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Los valientes y a los que no les queda más remedio caminan a tientas en una Granada prácticamente en penumbra. Los rostros de los transeúntes son borrosos, pese a los fogonazos de luz que llegan de algunos edificios y coches. Se ha perdido la capacidad de reconocer al prójimo. Solo un semáforo funciona en toda la ciudad, el que consigue coger la luz del Hospital PTS. Dentro, las ventanas dejan escapar un goteo de vida. En la puerta de Urgencias el personal cuenta el día tan raro que ha tenido con un poco de miedo e incertidumbre. «Después de una pandemia, ¿quién sabe qué más nos tocará vivir?», comenta una enfermera. Los primeros compases de la noche transcurren sin incidencias en el San Cecilio y en las calles los pocos granadinos que quedan agitan la linterna del móvil en cada paso.
El metro descansa en la vía sin haber llegado a su destino. Los conductores hacen guardia junto a dos convoyes. «Si podemos llevaremos los trenes a la cochera cuando se retome el servicio. Esto da susto, estamos completamente a oscuras. Menos mal que somos tres», comenta una de las empleadas.
La noche cae y las sombras toman cada vez más las calles. Rafa el conductor de la línea 4 contaba al final de su jornada que el último turno había transcurrido sin incidentes. «Tengo pasajeros que llevan varios viajes conmigo para poder cargar el teléfono. Hay poco tráfico y poca afluencia de gente. Hoy he visto incluso a un grupo de 20 chavales hablando sin tener pegadas las caras a los móviles», añadía.
A las 23.00 horas la ciudad da respeto. Los pasos a casa eran más apresurados. En una residencia de estudiantes los inquilinos juegan al billar despreocupados o se dejan caer sobre el sofá. A las afueras sobre las aceras el ambiente se vuelve más hostil. El miedo empieza a tomar forma. Un matrimonio se acerca al coche de esta periodista para pedir ayuda. Son portugueses y el apagón les ha pillado en medio de un viaje. Le quedan 20 kilómetros para llegar a su alojamiento y no saben cómo. Piden ayuda para encontrar un hotel abierto. El destino que toman es el hotel Barceló. Solo resisten las luces del centro comercial Neptuno y de las sirenas de la Policía Nacional que se dibujan sobre las fachadas de los edificios. A las puertas del hotel, tres jóvenes que merodeaban cerca de los coches huyen al ver un Z.
En la esquina con Arabial dos policías locales controlan el tráfico. «La noche no ha hecho nada más que empezar», comentaba la patrulla con poco optimismo. La noche cálida no es nada apacible. Pocas almas quedan y las que hay gritan incluso para confundir y generar pánico. En un reparto caprichoso, algunas casas sí tienen luz. Dos jóvenes descansan en un banco de Camino de Ronda para «tomar el fresco». «No tenemos miedo la calle es nuestra», aseguraban a IDEAL.
En la ribera del Genil solo parpadea la luz roja del ojo de Granada del Parque de las Ciencias. Antonio y su mujer vuelven a casa cogidos del brazo. «Teníamos que comprobar que mi madre estaba bien. Necesitaba ayuda, pero ya nos encerramos», comentaba el vecino linterna en mano. Todos los objetos y el mobiliario urbano son un amasijo de oscuridad.
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