Vencieron y convencieron
La contracrónica ·
Los niños que ayer derramaron sus primeras lágrimas sobre este escudo saben ya algo más acerca de su nuevo y perpetuo amor: que va marcado a fuego incluso en las malas y que la lucha es eterna; el sentimiento sobreviveDurante seis minutos el Granada fue finalista de la Copa del Rey. Un error, el único en el partido, condenó a los de Diego ... Martínez a quedarse en semifinales con el orgullo de haber sido apeados apenas por el valor doble de los goles. Sería injusto reducir la épica de este Granada, de este equipo de leyenda, a una sola acción de un partido. Porque la hazaña de este grupo de hombres va más allá. Empezó en un verano tristón de hace año y medio y sigue hoy después de lo de anoche, porque no se trata de una historia que acaba sino de una historia que sigue.
Nada pudo hacer Rui Silva en la única ocasión en la que Yuri encontró el espacio entre Víctor Díaz y Foulquier. La única ocasión en la que el vasco, poderosísimo, pasó por encima del galo insuperable. Un trallazo estridente que reventó la ilusión granadinista. Una puñalada en el corazón de todos los granadinos cuando más fuerte latía, poniéndolo todo perdido de sangre. Un castigo demasiado cruel que fue excesivo para lo que se estaba viviendo. Los fusibles saltaron en plena fiesta. Volaban la cerveza y el vino pero se esfumó la Copa.
El granadinismo se sintió durante muchos minutos la afición más afortunada del mundo, y por pleno derecho. Su equipo, superado en varios lances del primer tiempo por un Athletic más entero que perdonó alguna ocasión, saltó en la segunda mitad dispuesto a dejar al león sin cena con más argumentos que emociones. Superado el trance, Carlos Fernández se elevó sobre los tres centrales que le marcaban y sobre la alargada sombra de Soldado para clavar un cabezazo perfecto en el único rincón a salvo de Unai Simón. El partido se inclinaba hacia el fondo sur, que atraía los balones como con imán. De repente la mayor amenaza, el velocista Iñaki Williams, se convertía en un vulgar futbolista más persiguiendo a Machís.
Todo parecía posible entonces, como en aquella película de Manolo Escobar. El estadio rugía con los ojos como platos, viendo cómo su poder se imponía sobre los 23 títulos del Athletic, orgulloso al fin de poder decir aquello de 'Esto es Los Cármenes', como si fuese Anfield. A un cuarto de hora para el final, Germán hizo el segundo con un remate que entró como a cámara lenta, de película, sin que Williams se interpusiese esta vez sobre la línea. El milagro parecía obrado. Y de puro entusiasmo, el equipo fue a por el tercero.
Yuri castigó aquella ilusión como ganan los malos en los tebeos más siniestros. Entraron Fede Vico y Antoñín, que debutó muy preocupado por agradar en el momento menos oportuno, y Germán se colocó como delantero centro dejando una 'defensa Frankenstein'. Sin embargo, el corazón granadinista había sido apuñalado y no cabía más vida sobre esas piernas. No pasaron, pero en su guerra vencieron y convencieron.
Honor y gloria para este equipo que ha sembrado una nueva generación de granadinismo sobre cimientos sólidos. Los niños que ayer derramaron sus primeras lágrimas sobre este escudo saben ya algo más acerca de su nuevo y perpetuo amor: que va marcado a fuego incluso en las malas y que la lucha es eterna. Se escapó el sueño de una final de Copa pero se ganó un título mucho más real. La supervivencia del sentimiento nazarí.
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