Tres tricornios tengo, tres
este domingo quería demostrar el luto de mi palabra por la muerte de mala manera de un buen padre, un gran servidor de España
TICO MEDINA
Domingo, 21 de octubre 2018, 02:32
Y con este tricornio de hoy domingo, ya son cuatro. Me explico. Hoy iba a escribiros de los santos que ha hecho el Papa en ... Roma hace unos días, algunos de los cuales yo había conocido personalmente. Incluso les había dado la mano a dos de ellos, sí. ¡Lo he contado tantas veces! Por ejemplo, al Papa Montini aquel día en el lago Tiberiades, cuando le ayudé, sí, le ayude, a bajar, desde la piedra donde estaba en su visita a Palestina, al agua legendaria donde pescaban los pescadores de Cristo. Yo, a veces listo, más que inteligente, corrí hasta el agua sagrada y me metí en ella hasta casi la cintura. Había como un pedazo vacío donde apenas cabía una persona, aunque fuera un papa, pero lo hice. Y tendí la mano al pontífice. Y le ayudé a bajar como el quería. Yo iba de enviado especial de Pueblo, donde trabajaba entonces. París Match dio a doble página el instante mágico en que el reportero enviado especial ayudaba al Papa de Roma a descender hasta el agua. Escribí mi crónica y se publicó, pero no había foto que lo demostrara hasta que París Match, la revista más importante del mundo en aquel tiempo, difundió el retrato maravilloso. «La mano del Santo Padre era pequeña, caliente, como quien tiene un punto de fiebre», escribió el periodista.
Y también besé la mano del arzobispo Romero en El Salvador antes de que lo mataran los soldados de la muerte de un tiro en la cabeza, cuando oficiaba la misa. Lo entrevisté con motivo de los «curas de la liberación» en la capital salvadoreña. Su mano, en cambio, era dura, de campesino, casi de obrero. Y su mirada, limpia, fuerte, sincera, humilde... Y es hermoso reseñar que este domingo pasado el Papa Francisco los hizo santos.
Tenía que decirlo. Mi tesoro es mi memoria, mi vivencia, vieja mano ya temblorosa, quizá la esclerosis de tanto escribir a mis años.
Y, de pronto, esa voz que aún me suena de dentro a fuera, como ese dolor que no me permite que ninguna ropa, ni la de lino egipcio, me frote, me toque la piel ... Uno de mis dos dolores me grita desde abajo: «Pero vamos a ver, prenda, ¿qué pasa?, ¿qué no te vas a mojar siendo el cronista oficial como eres, escribiendo del dolor de tu ciudad, que llenó la Catedral en el funeral por el guardia civil asesinado? Una terrible noticia que ha hecho que tu tierra vuelva a ser actualidad por esa carta formidable que ha escrito la hija del héroe muerto por los demás».
Cierto. Así que rompí ya casi iniciado el titular que iba a ser el de hoy: «Yo di la mano a dos santos que acaba de canonizar el Papa». Podía mermarse el titular y quedarse solo en la primera línea, por que la historia es, sin duda, poco repetible y yo la he vivido en primera persona. Ese es el baúl de mis recuerdos, mi cajita nazarí, donde escondo mis capítulos vividos.
Por eso rompí el titular, por esa historia reciente, tan nuestra, por la que lloró Granada. Y he mirado al árbol de mis sombreros, que siempre está conmigo y me da sombra y fruto, el recuerdo, la memoria, lo vivido y, a veces, contado, y, a ratos también, no narrado.
Nací en Píñar, eso sí, para contarlo, y me quiero comprar la casita humilde, pequeña, para llenarla de mis cosas más queridas, algunas admirables... Mi pueblo vuelve a estar de actualidad estos días por esas pinturas rupestres que acaban de aparecer en la Cueva de las Ventanas...
Lo digo porque mi abuelo Manuel era el comandante del puesto de mi sitio. Mi abuelo, que murió, bueno, que lo mataron, cerca del Diente de la Vieja de Diezma, en el fondo de un barranco cuando la guerra incivil. Guardo su tricornio de gala, que estaba en la casa de mi abuela Victoria, su esposa. Diré más en esta hora de las confidencias personales que manda la actualidad. Durante años, su capote -entonces negro, solemne, que hasta Federico escribió de el, en su romance espléndido de la Guardia Civil- nos ayudó a pasar el invierno. En esa mesa de camilla de mi hogar de Moral de la Magdalena, numero doce -donde tienen ustedes su casa-, el capote se convirtió en un tapete donde brilló el ascua divina del brasero inolvidable.
Esta conmigo, ahí colgado, negro y oro, el tricornio que ahora lleva la Guardia Civil de gala en el Palacio de la Moncloa, y a caballo en la Zarzuela, que, por cierto, la Reina ha pedido que la escolta real sea la mitad de damas uniformadas para estar más cerca de lo que piden los tiempos.
Hay otro tricornio más, el de mi tío hermano de mi madre, hijo de Manuel, el que llegó a sargento, muerto en combate y a traición, por mas señas. Este tricornio es normal, de los de charol negro, que a veces se ven, pero poco, que se debían ver más. El de mi tío José, que llegó a ser teniente coronel, si mal no recuerdo, y a cuya sombra me crié. Vivió con nosotros en casa muchos años. Era recto, jovial, buena gente. Fue creciendo hasta llegar, por derecho propio y por ascenso natural, hasta jefe en la Benemérita. Aprendí tanto de él...
Y otro tricornio, el que me regalaron en aquella fiesta hermosa del cuartel de Granada, donde me hicieron guardia civil de honor. Ahí está. Y esto fue lo que dije: «Aprovecho para levantar la voz y contar, que se sepa de una vez, que no fue la Guardia Civil la que asesinó a nuestro poeta mas querido, a García Lorca».
Se sabía que así fue, pero la gente creía que no por lo del romance formidable, mundial:
«Los caballos negros son
Las herraduras son negras...
Sobre sus capas relucen
Manchas de tinta y de cera
Tienen por eso no lloran
de plomo las calaveras...»
Incluso me hicieron aquella foto, que está en todos sitios de mi vida, con el tricornio puesto en la fiesta.
«Mira por donde todo se hereda... ¡Si hasta tiene cara de guardia civil!»
El luto de mi palabra
Por cierto, me han dicho estos días que se ha publicado la foto de la Reina Letizia con motivo del Día del Pilar, patrona de la Guardia Civil, rodeada de tricornios, y que hay un documento gráfico de la Reina con un tricornio puesto fugazmente ese día, pero nadie sabe si es verdad. Debo enterarme. Les tendré informados. Al fin y al cabo, es como si por un momento llevara puesta la corona de la lealtad y la eficacia».
Así que esta es mi página del domingo, con un titular primero y después, con el que ha sido de verdad. Me ocurre muy pocas veces. Pero este domingo quería demostrar el luto de mi palabra por la muerte de mala manera de un buen padre, un gran servidor de España. El suceso me demuestra que no solo hay lágrimas en mi tierra en la historia de Boabdil desde la Suspiro del Moro. ¡Hemos llorado tanto y en silencio tantas veces!
Gracias al héroe, gracias. Y gracias también a Granada.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión