Maltrato antes y durante el partido
Los 400 granadinistas desplazados con más de 1.500 kilómetros a cuestas vuelven frustrados por el arbitraje padecido
Todos los kilómetros que los 400 granadinistas que se plantaron en Mendizorroza habían hecho hasta Vitoria, 1.500 en total, estuvieron más que bien hechos ... durante una hora de partido. La segunda tarjeta amarilla en apenas veinte minutos que vio Sergio Ruiz, aunque el árbitro Caparrós Hernández no recordaba ya la primera presa del pánico ambiental y el afán por compensar, rompió en mil pedazos las esperanzas de los rojiblancos que se partían las palmas de las manos y las gargantas en toda una cascada de asientos en uno de los fondos del estadio.
Aquello pareció el final, y más aún cuando Caparrós Hernández señaló penalti un rato más tarde tras revisar una acción en el VAR. Sin embargo, el reaparecido André Ferreira detuvo el lanzamiento de Salva Sevilla y el granadinismo volvió a creer. «¡Sí se puede, sí se puede», cantó para despertar del letargo en el que había entrado desde la fatídica expulsión de Sergio Ruiz. Los desplazados tuvieron que aguantar que, en plena batalla, todo Mendizorroza cantase durante algunos minutos «¡Puta Granada, puta Granada!», pero ni por esas dejaron de creer.. Más aún incluso tras la expulsión de Rubén Duarte en la recta final: «¡A por ellos, oé!». Quedaba demasiado poco como para que los suyos volviesen a gobernar el partido con el balón, pero los hinchas acabaron orgullosos tras su montaña rusa de emociones.
Era lo mínimo que pedían a sus futbolistas después de las tres derrotas con las que se saldaron sus tres salidas anteriores. Todo lo que no fuese ganar, incluso empatar, complicaba el ascenso directo pero los granadinistas volvieron a casa con otras diez horas de autobús con la esperanza que le dio el equipo durante la primera parte del partido. No silenció la caldera de Mendizorroza, que hirvió hasta condicionar a Caparrós Hernández, pero sí domó al bravo Alavés. Queda aún todo por resolver.
Dispositivo policial excesivo
El partido estuvo precedido por un cabreo monumental entre los aficionados del Granada al descubrir que sus diez horas en autobús hasta Vitoria desde que saliesen a las 4.30h de la madrugada desde Los Cármenes no concluirían en Mendizorroza sino en el barrio residencial de Salburua, a 3,5 kilómetros y 50 minutos a pie del estadio, debido al dispositivo de seguridad orquestado por la Ertzaintza. Esto obligó al Granada a contratar nuevos vehículos para llevar a los hinchas al estadio a partir de las 18 horas desde el mismo punto. «Jamás le han hecho esto a ninguna afición que haya venido a Granada», protestaron los hinchas. El director de Comunicación y Área Social del Granada, Antonio Viola (que ya despidió a los autobuses en su salida de Los Cármenes antes de volar con el equipo), dio las explicaciones e indicaciones pertinentes a los aficionados, que seguían sin entender el dispositivo de la Ertzaintza cuando, además, el partido no llegó a considerarse de alto riesgo.
Hubo advertencia por parte de las autoridades para que los aficionados del Granada accediesen a Mendizorroza dos horas antes del inicio del partido, algo que la mayoría cumplió sin poder recibir al autobús en el exterior, donde apenas lo esperaron cincuenta hinchas. «Es una vergüenza que después de diez horas de autobús no podamos recibir a mi equipo cuando llegue al estadio. Nos trataron como a delincuentes; ni ver la ciudad pude. Si lo llego a saber, no vengo y no pido días en el trabajo ni dejo a mis hijos con sus abuelos para venir», denunció Estefa. Durante esos instantes, ya en los exteriores, incluso empleados del Alavés se acercaron a ciertos grupos de aficionados para disculparse, pese a que el operativo no fue orquestado por el club, y rogar que se exima a la entidad babazorra de las iras rojiblancas.
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