Trabajar en el infierno
Los mineros chilenos no son una excepción. En el volcán de Sumatra, por ejemplo, cientos de hombres arriesgan su vida al extraer azufre con técnicas medievales. Ganan 6 euros al día
ZIGOR ALDAMA
Domingo, 5 de septiembre 2010, 06:14
Todo depende de la dirección e intensidad del viento. Si no sopla, el trabajo se hace más llevadero. Sólo hace falta fuerza física y ... equilibrio. Pero como Eolo se ponga travieso, y lo hace casi a diario, la caldera del volcán Ijen se convierte en un infierno. Nubes de dióxido de sulfuro lo cubren todo. El gas se introduce en los pulmones y parece como si fueran a estallar. La tos es incontrolable, los ojos escuecen y la garganta prende fuego. Los trapos húmedos no evitan la angustiosa sensación de asfixia. No hay dónde esconderse.
En estas condiciones, caminar por la pared del cráter con casi cien kilos de azufre al hombro se convierte en una pesadilla. Pero para los 300 mineros que trabajan en esta montaña de fuego de la isla indonesia de Sumatra merece la pena: ganan 600 rupias (4 céntimos de euro) por cada kilo que transportan hasta la zona de recolección. Juntos, los mineros de Ijen transportan hasta 15 toneladas de azufre al día. Con los dos viajes que hacen cada jornada, reúnen entre 6 y 8 euros diarios, cuatro veces más que los ingresos de cualquier agricultor de la zona.
El precio no sólo se paga en papel moneda. Chahaya Muktar sabe que el trabajo le está matando. Cada hora que pasa en el tajo, este indonesio de 37 años le resta cuatro a su vida. En total, si se cumplen las estadísticas, vivirá veinte años menos que la media del lugar. Así que ya está en la prórroga. Sentado sobre una piedra y fumándose un cigarrillo, después de haber pesado los 92 kilos de su primer viaje al corazón del volcán, Muktar le quita importancia a su suerte.
Las deformaciones en los hombros y en la espalda, causadas por el bambú del que penden las dos cestas en las que carga el mineral, ya ni las siente. También se ha acostumbrado a la dificultad para respirar y a los esputos sanguinolentos. El médico le aconsejó que dejara de transportar azufre en Ijen, pero Muktar quiere que sus hijos vayan a la universidad y escapen del volcán. Y para eso hace falta el dinero de la mina. «Eso sí, para que mi mujer no se preocupe, he dejado de trabajar en 'la cocina', y ahora gano menos», cuenta con sonrisa resignada, consciente de que le espera una muerte lenta.
«No es esclavitud, es vida»
'La cocina' es el lugar en el que el volcán escupe el azufre. Aquí, armados con picos y palas, y resguardados de las emanaciones tóxicas sólo con trapos, los mineros rompen las rocas para quienes llegan con sus cestos vacíos. Antes, unas rudimentarias tuberías de cerámica se encargan de canalizar el mineral rojo sangre que mana de diversas fumarolas, y de enfriarlo hasta que se solidifica y adquiere su tono amarillo. A veces brota en exceso y, para evitar una reacción pirofórica en cadena, los trabajadores tienen que enfriarlo con agua del lago, el más ácido del planeta. Su pH oscila entre 0,2 y 0,3, suficiente para disolver la carne humana.
«Para algunos esto es esclavitud, pero para nosotros es vida», defiende un compañero de Muktar mientras coge fuerzas a medio camino entre 'la cocina' y el borde del cráter, situado a 2.380 metros de altitud. Es su segundo viaje del día y está al borde de su capacidad física. «No quiero que mecanicen la mina, nos quedaríamos sin trabajo y nuestros hijos no tendrían ningún futuro». Tampoco pueden introducirse animales de carga. «Ya lo intentaron con burros, y se despeñaban». La única solución que contenta a todos es mantener viva la Edad Media en el siglo XXI.
Pero la globalización consigue llegar hasta Ijen. Lo hace en forma de turistas, generalmente en grupos de viajes 'alternativos', que buscan en este volcán de Sumatra la suma de dos factores muy atractivos: naturaleza y sociedad. Estos inusuales visitantes se han convertido en una de las principales fuentes de ingresos para los mineros. Todos tratan de cobrar por una pose ante las cámaras. Unos hacen de guías, y otros aprovechan el azufre sobrante para modelar figuras que venden como 'souvenir'. «Con suerte me pagan más por una de ésas que por un día de trabajo», confía Muktar.
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