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Las vacunas llegan a los veinteañeros de Granada: «Éramos los últimos de la familia, ya había ganas»
Toman el testigo en la campaña de inmunización, que pierde ritmo por el descenso en el número de viales que llegan a Andalucía
Por este pabellón corretearon, con la cara pintada, en algún Juveándalus. Ya como adolescentes, cantaron y brincaron en sus primeros festivales de música. Y ahora, ... al filo de los treinta, vuelven a Fermasa para recibir la primera vacuna contra el coronavirus, el pinchazo que esperan desde hace un año y que anticipa la tranquilidad –siempre relativa– de saber que dentro de un mes serán más fuertes contra la enfermedad. Los veinteañeros empiezan a pasar esta semana por vacunódromos y centros de salud.
Llega su turno, 204 días después de la inyección que recibió Araceli y abrió el camino hacia la 'vieja normalidad'. La entrada de la Feria de Muestras de Armilla está, al filo de las once de la mañana, llena de granadinos de entre 25 y 30 años. Aguardan a la sombra en dos filas, una para cada tramo horario, a la espera de que una trabajadora que se comunica por 'walkie' con el interior les de entrada al recinto. Hay retraso y las distancias hacen que la cola parezca aún más larga.
No queda otra que mantenerlas. Es cuestión de estadística, basta con aplicar la tasa. Por cada 100 personas en cola, habrá una contagiada del virus en las últimas dos semanas. El de los 15 a 29 años es el grupo de población más afectado por el virus, en Granada al igual que en todo el país, precisamente porque es el sector al que más tarde ha llegado la vacunación que comenzó por los ancianos y colectivos vulnerables.
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Algunos de estos últimos se siguen acercando a los vacunódromos.Por algún motivo no recibieron la primera dosis de vacuna y buscan ahora el inyectable.Si no entran en los rangos de edad establecidos, a la entrada de Fermasa les informan de que no les pueden atender y tendrán que acudir a su centro de salud para pedir cita. «Nos dijeron que viniéramos aquí», replica una señora, resignada.
Cuatro colas
Al pasar la primera de las colas queda la larga explanada en la que los coches esperaban al ralentí cuando Fermasa era un 'vacauto' para los docentes. Ahora solo es posible acceder a pie a la gran nave, pintada de negro y con decoración de color blanco, como lista para una celebración. Pese a que el lugar está lleno de jóvenes, hay silencio. Decenas de vallas de obra marcan el camino en las colas. Hay una primera para el registro, 15 mesas donde preguntan por alergias, medicación y explican el procedimiento. Otra para la vacunación, con tres filas ordenadas según el vial que toque –a los jóvenes ayer les pusieron Pfizer–.Luego, una zona con sillas para esperar tras el pinchazo. Y una última espera para recibir la cita de la segunda dosis. En algún encuentro se escucha aquello de «¡qué chica es Graná!»
Hay quien, directamente, ha conseguido ir acompañado. «Éramos los únicos de la familia sin vacuna, ya había ganas». Andrea y Miguel, 26 y 23 años, son hermanos y lo justifican –no es necesario, son dos gotas de agua– al decir su apellido. Sus hermanas gemelas, médica y maestra, ya pasaron el trámite, y solo quedaban ellos. Han vivido seis personas en casa durante todo el año, y han sido cuidadosos:«Nos hemos aislado mucho porque había gente de riesgo». No les ha venido mal estar a la sombra, dicen, porque los dos son opositores. Se animan a sostener los viales de Pfizer, esos tarritos minúsculos que se gastan por cientos en Fermasa y contienen la ansiada solución al coronavirus.
Los veinteañeros son 'herederos', en cierto modo, de Araceli, aquella anciana que recibió la primera vacuna el 28 de diciembre. Pero después de 50 millones de dosis suministradas en España, hay quien sigue pidiendo a las enfermeras que les haga una foto para inmortalizar el momento. Como si lo fueran a olvidar.
En el instante del pinchazo uno no tiene la sensación de ser parte de la historia, desde luego;más bien está pendiente de apretar bien el algodoncito. En algunos casos, las enfermeras ni lo dan: no hay ni rastro del paso de la aguja. Luego hay quince minutos de espera, para descartar reacciones adversas. Nada destacable: en las camillas y sillas de ruedas acaban, sobre todo, quienes se marean por respeto a la jeringa.
Todo está bien organizado, pero los retrasos son inevitables. Quienes estaban llamados a las 10.40 abandonan el recinto a las 11.50 con su cita –10 de agosto– para la segunda dosis. Es la fecha confirmada para Miguel, que acudió temprano, no ha tenido reacción alguna e ilustra la normalidad:«El brazo duele un poco, pero todo bien. Voy a casa a preparar flamenquín con patatas». O de Chema:«Hemos sido responsables durante todo el año.Ahora volveremos a salir con algo de tranquilidad, pero con cuidado».
«Tenía muchas ganas. Yo no he pasado el coronavirus, he tenido mucho cuidado. Da casi agobio ver a tanta gente junta aquí», comenta Mari Ángeles, que tiene 28 años. Abril también acaba de recibir la primera dosis, con 30: «Por un lado tenía gana, porque te sientes más protegida.Pero por otro hay reacciones... Estamos contentos, pero siempre te queda la dudita. No he pasado el virus, y mi familia ha estado bien, gracias a Dios».
Granada ha recibido esta semana menos viales y baja el ritmo de vacunación. Hay suficientes como para administrar 43.710 inyecciones. Las que se destinen a primeras dosis serán, en su mayoría, para jóvenes a partir de 23 años. Son los 'penúltimos' de la casa y los que más están sufriendo los efectos del virus en la quinta ola.
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