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La Tarasca, diva valiente y guapa de Granada
Miles de granadinos se lanzan a las calles para contemplar el paseo de la giganta en una jornada marcada por la fiesta y el intenso calor
Una diva es valiente, poderosa y, una vez al año, se monta en dragón para mostrarse como reina. Es la Tarasca, aunque podría ser Daenerys ... de la Tormenta si no fuese por el traje azul de seda con volantes que desafía a la calor -las malas lenguas, a las que nunca hay que hacer caso, dicen que también al buen gusto- en el centro de la plaza del Carmen. Suena la música, bota Granada y ella se encierra en el ayuntamiento para poner el broche a la fiesta. Así termina una jornada para la historia que vuelve a poner en la calle a miles de granadinos pese a las altas temperaturas que se viven estos días.
Con calor termina y con la misma sensación empieza, tres horas antes, cuando los operarios sacan a la diva de la Casa Consistorial. Es ese momento cuando se descubre el secreto mejor guardado, el estilismo que este año idea Iván Martín. El artista describe la pieza como inspirada por el Generalife y vincula las chorreras y las mangas con lanzada del vestido con «la poesía de sus fuentes, la exuberancia de su vegetación y el cromatismo de sus atardeceres». Toda obra no sale terminada de las manos del creador. Solo se culmina cuando el público la contempla y la hace suya. Por eso el círculo no se cierra hasta que un periodista, que ve la escena, la describe como «una granadina en el Mayerling». Y, efectivamente, cuando le colocan a Isabel la Católica y al resto de monarcas al lado, parece la tarasca una señora de Fígares a punto de pedir un vermú fresquito para echar la tarde.
Hace tanta calor, cuando apenas restan unos minutos de la salida, que alguien debiera ponerle a la imagen un copazo. En la plaza, las sombras están cotizadas y las zonas de sol apenas son ocupadas por los muy incondicionales. A ellos se acercan los concejales, ataviados para la ocasión. Los más solicitados son Francis Almohalla, edil de Mantenimiento, que apura la espera bailando pasodobles con los vecinos, y Marifrán Carazo, la alcaldesa, a la que un grupo de niños en los que la malafollá ya crece fuerte le piden a gritos un aire acondicionado.
Dentro de la Casa Consistorial, se envalentonan los operarios municipales. Se les escucha cantar puertas adentro. Hay que ser muy valientes para cargar unas máscaras que pesan más de la cuenta bajo este sol abrasador en un recorrido que este año se desvía por San Jerónimo y La Romanilla por las obras en la Catedral. Van, eso sí, bien pertrechados. Trabajadores del Ayuntamiento pasan cargados con botellitas de agua para que estén bien hidratados y resistan.



A mediodía, todo está listo. Chiquillos y matrimonios que llegan de los pueblos y ancianos cogidos de la mano y turistas con sus cámaras y la mirada perdida que son retratados por otros fotógrafos. Lo están también los policías de escolta y los músicos de las charangas y los periodistas y los operarios y los diseñadores que se abrazan en el último momento junto a los concejales que hacen un pasillo por el que sale la procesión más absurda y divertida del mundo.
A vejigazos
Abren las puertas y el himno de Granada en la versión alocada de Vaso Largo da paso a los primeros vejigazos de los cabezudos, que se lanzan sobre las primeras filas del público sin piedad. El vocerío aumenta cuando la tarasca se mueve al fin, una sombra azul a lomos de una bestia verde bajo el dorado intenso del sol. La calor hace que el desfile sea más rápido y más incómodo de lo esperado. Cuando los cabezudos llegan al final de Reyes Católicos ya se han quitado las máscaras para tirarse las botellas sobre las cabezas.
El agua, y no solo las vejigas, son las protagonistas este año. Frente a la heladería de Los Italianos, el Abuelo arroja líquido al público. Lo mismo hacen la Gitana y Chorrojumo para alegría de los que esperan al sol. Al Negro las gotas le resbalan por la cara y, cuando un compañero le acerca un pañuelo, le falta un instrumento para ser Louis Armstrong. La música le sirve a la Abuela para montar el espectáculo al final de Gran Vía. Lo mismo simula que no puede andar por los achaques que arranca a bailar con los niños o arrampla a vejigazos con quien se le cruza.
La tarasca sigue a lo suyo cuando se encamina a Cárcel Baja. Sobre una bestia alada, entre el gentío, ya no parece una señora en el Mayerling, sino una monarca de fantasía que saluda a su pueblo. La escena, sin embargo, cambia al llegar a la Puerta del Perdón. La charanga toca una marcha cofrade y no hace falta mucha imaginación para ver el paso. La guasa alcanza a los porteadores, que mecen a compás a una imagen a la que solo le falta pegar un izquierdo.
En una hora se llega a la Trinidad, donde más público hay. La sombra aquí permite disfrutar del cortejo de forma cómoda. El fresquito, además, hace que todo se viva aún con más ganas. Es aquí donde más alaban a la tarasca, que atraviesa la plaza a gritos de «guapa, guapa y guapa». «Los halagos no la inmutan. Ella es una reina», dice al paso una persona entre el público.
En Mesones, las fuerzas no solo no flaquean sino que se incrementan. Uno de los cabezudos tira el móvil de un espectador de un vejigazo y otro despeja uno de los cruces a golpes para goce de todos. La estrechez motiva también a los músicos, que inician un 'medley' que provoca el delirio. Primero, arrancan por clásicos de Manolo Escobar para animar a los más mayores. Luego, pasan a una 'Potra salvaje' que recibe el chiquillerío con pasión. La calle entera canta y el coro sobrevuela Puerta Real hasta alcanzar a la plaza del Carmen, adonde se llega con 'Esa diva'.
La vida es un jardín de espinas y rosas, canta el público. También es efímera y lo confirma el reloj del ayuntamiento, que dice que hace una hora y media que comenzó la fiesta. La charanga pide que Granada bote cuando entra la tarasca y la ciudad entera lo hace. Nadie puede explicar cómo una procesión religiosa se ha convertido con el paso de los siglos en esta procesión delirante. Tampoco hace falta hacerlo. Sabe mejor el misterio que esconde la granadina del Mayerling, la potra salvaje de los exuberantes jardines del Generalife, la diva valiente y guapa que es la tarasca.
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