Nuestra Roja
El Doce ·
La explosión de adhesión unánime en todo el país con la Selección de fútbol de 2008 representó una unión nunca vista entre todos los españolesEDUARDO ZURITA
GRANADA
Sábado, 4 de abril 2020, 02:16
El fútbol español era hasta el 2008 un espectáculo siempre dominado por los clubes, por sus hazañas y rivalidades. Con el Real Madrid como ... equipo bandera en el dominio de las competiciones europeas, en la competición nacional, ser de uno de los grandes históricos y rivalizar con otras entidades que disputaban los torneos oficiales constituían la razón de ser del seguimiento de todas y cada una de las temporadas. Se era de un equipo determinado, y toda la preocupación se ceñía a los éxitos y fracasos del mismo.
El combinado nacional siempre se movía entre la utopía de querer ser cabeza de león en los torneos internacionales en que se participaba –dado el predicamento del futbol como deporte rey en el país– y la constatación de los fracasos continuados que se obtenían en la mayoría de ellos. Infladas las expectativas desde una prensa que consideraba a la Selección siempre entre el grupo de favoritas para obtener campeonatos, la historia negaba la mayor y convertía a España en una comparsa en la mayoría de los torneos oficiales, quedando lejos aquella Eurocopa de 1964 de la que tanto rédito extrajo el régimen franquista al vencer en la fase final a dos representantes de países comunistas, Hungría y la URSS. El culmen de la decepción en un torneo oficial llegaría en el Mundial organizado en el propio país por la RFEF, el de 1982, donde la escuadra anfitriona rozó el ridículo.
Aunque el orgullo por el combinado había tenido algunos hitos puntuales, con el subcampeonato de Europa de 1984 de la selección que se había clasificado in extremis para la fase final tras la proeza del doce a uno a Malta en Sevilla –que tuve la satisfacción de presenciar en directo en el Benito Villamarín cuando estudiaba mi titulación en la capital hispalense–; las eliminaciones, entre otras, ante Bélgica de la ilusionante escuadra del Mundial de México '86 liderada por la quinta del Buitre y, mucho después, ante Corea del Sur en 2002 tras el robo de un árbitro egipcio empeñado en eliminar a la escuadra dirigida por Camacho, la Selección arrastraba el sambenito de no superar la fase de cuartos de final por más empeño que se pusiera y estrellas fulgurantes combinara en su alineación.
Tuvo que ser la sapiencia de un peculiar entrenador, Luis Aragonés, el Sabio de Hortaleza, o El Zapatones, la que iluminara de modo definitivo el destino del combinado nacional hacia el éxito. Con decisiones dolorosas, apartando a mitos del equipo, caso de Raúl González, aguantando la presión mediática que ello trajo al estar a punto de caer eliminados en la fase de clasificación del Mundial. El madrileño acuñó las señas de identidad que permitirían a España su periplo más glorioso en competiciones internacionales, no sin pasar por pruebas de fuego en las que volvió a no pasar de cuartos, como aquel Mundial de 2006 en Alemania, donde se cayó ante la Francia de Zidane.
Aragonés, tan del gusto de acuñar frases provocativas en sus ruedas de prensa, donde le encantaba jugar el papel de personaje pendenciero, dio en llamar a la Selección con el apelativo de La Roja, una provocación para un país dividido ideológicamente entre derechas e izquierdas desde siempre, y donde el apelativo parecía poder tener problemas de aceptación entre los aficionados más conservadores. Sabía Luis de la fuerza de una palabra identificativa y aglutinadora, y apostó ciegamente por un modo de juego basado en la posesión con la suerte de contar con dos genios de la distribución como Xavi e Iniesta en la madurez de sus carreras. Aquella apuesta decidida convirtió a La Roja en la España futbolística del éxito, la de aquella Eurocopa de 2008 en la que se espantó el gafe de la ronda de cuartos en los penaltis ante Italia y se doblegó a la siempre rocosa Alemania en la final del gol del Niño Torres.
La explosión de adhesión unánime en todo el territorio nacional con aquel equipo, sus colores, sus hombres y su apelativo quedó reflejada en el recibimiento masivo popular a aquel plantel en Madrid, que representó una unión nunca vista entre todos los españoles más allá de credos y fidelidades ideológicas y deportivas. Hasta en territorios vetados al apoyo a lo estatal, la Roja se convirtió en el equipo de la gran mayoría, con algunas voces desafectas aminoradas por un sentir general de identificación en una causa común exitosa. Aquella propuesta continuó su periplo glorioso tras aquella Eurocopa de 2008 bajo la batuta del Hombre Tranquilo, Vicente del Bosque, con la obtención del Mundial 2010 y la Eurocopa 2012, en un ciclo de triunfos consecutivos que difícilmente volveremos a contemplar para nuestra Selección.
En estos días difíciles que la trágica pandemia de la COVID-19 nos está haciendo vivir, espontáneamente ha surgido un gran movimiento de unión nacional expresado entusiásticamente tarde tras tarde en un aplauso prolongado, ruidoso y masivo, dirigido a los que constituyen nuestra verdadera Roja: sanitarios, fuerzas del orden –desde el primero de los cuerpos del Ejército a la última de las policías locales–, y personal de todos los servicios básicos esenciales –transportistas, distribuidores, reponedores, dependientes de alimentación, servicios de limpieza, seguridad, hombres de la comunicación, etc.–, que han ocupado el corazón de todo un país que se resiste a caer en cuartos.
Ganar, ganar y ganar, como también repetía el recordado Aragonés, es el propósito diario de este combinado nacional, que lucha día a día por protegernos, abastecernos y, sobre todo, curarnos y mantenernos y/o devolvernos a la vida. En estos momentos, en los que el confinamiento sirve para repasar esos tiempos pasados de unión que nos han hecho más felices y fuertes como grupo, cabe reivindicar la necesidad del mantenimiento en la memoria colectiva del orgullo de contar con estos abnegados servidores públicos componentes de esta gran Roja que va a obtener, no les quepa la menor duda, el triunfo en la gran final de la lucha por la vida.
¡Ojalá las calles vuelvan a llenarse, cuando todo empiece a volver a la rutina –pues la normalidad seguramente será distinta a cualquiera anterior–, de vítores a la legión de héroes que ahora se encuentran luchando a brazo partido por ganar esta competición día a día! Ellos son nuestra Roja, la de todos, la que Luis reivindicaba con orgullo de identidad en el frente futbolístico y que ahora, en la hora importante que nos ha tocado vivir, nos representa mejor que nadie, por encima de colores y banderas, en la confianza que su 'tiki-taka' antivírico nos va a llevar, con seguridad, al gran triunfo final.
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