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El patio de la guardería en el secadero de Alhendín. ALFREDO AGUILAR
La segunda vida de los secaderos de tabaco de Granada

La segunda vida de los secaderos de tabaco de Granada

El Varadero funciona desde hace un cuarto de siglo como bar de copas, junto a un restaurante que también en otro tiempo fue secadero

JAVIER MORALES

GRANADA

Domingo, 8 de julio 2018, 00:56

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Recuerdan los melómanos que en el escenario de El Secadero improvisaron algunos de los nombres más conocidos del jazz internacional. Esta nave de ladrillo ubicada en la antigua carretera de la Costa, a la altura de Alhendín, ofrecía ese ambiente casi místico que sólo se desprende de las vigas que sostienen años de historia. Todavía es perceptible a través de las fotos. Pero El Secadero era eso, un secadero, y no estaba preparado para el disfrute de la música sin perturbar el descanso de los vecinos.

Este es el comienzo del penúltimo capítulo del secadero de Alhendín. Su historia, cuenta Manuel Almazán, propietario de la infraestructura, comienza en el año 52. La nave era de su padre. Captó su atención en un viaje de Sevilla a Granada y terminó por comprarla para posteriormente alquilarla. Primero, a un negocio de ruedas de automóvil. Luego, para su uso como bar. Hubo «años felices» de su funcionamiento como pub, recuerda Almazán.

Pero la historia de El Secadero, que abrió como club de música en 1994, se torció. Tras 14 años de protestas de los vecinos a causa del ruido de la música y el gentío en el local, que no estaba insonorizado, la Audiencia Provincial decretó dos años y medio de cárcel para su dueño, José Luis Sánchez, y el pago de 30.000 euros en indemnizaciones a los vecinos. La música alternativa nacional -desde Javier Krahe a Amaral- se movilizó en apoyo a Sánchez. Y logró el indulto. Esquivó la cárcel. Tras su cierre no volvió la música.

«Estuvo por lo menos tres años precintado», repasa Yolanda Franco. Es la directora del centro infantil Snoopy III, la guardería cobijada entre los ladrillos de este cuidado edificio. La tía de Manuel Almazán explica que cuando iba al club de jazz ya visualizaba la guardería. «Es algo diferente, hay muy pocos centros que tengan el patio que nosotros tenemos», cuenta.

A la sombra de este mastodonte del negocio del tabaco en la Vega y luego templo de la música juegan en la actualidad 41 niños. A simple vista, el único distintivo de la guardería es el cartel azul con la silueta del personaje que da nombre al centro. Al cruzar la puerta junto al tabique de ladrillo visto, cualquier parecido con un secadero de tabaco es pura coincidencia. No ha sido fácil la reforma para lograrlo. El edificio está protegido, por lo que sólo han podido emplear materiales de recubrimiento. El esqueleto sigue intacto.

Lo encontraron diáfano, «como antiguamente, tenía hecha una barra de bar y punto». En otra zona había una oficina y una especie de cocina, «pero sólo estaban las cuatro paredes, sólo había suelo». Está reformado de tal forma que en cualquier momento se pueden retirar los elementos que no pertenecen a la estructura original, pero sin dañarla.

Un secadero disfrazado de pub en el centro de Churriana de la Vega

La zona alta del pub El Varadero, donde se aprecia el techo original del secadera.
La zona alta del pub El Varadero, donde se aprecia el techo original del secadera. RAMÓN L. PÉREZ

Identificar a los antiguos secaderos, en ocasiones, es tarea compleja. «Si no te digo que es un secadero de tabaco... A lo mejor por el techo lo sacas, pero por lo demás no». Son palabras de Benjamín García, responsable del pub El Varadero, anexo al restaurante El Patio, ubicados en la calle central de Churriana de la Vega.

La nave es alquilada y el pub funciona desde el año 94. Con la discreta luz de los focos que por la noche quiebran la oscuridad total, desde luego, es imposible distinguir si se entra en un secadero o en un pub irlandés. Cuando García abre los portones de la planta inferior, la luz del patio ilumina las vigas de madera. Y ya se intuye la verdadera identidad del lugar, a la que también suman los pilares de ladrillo.

Desde luego, como dice Benjamín, «tiene una idiosincrasia peculiar». Era un secadero singular, comenta, «no el típico de paredes con ladrillos y huecos que dejan pasar el aire». Un sistema de poleas permitía abrir y cerrar unas compuertas cuya silueta se adivina todavía al observar el pub desde el exterior. En los palos más finos del techo colgaba el tabaco. Era posible subir a la zona superior gracias a unos peldaños metálicos que todavía se perciben detrás de la barra.

Son muchas las reformas que han emprendido para acondicionar el secadero. Calcula que ha invertido unos 100.000 euros. Comenzaron por una primera planta y años después se lanzaron a por la segunda. Todo ello, claro, después de la instalación de electricidad y fontanería. El techo lo dejaron casi tal cual después de pulirlo y aplicar un tratamiento. En las paredes optaron por colocar ladrillo visto, «le dejamos un punto vasto, para que no fueran lisas».

Luego construyeron una segunda planta, en la que han colocado una especie de salón con butacas y mesitas bajas. De pie se puede rozar el techo de esta infraestructura de mediados del siglo pasado.

Con respecto al ruido, asegura Benjamín que alrededor de pub no hay vecinos a quienes les pueda molestar. El tipo de construcción y las puertas macizas que la guardan hacen que sea más difícil que el sonido 'escape' de la sala. El ladrillo y las vigas de madera son acogedores también para la música: este tipo de instalaciones ofrecen una acústica singular que, sin embargo, escapa al control de algunas de las salas de música en directo más modernas.

El núcleo de la vida en el campo

La zona trasera del mesón Pepe Quiles conserva el aspecto original del secadero.
La zona trasera del mesón Pepe Quiles conserva el aspecto original del secadero. ALFERDO AGUILAR

Los ejemplos curiosos de transformaciones de los secaderos se cuentan por cientos. El libro 'Arquitecturas marchitas', de Héctor Bermejo y editado por la Diputación de Granada, recoge una selección fotográfica en la que aparecen antiguos cines de verano, almacenes, viviendas, secaderos utilizados como soporte publicitario, oficinas, vestuarios de equipos de fútbol, almacenes de carruajes... Pero, al margen del almacenaje, el uso mayoritario de los antiguos secaderos suele estar relacionado con la hostelería.

Otro ejemplo es el mesón Pepe Quiles, en la antigua carretera de Málaga. «Está abierto desde el 86, pero la historia viene de mucho más atrás», arranca Carlos Quiles, su hijo. Su padre residía en el actual barrio de San Lázaro, donde tenía una vaquería. Pero en los 70 comenzó la expansión urbanística de la zona y todos los espacios verdes fueron engullidos por el ladrillo. Pepe Quiles se trasladó al secadero, que como otros tantos en la Vega ejerció como núcleo de la familia. En torno a él cultivaban verduras, cuidaban animales y, claro, secaban tabaco. «Es una planta a la que se le ganaba mucho dinero, pero tenía mucho trabajo», dice Carlos. Sus padres y abuelos llegaron a tener tres secaderos.

Ya en los ochenta, Pepe dejó de lado el trabajo y se lanzó a otros negocios. Su mujer había sido cocinera en varias localidades de costa y aprovecharon la ocasión para montar el mesón.

El salón de la zona superior conserva todavía unas ventanas especiales. El secadero disponía de unas máquinas que medían la humedad y la temperatura. En función de los parámetros, regaban o modificaban la apertura de las compuertas para mantener el tabaco en las condiciones idóneas.

También guardan las vigas de madera, y los palos transversales en los que colgaban el tabaco con unas cuerdas. «Los hombres se subían, tiraban de la cuerda, hacían un nudo y el tabaco se quedaba colgado», prosigue Carlos.

En su memoria se cruza también la máquina de hacer fardos que conservaban hasta hace poco, con un torno en el que comprimían el saco con el tabaco antes de coserlo con unas agujas «de unos veinte centímetros». Historia del tabaco en Granada.

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