un pedazo de carne rodeado de tiburones. Nunca se siente tan presionado como el camarada que no sabe qué hacer con la pelota y la pide. A todos esos movimientos estuvieron atentos entre Ángel Montoro y Carlos Neva, con alguna ayuda puntual de Yangel Herrera también. Una trampa que completaba Darwin Machís junto a su lateral, Hugo Mallo. No le dejaron darse la vuelta y si se lanzaba en carrera lo tiraban al césped.
Aun así cada jugada de peligro del Celta llevó su sello. Fueron pocas, pero ahí estuvo Iago Aspas, afilado en cada fuga y casi siempre en favor de otro futbolista con su misma camiseta. El de Moaña, para el que siempre es un buen momento para discutir, consiguió enfadar hasta a Vallejo, algo que parecía imposible.
No tuvo que pasarlo demasiado bien en el partido, que fue de esos por los que alguno se replantearía si salir de casa aunque no hubiese una pandemia fuera y se pudiese entrar en los estadios. De hecho no añadieron más que dos minutos por malo que era, porque cambios sí que hubo. Sí es verdad que nadie fue al VAR, y eso explica parte de la falta de espectáculo, carente de la emoción pero sobre todo de la polémica que ahora añade el videoarbitraje. A veces porque está y otras porque no, aunque en ocasiones no se entiende muy bien la diferencia. Habrá que estar atento a la interpretación de las manos este miércoles contra el Barcelona. Y este sí que tiene a Messi.
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