«Yo, que veo restos humanos de homicidios, cuando miro un crimen en el cine me da miedo»
El antropólogo y detective de los huesos, ya jubilado de su labor universitaria, sigue ayudando a resolver crímenes por todo el mundo. ¿Su secreto?Levantarse a las 6.15 y desayunar una Coca-Cola
La casa de Miguel Botella (Granada, 76 años) es un tesoro de tesoros. No hay rincón en el que no haya un objeto con una ... historia: espadas, libros antiquísimos, calaveras, documentos históricos, cajitas misteriosas... Un verano, hace ya muchos años, estuvo en el desierto de Tuscana, en Kenia, buscando fósiles. De repente apareció una niña muy silenciosa que le miraba el bolsillo de la camisa, de donde asomaba un bolígrafo Bic. El antropólogo se lo dio y la niña desapareció. Al caer la tarde, cuando la expedición regresaba al campamento, la niña volvió a su lado y le regaló una muñeca de madera. «Esta muñeca», sonríe Botella conforme se sienta en una cómoda butaca. «No sé cuántas cosas tengo, pero sí te puedo decir que todas tienen un significado. Cada cosa es un momento, una vivencia, un viaje, una amistad».
El detective de los huesos está jubilado desde 2024. Bueno, jubilado de la Universidad de Granada, porque sigue ayudando a resolver crímenes por todo el mundo. «Mi trabajo no lo cambiaría por nada porque me ha hecho más humano». ¿Su secreto para exprimir el día? Dormir poco.
–¿De verdad se levanta a las 6.15?
–Sí, todos los días. Yo duermo cuatro horas desde que tenía 16 años. Es algo a lo que te acostumbras, como todo en la vida. Quizás así me ha dado tiempo a hacer más cosas (ríe).
–¿Desayuna fuerte?
–A las siete me tomo una Coca-Cola Light. Y a las dos, la comida.
–¿Nada más?
–Antes tomaba café y me sentaba fatal. Verás, es que yo me muevo por muchos países y hay mucha diferencia entre los cafés de un sitio y de otro. Resulta que hay Coca-Cola hasta en el último rincón del mundo.
–Hace usted el ayuno que está de moda, de influencer.
–Ay, las modas... Tú piensa que los hombres del Neandertal no comían cinco veces al día, comían cuando podían y lo que pillaban (ríe). Exageramos con las modas...
–Pero una Coca-Cola...
–A lo mejor es un crimen dietético (ríe), pero es lo que tomo. Y todavía vivo.
–¿Le gusta cocinar?
–Sí, no me sale mal. Mi plato estrella es el arroz negro.
–Vive usted en el centro de Granada, que ya es algo raro.
–Llevo aquí más de 40 años. Como ves, es imposible que cambie de casa porque no creo que haya una empresa de mudanzas que se atreva con todo esto... Cuando nos vinimos aquí, esto estaba abandonado. No había nada, ni una tienda.
–Tiene una vasija con el rostro de Fray Leopoldo. ¿Le siguen confundiendo?
–Los alumnos, dependiendo de la facultad, me llamaban Fray Leopoldo o Darwin. Pero la verdad es que no me parezco a ninguno. Fray Leopoldo era bueno, yo no. Darwin era inteligentísimo, yo no. Lo único que tengo es la barba.
«Nunca he tenido vacaciones»
–¿Cómo lleva la jubilación?
–La verdad es que casi no lo noto. Hago exactamente lo mismo: escribo, viene mucha gente a verme, todos los días me preguntan por algún caso de España y de América. Después de 54 años, no podía parar. Fíjate, nunca he tenido vacaciones.
–¿Nunca?
–Nunca. Mi familia no tenía dinero para ir a ningún lado, lo mismo algún día al río Genil. Me acostumbré a eso y nunca las he necesitado. A la rectora Pilar Aranda, le pedí que me autorizara a ir a mi despacho en agosto, cuando cerraba al facultad. Y he ido todos los veranos, me lo he pasado de maravilla. Era uno de los mejores momentos del año porque estaba solo y le cantaba a mis huesos (ríe). Estábamos en la gloria.
–Entrar a la Facultad de Medicina es cada vez más difícil, con esas notas...
–Esa es una de las penas que hay. Lo más importante no es estudiar, es querer estudiar. Si a mí me hubieran puesto las cortapisas que hay hoy, probablemente no habría entrado. Te aseguro que los alumnos de la UGR, en general, son mucho mejores de lo que éramos nosotros. Pero la universidad debe proporcionar ilusión y no lo hace. En el caso de los médicos, por ejemplo, el sistema sanitario es una máquina de triturar ilusiones... Pero todavía entran los alumnos con un brillo en los ojos que desde luego es invaluable para mí.
–¿Cuál es su banda sonora?
–El concierto de violín de Beethoven. Una mezcla de alegría y de tristeza, nostalgia y virtuosismo.
–Nada de reguetón ni músicas urbanas...
–No las comprendo. Pero entiendo que es lo que le gusta a los jóvenes, como a mí me gustaban los Beatles y nos criticaban porque era un chimchimpún horrible. Ahora lo Beatles son clásicos. Saiko, por ejemplo, no es mi música, pero me parece un buen muchacho. Parece buena persona. Y me alegro de que un granadino triunfe así. Cada momento tiene su historia y su momento cultural.
«Saiko, por ejemplo, no es mi música, pero me parece un buen muchacho. Me alegro de que un granadino triunfe así»
–¿Le gusta el cine?
–Veo muy poco. Es que me pongo malo. Tiene su gracia, porque yo, que veo restos humanos de homicidios reales, cuando veo un crimen en una película me da miedo. ¡Si van a matar a alguien tengo que cerrar los ojos! (ríe).
–Practica usted el tiro.
–Es un deporte magnífico, porque al contrario que otros en los que compites con los demás, aquí se trata de mantener una concentración permanente. Yo lo recomiendo mucho. Antes iba a los campeonatos de España y ahora voy a divertirme con los amigos.
–¿El mejor verano de su vida?
–El del primer amor, con 16 años. Ese es el mejor verano de la vida.
–Granada Capital Cultural 2031.
–Ojalá. Lo ha merecido siempre, pero tampoco vamos a echarle la culpa a nadie. Ojalá sea capital porque pondría a Granada en el sitio que le corresponde. Granada es Cultura y Granada tiene dos industrias: el turismo y la universidad. No se puede concebir Granada sin la universidad.
–¿Dónde entra la malafollá?
–Otro tópico (ríe). Creo que la malafollá es una manera de entender las cosas. Quizás la malafollá, ese sarcasmo, sea la reacción lógica de todos esos granadinos que están de vuelta de tantas cosas...
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