La ley de Cervera
LA CONTRACRÓNICA ·
Sentado casi todo el tiempo en su banquillo, el entrenador del Cádiz goza al ver cómo se cumplía el partido que había soñado, obseso del control y enemigo de la alegría en el juego hasta frustrar a sus rivalesApenas salió del banquillo durante el partido, pero cuando lo hizo fue con los brazos abiertos hacia el cielo y en pleno éxtasis. Álvaro Cervera ... atendió en Los Cármenes, sentado casi todo el tiempo, a la aplicación al dedillo del encuentro que había imaginado en los días anteriores. No dio opción alguna al Granada. Tres empates después consiguió decantar su balanza particular con Diego Martínez al frente de los rojiblancos, con el que parece haber generado una rivalidad particular. Obseso del control y enemigo de la alegría en el juego desde la tierra del carnaval, Cervera impuso su ley y el Cádiz ganó como suele hacerlo: desquiciando a sus rivales. Ya podía jugarse el partido durante novecientos minutos que ni por esas iba a conseguir el Granada atravesar el muro amarillo que rodeó a Conan Ledesma.
Los rojiblancos dependían de sí mismos para volver a jugar en Europa la temporada que viene cuando arrancó el duelo. Si a los futbolistas les afectó el empate del Betis en Valladolid antes del partido para meterles presión, solo el vestuario lo sabe. En cualquier caso, recordó a aquella pretendida fiesta de ascenso a Primera chafada en 2019. El Cádiz oposita a convertirse en la nueva némesis del Granada si el Eibar de Mendilibar culmina su descenso. Es de esos conjuntos con tan pocos recursos que solo le queda tener clarísimo aquello que puede hacer para sobrevivir. Coloca a dos delanteros por delante de dos líneas de cuatro, pero el bloque no deja de ser de diez por delante del portero. Ahí se estrelló una y otra vez el Granada, que fue dándose cabezazos hasta quedar inconsciente.
Hubo una acción sintomática de Jorge Molina en torno a la media hora. El balón solo llegaba al área si Foulquier conseguía profundizar por la derecha y el de Alcoy se aburría como una ostra. En una de esas se dejó caer por la esquina del área, en el costado zurdo, y al recibir el balón le arreó un punterazo a lo que saliese, aunque ni siquiera cogió dirección hacia la portería. Poco después, Nehuén Pérez falló su ocasión y Rubén Sobrino, que llevaba casi mil minutos sin marcar, marcó la suya. En ocasiones basta que un partido reúna dos situaciones con desigual acierto de forma tan consecutiva para que se decida. Ocurrió entre Granada y Cádiz. El encuentro estaba decidido. Uno perdonó, el otro mató.
Pasaba tan poco que por momentos Díaz de Mera optó por ir amonestando jugadores por agresiones verbales, ya que no había ni faltas. Siempre se ha dicho que alinear a más delanteros no implica atacar mejor, casi que al contrario, pero Diego Martínez apostó por Luis Suárez, Jorge Molina y Roberto Soldado y, efectivamente, las ocasiones siguieron brillando por su ausencia. El Cádiz se mantuvo como un furgón blindado, impenetrable. El reloj corría y no pasaba nada para frustración rojiblanca, sin timón en la medular entre Gonalons y Montoro, sin profundidad en las bandas ni antes ni después de la lesión de Kenedy y sin mordiente arriba pese a poner en liza a sus tres goleadores. No fue el día, y poco tuvo que ver Díaz de Mera. Tampoco el monitor del VAR. No hay fiesta posible si el Cádiz visita Los Cármenes, para jolgorio de Cervera. A él le encantó el partido. Fue tal y como lo había soñado.
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