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ilustración: josé maría guadalupe
Salvado de las aguas
Tritones, sirenas y otros seres sin raspa

Salvado de las aguas

jorge fernández bustos

Sábado, 31 de julio 2021, 00:46

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Vivimos tiempos de desigualdad continental. No me refiero a la distribución de las vacunas y el control de la pandemia, de lo que habría mucho que hablar; sino al flujo migratorio y la búsqueda de un futuro. En nuestras costas —en las orillas occidentales de lo que consideramos el primer mundo—, por desgracia, aparece un nuevo espécimen, que no es pez ni forastero, sino individuo a quien le están vetados los privilegios básicos del ser humano.

Desde que el hombre es hombre han ido apareciendo mitos fundacionales referentes al niño salvado milagrosamente de las aguas que, curiosamente, termina siendo el fundador de un pueblo o de una dinastía.

El primer ejemplo que nos viene a la cabeza es el mito bíblico de Moisés. En el Éxodo leemos: «Entonces el Faraón dio a todo su pueblo esta orden: «Todo niño [hebreo] que nazca lo echaréis al río Nilo; pero a las niñas las dejareis con vida». Una hija de Leví dio a luz un hijo; y viendo que era hermoso lo tuvo escondido durante tres meses. Pero no pudiendo ocultarlo por más tiempo, tomó una cestilla de papiro, la calafateó con betún y pez, metió en ella al niño, y la puso entre los juncos, a la orilla del Río. Bajó la hija del Faraón a bañarse y, mientras sus doncellas se paseaban por la orilla, divisó la cestilla, y envió una criada suya para que la cogiera. Al abrirla vio que era un niño que lloraba». Se compadeció de él y lo crió como si fuera suyo.

Rómulo y Remo, los fundadores de Roma, son otro ejemplo. Tito Livio escribe que la sacerdotisa Rea Silvia, «víctima de una violación, tuvo un parto doble y atribuyo a Marte la paternidad. Pero la crueldad del rey, que la había condenado a la virginidad, hizo encadenar a la vestal y arrojar a sus hijos al Tíber. Cuando el agua depositó en un lugar seco el cesto flotante, una loba, atraída por el llanto infantil, ofreció sus ubres a los niños, tan mansamente que Fáustulo, el mayoral del ganado del rey, la encontró lamiéndolos con la lengua. Éste los llevo a la majada y se los entrego a su esposa para que los criara».

Rober Graves, por otro lado, apunta la posibilidad de que Layo no abandonara a Edipo en la montaña, «sino que lo encerró en un arca que fue arrojada al mar desde un barco. El arca flotó a la deriva y llegó a la costa de Sición, donde Peribea, la esposa de Pólibo, estaba por casualidad en la playa vigilando a las lavanderas de la casa real. Recogió a Edipo, se retiró a un soto y simuló que sufría los dolores del parto. Como las lavanderas estaban demasiado ocupadas para observar lo que ella hacía, les engañó a todas haciéndoles creer que acababa de dar a luz a aquel niño».

Más cercana geográficamente es la leyenda de Habis. Cuenta Justino que Gargoris, uno de los reyes de Tartessos, mantuvo una relación incestuosa con su hija, de la que nació un niño. Después de muchos intentos infructuosos para deshacerse de la criatura, mandó arrojarla al mar. «Entonces, manifestándose claramente la voluntad divina, es depositado en la playa por unas aguas tranquilas. Al instante apareció una cierva que ofreció su ubre al niño. Durante bastante tiempo correteó montañas y valles mezclado con los rebaños de ciervos, no menos veloz que ellos. Finalmente, apresado con un lazo, es ofrecido como regalo al rey, quien reconociendo a su nieto, lo proclamo heredero de su trono y le dio el nombre de Habis».

No todos los salvados de las aguas fundan ciudades o son grandes hombres, lo que sí es cierto es que, con oportunidades, cada cual muestra su valía; y ¡quién sabe!

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