Y tan amigos
Fue casi una reconciliación histórica entre los dos equipos que quedó inmortalizada en la foto que Iago Aspas se hizo con los recogepelotas de Los Cármenes al finalizar el encuentro
Sólo la resolución de toda una semifinal de la Copa del Rey a la vuelta de la esquina podía conseguir que Granada y Celta enterrasen ... el hacha de guerra y se diesen un abrazo. Quedaron atrás todas las guerras pasadas, las cuentas pendientes, incluido el último triunfo nazarí en Balaídos. Fue un empate de reglamento, un pacto de no agresión entre dos equipos más preocupados por no perder que por ganar. Un rico punto que al Granada le sirve para sumar 37 y que al Celta lo deja más tranquilo, pese a que le urgen más. También pareció bastarle a los gallegos, así que no hubo necesidad de ir a la guerra.
El partido más plácido en Los Cármenes desde la fiesta del ascenso ante el Alcorcón sirvió de calentamiento para el encuentro más trascendente del último medio siglo rojiblanco, si no de toda su historia. A pocos les apetecía jugar sabiendo lo que se viene, si acaso a Köybasi, que nunca sabe cuándo puede ser la última vez que lo haga por razones evidentes. Hasta el manto de agua que cayó sobre el estadio obrero del Zaidín pareció propicio para hacer sentir a los celestes como en casa. Ni cotizaba el 0-0.
Fue casi que una reconciliación histórica entre los dos equipos que quedó inmortalizada en la foto que Iago Aspas se hizo con los recogepelotas de Los Cármenes al finalizar el encuentro, mientras Jeison Murillo dejaba el campo saludando a viejos amigos. Fueron desapasionadas hasta las consultas al VAR, sin polémica reseñable ni falta que hacía. Comprensivo con lo que ocurría sobre el césped, Cuadra Fernández incluso perdonó una tarjeta amarilla de manual sobre Eteki tras noquear a un celtista al contragolpe al entender que ya se marchaba, lesionado. Qué mayor castigo que perderse un duelo como el del jueves.
Y sin embargo hay cosas que nunca cambian. Como la tarjeta amarilla de rigor a Soldado, que se las lleva hasta cuando le tatúan los abdominales con los tacos. O que Foulquier y Yangel Herrera podrían haber jugado frente al Athletic a medianoche, infatigables. Al francés se le empieza a aplaudir como a los toreros, hasta en las rabietas cuando su cabeza imagina una jugada y el pie traza una distinta y equivocada. Se le quiere con ternura y más ahora, que le sale todo.
Precisamente con un centro de Foulquier llegó la mejor ocasión del encuentro, y quizás la única, aunque luego apareciese la mano divina para que todo se quedase como estaba. Puertas remató picado un envío del galo tan bueno como insospechado, pero primero un poste y luego el otro sacaron el balón de dentro. La repetición se siguió con curiosidad en la pantalla del fondo norte, porque tampoco pasaba nada interesante en vivo, despertando los 'uys' al unísono y con retardo, reiterados como si en una de esas fuese a entrar.
Los cuatro minutos de añadido parecieron demasiados, ya que apenas los chavales más entusiastas que siguen viviendo sus primeros partidos, en un bautismo prolongado, vivían con pasión lo que pasaba. El partido que nadie quiso jugar se disputó un 29 de febrero para ver si así se olvidaba antes. No quedaba más aliciente que el debut de Antoñín, sin minutos en lo que fue un mensaje: «A la cola, chaval».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión